Fernando Rodríguez 29 de agosto de 2021
Parte
de la incomunicación tan mentada entre los políticos y las mayorías tiene que
ver con la falta de información de estos hacia aquellas. Sobre el diálogo en
México lo que se oye por allí, al menos para los que todavía quieren saber, es
siempre hipótesis de opinadores, unos más hábiles e informados que otros. No se
va a conseguir nada porque Maduro va a darle una patada a la mesa y lo que
quiere es ganar tiempo (eso de ganar tiempo siempre me ha parecido curioso,
ganar cuánto tiempo y para qué, si tiene más de 20 años en sus alforjas y se
supone lo suficientemente guapo y apoyado como para darle patadas a las mesas).
Para qué necesita tiempo.
Le van
a quitar las sanciones, pero a cambio de cuatro centavos, unos presos –ya
conseguirá sustitutos–, algunas reformas electorales insustanciales y unas
promesas de respetar la Constitución que ya sabemos lo que valen. Hay hasta
optimistas que dicen que ahora sí, porque la opinión internacional
está mosca y el gobierno está en caída libre, sin diésel, sin vacunas y con
electricidad temblorosa. Así se puede seguir elucubrando si motiva el acertijo.
Hay
quien no debe ni saber de la existencia del tal diálogo. ¿Qué no? Fíjese, según
la encuesta Delphos-UCAB, algo más de la mitad de los venezolanos no se enteró
de que hubo unos cambios significativos en los rectores del CNE. ¿Curioso,
verdad?
Bueno, lo que le dijo esta semana Guaidó a Infobae es
muy claro y disipa unas cuantas dudas fundamentales. Quedan otras, pero no se
puede pedir tanto. La primerísima es que lo que se va a buscar es esencial y
rotundamente —casi única presa— una elección presidencial adelantada. Pronta,
hecha como Dios y Constitución establecen. Lo demás es secundario, más bien
retórico. El país cambiará cuando cambie el Ejecutivo, es la única manera de
salir de la pesadilla. Cosa que en nada sorprende, pero la dice quien lo dice.
También parece tener muy claro —lo reitera— con qué tipo de rufianes está
negociando.
En
segundo lugar, las elecciones de noviembre van y no se opone, sin mayor
entusiasmo –él mismo no ha decidido si votar–, no van a cambiar mucho las
cosas. No son solución, pero tampoco es cuestión de abstenerse.
Ahora
bien, de no darse esta permuta central, pues seguirá la presión internacional y
todo irá peor para el régimen y, desgraciadamente, para el pueblo venezolano.
Vea
usted cuánto avanzamos en conocimiento de lo que ha de acontecer. Pero quedan,
también, incógnitas. Se supone que hay más de una oposición en México. Digamos
que al menos la de Capriles, para simplificar, aunque es posible que haya
varios matices más.
Si la
resolución de la negociación es la que desea Guaidó, pues ni modo, todo el
mundo debería estar contento. Pero si no, las cosas pueden complicarse, porque
Capriles posiblemente no anda en el plan de continuar sacando a Maduro por la
fuerza sino por opciones más conciliadoras y a largo plazo, cohabitacionales se
diría. De manera que allí podría surgir quién sabe qué. Que la pelea no sea
entre dos sino entre tres… y ruda. Recuérdese el carajazo de Leopoldo López.
Eso sí no lo sabemos. En ese caso, la intervención de José Gregorio y María
Lionza van a ser de rigor.
Fernando
Rodríguez
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