Por Tulio Ramírez
Los personajes de
la Radio Rochela definitivamente dejaron huella en la memoria de los
venezolanos mayores de 50 años. Todos los lunes a las ocho de la noche y por
más de medio siglo, buena parte del país sintonizaba a «la gran cruzada del
buen humor» para deleitarse con los sketchs, ocurrencias, improvisaciones,
personajes y caracterizaciones de un elenco que disfrutaba tanto como el
televidente de ese rochelero programa.
Por supuesto, era otra
época. En el país se podía caracterizar a un político sin temor a parar en las
celdas de los cuerpos de seguridad del Estado. Quién no recuerda a Cayito
Aponte imitando a Carlos Andrés Pérez; a Laureano Márquez asumiendo el
personaje de Rafael Caldera, o a Ricardo Gruber y César Granados («Bólido»)
interpretando magistralmente a Jaime Lusinchi, el primero, y a Luis Herrera
Campíns, el segundo.
Nos reíamos a
carcajadas de sus imitaciones y de la picardía del guionista, que colocaba a
los imitados en situaciones jocosas, sin ridiculizarlos ni exponerlos al
escarnio público. Estoy seguro de que buena parte de esos personajes
disfrutaban viendo a sus imitadores y no usaron abusivamente el poder para
acallar a estos artistas, a los directores o a los guionistas.
Me atrevería a afirmar
que, aun con todas las críticas, durante el período que va del posperejimenismo
al prechavismo, vivíamos en un ambiente de libertades poco común en la región.
Venezuela se convirtió en un ansiado destino para todo el que huía de una
dictadura, sea de derecha o de izquierda.
Recuerdo a colegas
oriundos de países del Cono Sur ,que salieron al exilio sin tiempo de meter en
la maleta el título universitario, que llegaban al país buscando la perdida
libertad. Cómo no hacer referencia a colegas nicaragüenses, panameños y cubanos
que salieron de sus países despavoridos por la represión revolucionaria. Todos
ellos, al ver la Radio Rochela, se convencían de que habían tomado la
decisión correcta.
Todos los personajes eran interpretados con mucho profesionalismo. Me referiré a uno de los más recientes. Lo interpretaba Emilio Lovera bajo el nombre de «Gustavo, el Chunior». Un locutor de radio con una profunda ignorancia que atribuía significados erróneos a palabras mal pronunciadas. En fin, el prototipo de lo que no se debe hacer con la lengua castellana. La seguridad que demostraba ante sus barrabasadas era lo que hacía gracioso al personaje.
Pero llegó el comandante y mandó a parar. Chávez no renovó la concesión a Radio Caracas Televisión y la Radio Rochela salió del aire, cortando el invicto de ser el programa más longevo de la televisión latinoamericana.
La intolerancia al
pensamiento diferente hizo que también cerrara, o adquiriera para el gobierno,
otros canales de televisión, emisoras de radio, periódicos, además de meter
preso o enjuiciar a editores, periodistas y a dueños de medios que nunca se
plegaron al régimen.
Traigo a colación al personaje
de marras porque ahora se invirtieron los papeles. Ya el Chunior no está en la
TV, pero sí multiplicado en cientos de funcionarios del gobierno. La diferencia
es que Emilio hacía una parodia un tanto exagerada, para hacer reír al público,
mientras que los Chunior, que andan sueltos por allí, se interpretan a sí
mismos y juran que cada vez que hablan están dando lecciones del más puro y
clásico castellano.
Ayer observé por las
redes sociales un acto de graduación en una universidad oficialista. El rector
comenzó su discurso protocolar diciendo: «En nombre del presidente Nicolás
Maduro, padrino de la promoción, y con la autoridad que me confiere la ley,
otorgó los títulos y títulas de médicos y médicas». Retírate, Emilio,
la competencia es muy brava.
PD: los profesores
aludidos en ente artículo huyeron despavoridos de Venezuela por las mismas
razones por las que salieron de sus respectivos países.
Tulio Ramírez es Abogado,
Sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor
en UCAB, UCV y UPEL
30-08-21
https://talcualdigital.com/el-chuuuuniooor-por-tulio-ramirez/
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