Por Luis Salomón
Hace
casi 30 años, Julio Castro pegó en la puerta de la nevera de su casa una lista
que le pareció fundamental. “Es el ABC de la preparación en caso de una
epidemia”, le dijo a su esposa. Era el año 1993, y Julio era entonces
estudiante del posgrado de Medicina Interna. Regresaba de Boston después de
visitar al médico Carlos Torres-Viera, quien había sido su compañero de clases
desde el primer día en la Escuela de Medicina de la Universidad Central de
Venezuela y ahora estudiaba su posgrado de Medicina Interna en la Universidad
de Yale. Los materiales pegados en la nevera eran de un seminario de fin de
semana al que asistieron juntos.
Cuando
terminaron el posgrado de Medicina Interna, cada uno por su lado empezó el de
Infectología. Se daba inicio a una carrera en enfermedades infecciosas que por
muchos años los preparó para entender todos los cambios que hemos vivido en
este último año y medio.
Julio
Castro se ha convertido en uno de los médicos más conocidos del país. Como
infectólogo, ya había trabajado en diversas epidemias de Chagas y hepatitis.
Además de su práctica médica, su formación en modelos matemáticos ha
contribuido a la investigación y comprensión de eventos epidemiológicos en
Venezuela. Su trabajo permitió estimar
el alcance de la epidemia de zika en el país durante 2016. Su rol como
asesor de salud de la Asamblea Nacional ya había puesto su nombre en los
medios, y en la pandemia la atención mediática ha aumentado. Atendió al primer
paciente confirmado de covid-19 en Venezuela, es parte de la mesa técnica de
vacunas y, ante la falta de información oficial clara, sus videoconferencias
han atraído a miles de personas y su cuenta de Twitter a veces parece un
consultorio virtual.
Cerca
de cumplir el primer año y medio de la pandemia, conversamos con Castro para
conocer su perspectiva sobre la situación de la epidemia en Venezuela, el
proceso de vacunación y cómo ha sido su experiencia en estos casi 18 meses.
En
febrero del año pasado publicaste un
artículo en Prodavinci previendo la posible llegada del coronavirus al país y
atendiste el primer caso oficial. Ha transcurrido año y medio, ¿qué es lo que
más te ha sorprendido de este proceso en el país?
Yo
diría que en lo estrictamente virológico-epidemiológico no me han sorprendido
muchas cosas. La epidemia es algo que estudiamos, analizamos históricamente y
se supone que tenemos que prepararnos. No es la primera epidemia que me toca
vivir. Ya tuvimos H1N1, he estado relacionado con epidemias de hepatitis A,
Chagas, dengue, chikungunya, zika. La mecánica de la epidemia en general es
para nosotros un proceso similar.
¿Qué
cosas dentro de la epidemia sí fueron quizás sorpresivas? Voy a poner un
ejemplo: la epidemia es como un huracán que tiene un trayecto muy probable, que
puedes más o menos predecir. Cuando ves los huracanes que pasan por el Caribe,
se dice que va a pasar más o menos por tales sitios y que será de categoría
tal. Hoy en día tenemos argumentos técnicos para tener una visión aproximada de
lo que puede pasar con una epidemia. En Venezuela, en febrero de 2020, con un
sistema de salud desestructurado, con problemas en los servicios públicos, con
problemas con los recursos humanos, cosas que ya sabíamos en torno a la
emergencia humanitaria compleja, veíamos venir un huracán categoría 5 de frente
y nosotros en un palafito. Esa es la imagen que yo tenía.
Repentinamente,
por razones que ni siquiera entendimos en el primer momento, el huracán de
categoría 5 disminuyó a tormenta tropical. En Venezuela solamente. Veías
alrededor y, al lado, en Colombia, era un huracán tipo 4, en Chile uno tipo 5,
en Brasil igual. Esa primera diferencia del impacto de la epidemia, al menos
hasta ahora, entre Venezuela y la región, para mí sí fue un aprendizaje.
