Benigno Alarcón Deza 21 de abril de 2021
@benalarcon
Desde
que el gobierno decretó el Estado de Alarma el 13 de marzo de 2020, o sea, hace
ya algo más de un año, no porque hubiese una pandemia en el país, como sí la
tenemos ahora, sino para acabar con las protestas a las que Guaidó convocaba
todas las semanas, además de las que podrían generarse por el inminente colapso
en la distribución de gasolina, los venezolanos hemos asumido el uso del
tapabocas como protección, aunque también ha funcionado como mordaza colectiva.
Pero
el tapabocas como mordaza no pareciera funcionar solo para la población, sino
también para los partidos de oposición, de los que oímos poco desde antes de
las elecciones parlamentarias, y nada desde la consulta aquella. Silencio que
supera ya los cuatro meses, mientras el gobierno continúa avanzando en su
estrategia de dividir e imperar, negociando discretamente con algunos actores
políticos y sociales, mientras afina los instrumentos de represión contra
otros, como es el caso de las ONGs sobre las que ahora se pretende imponer
mecanismos de vigilancia anti-terrorismo, como hace China contra los
movimientos pro-democráticos de Hong Kong.
Entre
los temas que se negocian, con aquellos con los que el gobierno ha decidido
negociar mientras la pandemia ocupa la atención de todos, está lo relacionado
con la renovación de las autoridades del Consejo Nacional Electoral (CNE), que
tendrán la responsabilidad de organizar los próximos comicios regionales y
municipales; así como la entrega de algunas empresas expropiadas para su
reactivación, bajo condiciones que aún no conocemos.
Ante
tal escenario, los ciudadanos estamos obligados a definir nuestro rol en una
sociedad que es cualquier cosa menos organizada, y cuyo silencio, dispersión,
divisiones y fraccionamiento no es menor que el que tanto se le critica a los
partidos políticos. Si bien es cierto que el país cuenta, afortunadamente, con
muchas organizaciones civiles que sacan adelante un trabajo encomiable en
distintas áreas como las de derechos humanos, salud, asistencia a los más
pobres, educación, alimentación, libertad de expresión, entre muchas otras,
también es cierto que la inmensa mayoría de estas organizaciones, altamente
especializadas y profesionales, no son organizaciones de base.
Las
organizaciones de base, como los partidos, sindicatos, movimientos
estudiantiles, asociaciones vecinales, entre otras, están prácticamente
extinguidas, gracias a la acción perseverante del régimen que ha puesto todo su
esfuerzo en que así sea. Esto deja a las grandes mayorías sin espacios de
encuentro y articulación, lo que origina una mayor dispersión de las fuerzas
democráticas, exacerbando el miedo, la desesperanza y la tendencia a que los
ciudadanos de a pie tiendan a aislarse, mimetizarse y adaptarse para sobrevivir
en una realidad que, aunque no comparten, sienten que no son capaces de
transformar.
La
realidad es que las sociedad no solo pueden transformar la realidad en la que
viven, sino que son los ciudadanos, por acción o inacción, los únicos que
definen el tipo de sociedad en la que viven. Una sociedad desarticulada,
dispersa, desmotivada y apática, deja la puerta abierta para que una minoría
organizada tome las riendas del país y lo maneje autocráticamente y a su
conveniencia, por tanto tiempo como esa sociedad tarde en hacerse consciente,
en reaccionar, en organizarse y en activarse para cambiar esa realidad. En
sentido contrario, las sociedades articuladas, organizadas y motivadas, que
comparten identidad, terminan siendo las mejores garantes de un ejercicio
democrático del poder y el contrapeso más importante de quienes gobiernan,
sobre todo cuando los intereses de estos últimos no están alineados con los de
la mayoría.
La
organización y articulación de una sociedad que comparte principios y valores
termina convirtiéndose en un poderoso instrumento de movilización y activación
política capaz de lograr profundos cambios en el curso de la vida de las
naciones, como hemos visto en muchos casos a través de la historia de la
humanidad. Sin la participación de una sociedad civil consciente, organizada y
articulada, que asuma el protagonismo y la responsabilidad de transformar a su
país, los cambios sociales, económicos y políticos son improbables, aún cuando
fuerzas externas hayan tratado de implementarlos por la fuerza, como dejan
constancia los fracasos en Afganistán, Iraq o Libia.
Tres
buenas noticias y tres grandes temas
En la
actualidad existe una tendencia creciente, que no es accidental, a que la gente
se aísle y se mimetice en una especie de proceso de adaptación para sobrevivir,
que se refuerza a sí mismo en la medida que más gente adopta tal actitud, y a
quienes quieren continuar luchando les cuesta más encontrar a otros que, como
ellos, no se han rendido. Hoy en día, aproximadamente 3 de cada 10 personas no
se han rendido y están dispuestas a organizarse y articularse para seguir
luchando por sus derechos políticos, económicos y sociales.
Pese a
ello, hay buenas noticias. La primera es que 30% o 3 de cada 10 personas es
muchísimo más de lo que se necesita para conformar un poderoso movimiento
social. Por lo general los movimientos que han tenido éxito se conforman con
menos del 5% de la población. El reto, en un país que se ha desmovilizado
progresivamente y en el que la mayoría de la gente tiende a mimetizarse por
temor a las represalias del régimen, es que 3 de cada 10 personas se
encuentren, sean capaces de hacer a un lado sus diferencias y se organicen para
hacer algo. Pero si en otros países menos de 5 personas de cada 100 lo
lograron, no hay razón para pensar que nosotros no podemos.
La
segunda buena noticia es que en la medida que un porcentaje mínimo de la
población comienza a organizarse y articularse pare emprender iniciativas, se
produce una inercia positiva que tiende a sumar, convirtiéndose en polo de
atracción para muchas otras personas, incluso una parte de los desesperanzados
e incrédulos que se habían aislado por no encontrar aliados o espacios desde
donde luchar.
La
otra buena noticia es que este año, pese a todas las dificultades, exiten al
menos tres grandes temas que pueden constituirse, cada uno de ellos, en un
centro de gravedad para atraer e iniciar un proceso de organización y
articulación de ese 30% de la población que aún no se ha rendido. Estos tres
temas son la vacunación masiva contra el COVID-19, el intento del régimen por
imponer el Estado comunal, y las elecciones regionales y muncipales que deben
tener lugar a finales de este año, si la pandemia no sale de control y lo impide.
Considerando
que la sociedad civil está conformada por sectores muy diversos, con intereses
muy distintos, resulta vital aprovechar temas que, como estos, tocan intereses
comunes y sensibles para la gran mayoría del país, sobre los cuales es posible construir
consensos que permitan frenar la actual dispersión de las fuerzas democráticas,
que el régimen incentiva y aprovecha a través de su estrategia de dividir para
mantenerse en el poder, para así reconstruir, fortalecer y crear nuevas
organizaciones de base, abiertas a la participación activa del ciudadano de a
pie, que sirvan para articular a una gran mayoría del país que continuamos
creyendo que la democracia es posible para, a partir de allí, lograr el
reencuento de las fuerzas sociales y políticas para conformar una gran alianza
nacional por la democracia.
Benigno
Alarcón Deza
@benalarcon
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