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martes, 15 de junio de 2021

Mis días en una cola por la gasolina por @luisaconpaz

Por Luisa Pernalete

“Están echando gasolina en la bomba San Luis”, me informó una amiga el día miércoles. Ya yo había organizado mi semana para dejar un día completamente libre para esa tarea del venezolano de hoy. Tomé mis previsiones: agua fría, un juguito, unas galletas, fruta, un cuaderno y un par de libros, pensando en unas 5 o 6 horas, y me fui temprano.

Ocupé el último puesto en la cola, vi a quien tenía adelante -un camión volteo al cual se le notaban unas cuantas décadas de vida- y a los pocos minutos llegó otro señor, con carro pequeño, también con sus años acumulados visibles.

La cola comenzó a moverse como a la hora. ¡Buena señal! Ya estaban despachando. Yo combinaba mis notas, adelantaba algo de trabajo, con algo de noticias, gracias a la radio, salidas del vehículo para mover las piernas, y con calma y paciencia pasé la mañana. Pero a las 12:00, aproximadamente, la cola se detuvo y no caminó más. “Se acabó la gasolina. Quedamos para mañana”, dijo el de adelante -luego me aprendería su nombre, Juan José-, que tenía contactos con un joven que trabaja al lado de la bomba.

Para no hacer muy largo el cuento, pregunté qué íbamos a hacer, y ambos vecinos dijeron que ellos dormirían en sus puestos… algo a lo que no estaba dispuesta yo. “Me traje mi hamaca”, dijo Juan José. “Yo voy a mi casa y vuelvo”. Yo escuchaba y no sabía qué decir ni hacer. Al rato, ambos me dijeron que me fuera, les dije que vivía cerca, que no me preocupara, que ellos cuidarían de mi puesto, pero que volviera temprano.

Hasta entonces, yo no había pasado más de 7 horas en cola. Y tomé previsiones para llevar a mis solidarios vecinos café y pan con queso, como agradecimiento por haberme cuidado el puesto en la noche. Lo cual se repitió hasta el día domingo, cada vez llevando más café, añadí galletas y frutas al desayuno de los otros días.

El jueves llegó una gandola. La cola se empezó a mover como a las 8:00. Lentamente, pero se movía. Uno, mal pensado, sospechaba que estaban atendiendo, además de las motos que son las primeras que atienden, a lo que llaman “clientes VIPs”, que son esos vehículos que se van apostando cerca de la bomba y “pagan” ya sea a los bomberos o a “otros”, esos puestos preferenciales, o sea, sin hacer cola.

Ese día jueves, la cola se detuvo como a las 11:00 y no se movió más. No llegó más gasolina, tampoco el viernes ni el sábado hasta las 7:00 pm. El resto de la ciudad estaba seco también. Fui haciendo mis notas y las comparto.

Me preguntaba cuánto costaba cada litro de combustible a los venezolanos. No se trata sólo de los dólares, pues hay que tener dólares para poder pagar en las bombas no subsidiadas, es todas las horas que se invierten en la espera. ¿Y los que pierden su día de trabajo, como el señor Deibis, repartidor de pasta? ¡Cinco días sin trabajar!

Veía cómo se iban relacionando los vecinos de colas. Debo decir que hay más gente buena que mala. ¡Claro que están los “vivos”, los aprovechadores, también! Pero rescato la solidaridad. “Voy a mi casa y vuelvo”, decían algunos. En mi caso, única mujer en dos cuadras de cola, los vecinos me dijeron cada tarde que me fuera tranquila. De otra manera no hubiera podido echar gasolina el domingo.

Hablo también de la solidaridad de amigos y familiares pendientes de tu situación, e informando también. “Llegó gandola a tal parte”. O “Dicen que ya no viene más”.

Vi mucha gente yendo a su trabajo a pie, también mucha bicicleta con ciclistas con sus morrales. No andaban paseando, se notaba que eran gente de trabajo.

¡Cómo valoré la radio esos días! Informa, acompaña. Hay que dolerse por cada emisora que queda fuera del aire.

También me sorprende la capacidad emprendedora de los vendedores ambulantes: heladeros, chicheros, los que ofrecen café y pan, con pago móvil o con punto de venta. ¡Impresionante! “Se aceptan dólares, euros”, y de paso, muy amables.

En algunas de las paradas veo la “ayuda humanitaria” que brindan los árboles de mango. Más de uno pasa, y se beneficia de un árbol, bien cargado, que está en un terreno baldío. ¡Naturaleza generosa!

Como profundización del drama, observo que algunos ya el sábado no tenían gasolina para ir a sus casas y volver. “Solo tengo para llegar a la bomba”, decía la mayoría, y otras personas ayudaban a empujar los vehículos. ¡Un país petrolero en esta situación!

Otra observación: nos hemos igualado por debajo. Ahí estábamos unos y otros. Yo observé aproximadamente 50% de vehículos muy viejos, y 50% de vehículos de 10 años o menos. No vi camionetas último modelo. Esas tal vez estaban entre los “clientes VIP”. Pero en esa cola estábamos profesionales, comerciantes, obreros… unidos en la adversidad.

Hace un tiempo escuché a un psicólogo social hablando sobre las medidas de seguridad en la cuarentena, y decía que la gente va agarrando confianza, y cree que de los conocidos no se va a contagiar. Yo observé que, entre los cercanos en la cola, poco usaban sus mascarillas adecuadamente y no todos mantenían el distanciamiento social. ¡Confianza entre conocidos!

Gente amable en todas partes. Comenté que era la única mujer en dos cuadras que yo divisaba. Tenía una desventaja en relación a mis vecinos de cola: el baño. Un señor, de una frutería a la que entré un día, me ofreció el baño de su local, lo cual agradecí enormemente.

Otra anécdota. El sábado me quedé sin batería, no sabía la razón, pero lo comuniqué a los de adelante, e inmediatamente llegaron varios a auxiliarme. “Tranquila, señora”.

El sábado en la noche llegó una gandola. Inmediatamente me llamó uno de los “vecinos” y me aconsejó que me fuera al día siguiente muy temprano, no fuera que recogieran las cédulas tempranito y yo no estuviera. Me fui a las 5:00 y repartí café y pan con queso.

Hay que tener mucha salud mental para resistir esta situación en medio de la Emergencia Humanitaria Compleja, la pandemia, y los problemas de cada quien, pues cada acción en este país es una carrera de obstáculos.

11-06-21

https://www.correodelcaroni.com/opinion/mis-dias-en-una-cola-por-la-gasolina/

 

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