Además
de atender pacientes, hemos hecho un esfuerzo por tratar de entender ese
fenómeno y explicarlo desde lo científico. Como parte del centro de mi vida es
la investigación, esa semilla de por qué esto pasó en Venezuela fue tomando
curso, estudio, análisis. Creo que hoy en día tiene una primera
respuesta: publicamos un paper científico hace unas semanas donde analizamos datos
que hemos recabado, que tiene muchos millones de puntos de información e inputs de
diferentes sectores relacionados con la epidemia. Lo hicimos dentro de un grupo
de científicos, con gente reconocida en el Reino Unido, gente de la Academia de
Ciencias Físicas y Matemáticas, María Eugenia Grillet y Margarita Lampo, que
son expertas en modelos matemáticos.
En ese paper encontramos, para hacerlo corto, que un determinante fundamental en el impacto relativamente modesto que ha tenido la epidemia en Venezuela fue la falta de gasolina. Era muy claro para mí desde el principio que la mayor transmisibilidad del virus está relacionada con un elemento humano. El virus tiene su potencialidad, tiene su condición innata de si es más transmisible, de si produce más enfermedad, pero había un elemento modificador de ese tema: el elemento humano. Si tú te imaginas la epidemia en la Gran Vía de Madrid o en la estación Termini de Milán, el volumen de personas por minuto, y eso lo comparas con Chacaíto o con Santa Elena de Uairén, estamos hablando de fenómenos muy diferentes en términos de transmisibilidad.
Uno
de los primeros elementos, que también expusimos
en Prodavinci en un primer momento, es que el producto interno bruto era
un marcador de la transmisibilidad. No porque sea más rico o más pobre, sino
porque de alguna manera expresa esa relación entre los seres humanos. Eso
también fue un aprendizaje, que quizás no me esperaba antes de la epidemia en
Venezuela.
Un
segundo elemento es la incapacidad nuestra, a pesar de muchas herramientas que
tenemos hoy en día, tecnológicas, modelísticas e inmunológicas, de entender la
propia dinámica del virus. Por ejemplo, estimar que iba a haber variantes con
un impacto como el que han tenido. Al menos para mí, ha sido una señal de
cautela. Un poco aceptar que quizás no sabemos tanto de los elementos que
estábamos viendo. Nos dice que vayamos con cuidado, porque esto puede ser más
complicado de lo que parecía en un primer momento.
Lo
que me ha extrañado más, ya no en lo viral, es la incapacidad del ser humano
para aprender y entender lo que está pasando. El poco entendimiento del entorno
político sobre los fenómenos científicos y biológicos. Que haya países como
Estados Unidos en donde el 30% de la población no quiere vacunarse. Hay cosas
que no entiendo del ser humano todavía. Me cuesta entender por qué una persona
que tiene conocimientos, que tiene cierto nivel de cultura, que tiene
información, que es capaz de entender una evidencia y cómo funciona una vacuna,
decide no vacunarse. También me cuesta entender cómo todavía a estas alturas
hay estructuras de gobierno, en buena parte del mundo sin mucha diferencia
entre países avanzados y no tan avanzados, que no usan la información,
evidencia y conocimiento que tienen cerca de su entorno científico y siguen
tomando medidas que, de alguna manera, dejan por fuera el conocimiento que
hemos adquirido. Eso me sigue preocupando.
Hay
aprendizajes familiares, profesionales. Quizás me cuesta entender que pasé un
año, ya vamos por año y medio, viendo la misma enfermedad muchas veces al día,
todos los días, todo el tiempo. Entendía cómo podía ser una epidemia, pero
pensar que iba a ver 10 o 20 pacientes al día con la misma enfermedad, durante
tanto tiempo seguido, sí era difícil de imaginar.
Al
ser una enfermedad nueva, no había mucha información disponible. ¿Qué tan
difícil ha sido tratar a pacientes cuando todavía se está aprendiendo sobre los
tratamientos que funcionan?
