Ismael Pérez Vigil 20 de marzo de 2021
La discusión acerca de la posición opositora con
relación a la participación o no en las elecciones regionales continua, sin que
asome una leve luz en el fondo; con la desventaja de que en la medida que pasa
el tiempo y no hay una posición “oficial” con respecto al tema, la discusión se
hace más y más amarga, florece el “dibujo libre” y las iniciativas personales y
grupales. Obviamente, la discusión no se queda en el tema de la participación
electoral, va mucho más allá y se remonta también −suponemos− al pasado
reciente y al más lejano, sobre todo en cuanto a recriminación de errores y
fallas a dirigentes y partidos.
Hay quienes llegan muy lejos en su proclama de la no
participación −no los llamaré abstencionistas, pues dicen no serlo− pero, les
parece que no solo está “agotada” la vía electoral, al menos para algunos,
también está agotada la opción de convocar a “la calle”, por carecer de una
estrategia posterior; y además, señalan otros, esta opción ha sido
“traicionada” y “abandonada” por líderes “negociantes”, que entregaron
cualquier iniciativa a unas frustradas negociaciones, que al final −al menos
las emprendidas hasta ahora− lo que hicieron −dicen− al fracasar, fue
apuntalar más al régimen y languidecer las acciones de “calle”.
Imbuidos a lo mejor sin saberlo −o reconocerlo− por
ese espíritu de la antipolítica que fue esencia del triunfo del chavismo en
1998, además de estar contra las “negociaciones”, también están en desacuerdo
con los procesos de “diálogo”, pues no tiene sentido “negociar con delincuentes”,
dicen. Algunos también, al menos después del resultado electoral en los EEUU,
están desesperanzados de cualquier acción militar externa que antes esperaban y
otros además señalan estar ahora en desacuerdo con el desembarque de “marines”
en las costas venezolanas y en cualquier llamado a la insurrección militar,
pues consideran a los militares venezolanos −con toda razón, por cierto− la
mano oculta y responsable real de esta dictadura a la que estamos sometidos. Al
final, tal parece que algunos solo dejan abierto un estrecho e incierto camino
a una mítica “negociación”, que nunca nos dice cuál es, así como tampoco nos
dicen cuál sería una probable vía para salir de este oprobio.
En el desierto que atravesamos, sin guía y sin
opciones ampliamente compartidas, apenas reluce algo, más por costumbre o
temor, la idea de la mítica unidad; en la cual, en realidad y por lo visto,
nadie cree muy firmemente. Por temor y mito me refiero a que nadie en sus
cabales y que tenga una cierta aspiración de continuar en la política, va a
denigrar de la idea de la unidad −seria anatematizado quien así lo hiciera−,
pero luce que nadie está tampoco haciendo esfuerzos muy profundos al respecto.
Pareciera que estamos sumidos en una especie de
abandono “dirigencial”, a la espera de que las cosas se resuelvan solas,
confiados en que el tiempo todo lo cura; o que estamos esperando, nuevamente,
algún milagro desde el exterior, obrado por un “informe” de algún organismo
internacional o por los vientos nórdicos, que soplan de vez en cuando y de
cuando en vez, como pareciera que ahora vuelve a ocurrir.
Los partidos políticos, asumo, que están en fogosa
discusión interna para dirimir su futuro inmediato ante un reto que está allí,
insoslayable, como es la convocatoria de un proceso electoral, que como ya
sabemos, se va a efectuar con o sin la participación de la oposición
democrática, tras lo cual el régimen seguirá su curso, aun con el exiguo número
de votantes que se presenten, sin importarle para nada la legitimidad del
proceso o nuestro reconocimiento o el de la comunidad internacional.
Los actores políticos, asesores, analistas,
consultores, seguirán en su tarea de discutir y argumentar, con verdadero afán
las respectivas estrategias, la forma de desojar la margarita y decidir si vamos
o no al proceso electoral, si vale o no la pena votar, si debemos o no
embarcarnos en una nueva ronda de negociación, de diálogo. Con todos los
argumentos que ya sabemos y no vale la pena repetir.
Los líderes, que nos han conducido hasta aquí, reconocerán
o no sus errores y las críticas que se les han formulado, y algunos seguirán
−con poco o mucho apoyo− o surgirán otros, porque la experiencia también nos
indica que siempre aparecen otros o los mismos, montados sobre las olas, o
desde la profundidad de las aguas que los han revolcado. Pero, la política,
también se abre paso como la vida misma. Por eso hoy mi reflexión y mis
preguntas son otras. Mas intimas y personales, más ineludibles.
Nosotros dos, usted que lee y yo que escribo, que si
bien tenemos y sufrimos los problemas comunes de los venezolanos −inseguridad,
falta de gasolina, pésimos servicios públicos, alto costo de las cosas− pero
que seguramente no estamos tan agobiados por la cotidianidad, o preocupados a
muerte por el diario sustento, como millones de venezolanos, algunos de los
cuales han tenido que irse del país, dejando atrás amigos, padres y hasta
hijos, para intentar ayudarlos desde el exterior; usted y yo, repito, que hemos
optado por permanecer aquí… ¿Qué papel nos toca ejercer en todo esto?
Porque este país también es nuestro y no está muerto,
vive… aquí se trabaja duro, se invierte en lo que se puede, se estudia, se crea
arte, se hace música, se lucha −en fin−, se ama y se muere, por salir de este
oprobio. ¿Vamos a seguir en la amargura de quejarnos por todo? ¿Vamos a renegar
del país, darle la espalda y dejarlo por imposible?
Durante cuarenta años de floreciente democracia desde
1958, nos apartamos hacia la barrera, en busca de un burladero. Nos apartamos
de la política por ocuparnos de nuestros negocios, familias, actividad
profesional o académica y contribuimos −en buena medida− a propalar la
antipolítica que permitió que se encumbraran en 1998 los que destruyeron al
país. ¿Vamos a seguir culpando a los partidos, a los líderes que ayudamos a
surgir y que ahora pretendemos abandonar, por los errores y fallas en las que
nosotros también participamos? ¿Vamos a continuar esperando que aparezca esa
fórmula mágica de unidad, que confundimos con unanimidad, para comenzar a
actuar? ¿O por el contrario vamos a intentar hacer algo, desde nuestro espacio
natural de influencia, para convencer a los venezolanos de que sí hay una
solución y que depende del esfuerzo de todos?
No podemos seguir lamentándonos por la falta de éxito,
dando todo por perdido y regresar a nuestro rincón de las lamentaciones,
desconociendo ventidós años de lucha y resistencia. Aquí se ha luchado,
resistido y hecho muchas cosas durante ventidós años, en los que muchos
perdieron fortunas, futuro y vidas; años de éxitos y fracasos, pero que han
impedido que este régimen, de ínfulas totalitarias, se termine de adueñar del país
y acabe con toda resistencia. Que no quede duda que podemos contribuir a la
discusión, a difundir ideas, a aportar en la organización del país y llenarlo
nuevamente de esperanza, una y otra y otra vez.
Ismael
Pérez Vigil
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