Trino Márquez 25 de abril de 2021
@trinomarquezc
El
pasado 9 de abril se llevó a cabo una votación histórica en Estados Unidos. El
grupo de trabajadores de Amazon -la empresa de ventas por internet más grande
del mundo y la segunda empleadora de ese país, solo por detrás de Walmart- que
había promovido durante meses la formación de un sindicato en la sede de
Alabama, logró que los empleados sufragaran ese día para decidir si formaban o
no la unión. La iniciativa encalló. De los casi seis mil trabajadores que
participaron en la consulta, la mayoría se inclinó por rechazar la proposición
del núcleo promotor.
Una
verdadera pena que ese intento haya fallado. La consulta, como suele ocurrir
desde los tiempos de Donald Trump, movilizó y polarizó al país. Hasta el
presidente Joe Biden se involucró, de forma indirecta, en la defensa del
derecho a la sindicalización. Sin embargo, más pudo la agresiva campaña
desatada por Amazon para disuadir a los trabajadores de que se pronunciaran a
favor de la constitución del sindicato. En el operativo se combinaron
sutiles y velados con contenidos intimidatorios o chantajistas. Hubo amenazas
de represalias y coacción. Todo dentro de técnicas publicitarias y
comunicacionales muy sofisticadas. Nada de obscenidad. Nadie mostró los
colmillos de los altos gerentes de la compañía. Los promotores de la asociación
resistieron el embate, pero no pudieron convencer a la suficiente cantidad de
empleados.
Uno de
los argumentos más curiosos que oí durante la campaña fue el del señor Jeff
Bezos, dueño de la empresa. Argüía Bezos que los dependientes de Amazon
ganan muy por encima del salario promedio de sus equivalentes en otras
compañías del big tech y, en consecuencia, que no hacía falta
crear ningún sindicato para defender a los trabadores. Él, padre protector, ya
se encargaba, sin que nadie lo presionara, de cuidar a sus ‘queridos
empleados’. Ese razonamiento de Bezos no es solo patriarcal, sino profundamente
antidemocrático.
Los
sindicatos, a diferencia de lo que piensa la derecha rancia, no están asociados
al socialismo, sino al fortalecimiento de la democracia en el mundo. De hecho,
los sindicatos como formas independientes de organización de los trabajadores
desaparecen en los regímenes autoritarios, sean estos capitalistas o
comunistas. En las dictaduras militares, los sindicatos son proscritos o
pasan a ser dirigidos por mansos personajes que obedecen las directrices del
gobierno dictatorial. Exactamente lo mismo sucede en el comunismo. En la URRS y
sus países satélites de Europa del Este, las asociaciones obreras autónomas se
extinguieron. La ‘dictadura del proletariado’ proclamada por Marx en la Crítica
del Programa de Gotha y por Lenin en El Estado y la revolución,
se convirtió en la tiranía de un grupo de burócratas del partido. Los líderes
obreros genuinos fueron perseguidos y exterminados por Stalin y sus sucesores.
Lo mismo ocurre en China y Cuba desde hace más de siete y seis décadas,
respectivamente. No hablemos de Corea del Norte porque tampoco hay que abusar.
En
Venezuela, desde que se instaló Hugo Chávez en el poder, se inició el proceso
de demolición de la sociedad civil independiente. Las organizaciones no
gubernamentales (ONG) comenzaron a ser sustituidas por organizaciones muy
gubernamentales. Podrían identificarse como OMG. La destrucción y sustitución
de los núcleos independientes de la sociedad civil continuó a marcha acelerada
con Nicolás Maduro. Una de las víctimas favoritas de esta molienda han
sido los sindicatos y gremios autónomos. La CTV y las otras grandes centrales
obreras se esfumaron a lo largo de las dos décadas recientes. Ahora vienen por
las ONG que sobreviven en medio del acoso permanente. Ni siquiera elecciones
libres pueden convocar las uniones obreras o profesionales. Los
sindicatos y gremios que las convoquen pueden ser intervenidos por el CNE
o por el TSJ, a través de la Sala Electoral.
A Maduro
le gustan los personajes como Wills Rangel, presidente desde hace años de
la Central Bolivariana Socialista de Trabajadores (CBST), dispuestos a acatar
sus órdenes como si de ucases se tratara. A líderes como Rubén González,
de Guayana, los persigue y encarcela. Así actúa el antiguo ‘dirigente obrero’
del Metro de Caracas.
Los
sindicatos constituyen una conquista de la modernidad democrática. Conforman
una herramienta esencial de los trabajadores para luchar y defender sus
intereses sociales, y forman un instrumento clave para lograr la cooperación
entre empresarios y trabajadores; entre el capital y el trabajo. El
‘sindicalerismo’ -es decir, el uso de los sindicatos para
extorsionar o amedrentar a los patronos y crear una aristocracia
arrogante- representa una distorsión; un peligro que debe combatirse con
instrumentos democráticos: la consulta a las bases laborales, el diálogo y la
persuasión. Ningún empresario –privado o público- puede sustituir a los
representantes legítimos de los trabajadores.
¿Quién
iba a pensar que el hombre más rico del planeta iba a coincidir con el
presidente de un país tan arruinado como Venezuela? El lazo que los une es el
desprecio de ambos por la democracia.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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