Al
principio era muy angustiante. Primero por nuestra propia incertidumbre. Imagínate
que tienes un paciente enfrente, con una enfermedad que no conoces y no sabes
qué hacer. No hay ninguna guía. La primera vez que tuve un paciente enfrente,
había visto otros virus, enfermedades parecidas, pero era un dilema interno.
Era una pregunta ética conmigo mismo sobre este escenario. Traté de ver qué
había hecho en oportunidades similares.
Yo
creo que el ser humano cuando está muy confundido, cuando no entiende qué está
en su entorno, busca sus referencias naturales: sus libros, sus profesores, sus
amigos, la gente que piensa que sabe más y que lo puede ayudar y guiar. A lo
mejor están igual de perdidos que tú, pero te pueden dar una linterna para
manejarte en ese mundo medio oscuro y tenebroso en que nos estamos
desenvolviendo.
Entonces
traté de leer qué se estaba haciendo en otras partes, llamé amigos. A Carlos
Torres-Viera, por ejemplo. En ese momento él no había tenido a su primer
paciente con covid, y él
mismo estuvo enfermo pocos días después. Le pregunté qué haría en mi caso, él me dijo
unas cosas y eso fue lo que hice al final. Eso ya no lo hacemos. Ya se demostró
que esas medicinas no funcionan. Pero eso fue lo que teníamos en ese momento en
mitad de la incertidumbre.
Segundo,
el manejo de volumen masivo de información que nos llegaba de diferentes
partes, que había que procesar para discernir lo que era importante de lo que
no lo era. Fue muy duro eso. Colateralmente, tenía que tratar de entender cuál
debía ser mi rol en casa, en mi hospital, con mi familia, mi entorno social,
mis amigos y mi país.
Hemos
atravesado dos oleadas en Venezuela. Aún con sus limitaciones, las
cifras oficiales muestran una cantidad de casos alta con una tendencia sostenida en el
tiempo. ¿Cuál es la situación de la epidemia en el país actualmente?
Tenemos
los datos oficiales, es decir, los datos de los resultados de pruebas PCR, y
los datos de los monitoreos extraoficiales que nosotros hacemos. Es muy claro
que estamos en una segunda onda pandémica muy prolongada, bastante intensa. Si
ves los
números oficiales, el promedio de casos por semana en estas últimas 19 semanas es
mayor que lo que tuvimos en la otra onda pandémica, en números reales. En
términos de duración ya vamos para tres veces lo que duró la otra.
Ese
impacto, que es lo que nosotros llamamos carga de enfermedad, a
pesar de que quizás no se note como lo que se vio en Brasil, Ecuador, Chile, a
la larga termina siendo una carga muy importante para el sector salud
venezolano. También para la economía, para la vida social del ciudadano.
Lo
que yo diría es que estamos en esta segunda onda, muy larga, y no sabemos qué
va a pasar de aquí en adelante. Como a otros países les ha pasado, puede que la
segunda onda baje; puede que la segunda onda pase a la tercera onda sin que
baje la segunda. Son escenarios posibles que pueden estar delante de nosotros.
Los
picos en la región han sido muy intensos (Brasil, Chile, Argentina, Ecuador, Perú,
Colombia), pero duran 4-5 semanas. En Venezuela, quizás no ha sido tan alto,
pero sí han sido muy largos. Eso nos diferencia un poco y probablemente tiene
que ver con esta misma dinámica de transmisión que es menos aguda, pero más
prolongada. Estos comportamientos claramente obedecen a la situación diferente
que tiene Venezuela dentro de la región. Ahí debe estar metida la
hiperinflación, la situación política, la situación económica, la situación de
la gasolina y el diésel, muchas otras cosas que terminan modificando el evento
final, que es tener más casos por más tiempo.
Comentando
justamente el rol del comportamiento en la evolución de la pandemia. Nos
encontramos en un momento en que los controles parecen estar bastante
relajados, no hay casi restricciones de movilidad y eso se une a la detección
de la variante delta en el país, mientras ya iniciaron actos de campaña y vamos
próximamente a elecciones. ¿Qué podemos esperar? ¿Qué preocupa de este
escenario cuando venimos de una cantidad alta de casos?
Yo
diría que hay dos escenarios. Escenario uno, que la segunda onda pandémica
empiece a bajar progresivamente y eventualmente pueda subir en cualquier
momento próximo. Creo que este es un escenario real.
El
segundo escenario, que creo es el más probable, es que pasemos de la segunda
onda pandémica a una tercera, predominando la variante delta, con alta
transmisión (mayor a la que tenemos ahora). Para mí, va a durar un tiempo
indeterminado, y nos va a llevar al segundo semestre del año. Quizás un mes o
dos meses. Puede empezar dentro de unas semanas si la variante delta hace lo
mismo que en el resto de los sitios donde ha estado (Estados Unidos, Europa, la
India, etcétera).
Yo
diría que a pesar de que hay más relajamiento en relación a las medidas de
distanciamiento social, siento que la gente sigue utilizando tapabocas, en la
calle al menos. Creo que es importante y hay que seguirlo haciendo. Pero nos
hemos relajado en el tema del control de lo que yo llamo la “burbuja”. Pasamos
un año teniendo relación solamente con nuestro entorno muy cercano, entonces
ahora vemos fiestas de graduación, matrimonios en casas de fiestas con 500
personas. Está la actividad de campaña que comentas. Empiezas a ver actividad
mayor que aumenta el riesgo. Creo que con la sumatoria de eso el escenario más
probable es que pasemos de segunda a tercera sin bajar los casos.
Recurrentemente
surge el debate entre abrir la economía y sacrificar un poco los controles para
que haya actividad, y esto muchas veces se une con qué tanto peso tiene la
responsabilidad individual en comparación con las autoridades. ¿Cómo se
balancea esto? ¿Quién tiene más responsabilidad? Algunos acusan a quienes no se
cuidan, mientras que otros simplemente no ven incentivos para seguir cumpliendo
las normas.
La
epidemia hay que entenderla como un fenómeno dinámico. Pensar ahorita en una
cuarentena como la que tuvimos en abril del año pasado no luce sensato. La sociedad
no puede vivir así. Creo que lo que luce más lógico a estas alturas es entender
que esto es como un grifo que abre y cierra. Cuán fuerte aprietas la tuerca, o
cuánto la aflojas, debería estar relacionado a algunas variables que fueran
comprensibles para todos los ciudadanos, no solamente para los gobiernos, y que
tuvieran las reglas claras.
Me
llamó mucho la atención en Europa que la gente tiene muy claros los niveles de
transmisión basados en los criterios epidemiológicos. Tenían niveles de
transmisibilidad asociados a los datos oficiales. Así tenían claro cuándo las
medidas iban a ser más difíciles (aparición de toque de queda, nuevas
cuarentenas estrictas, el tema de los colegios, las universidades, el tema del
uso obligatorio de tapabocas y los espacios cerrados). Las medidas están muy
asociadas a niveles de severidad de transmisión que todo el mundo acordaba como
válidos.
Lamentablemente
en nuestro entorno eso no es así. No entendemos a estas alturas por qué unas
veces el 7×7 sí se aplica y otras veces el 7×7 no. No sabemos cuándo hay alta
transmisión, cuáles deberían ser los grupos que sí van a trabajar y cuáles no,
cuándo puede haber colegio. Entonces es mucho más difícil para nosotros como
ciudadanos entender la dinámica.
Si
el ciudadano entiende que estamos en nivel amarillo, con una transmisión de
tantos casos por mil habitantes, entiende también que su gobernante tome una
medida más restrictiva en el tema de la movilidad porque todos estamos viendo
el mismo escenario. Es mucho más fácil acordar las cosas socialmente.
Sobre
lo que no tengo duda es que si no hay un alineamiento entre el deber individual
de los ciudadanos y los deberes sociales de los gobiernos. Ahí va a haber
conflicto y va a haber dificultad en el control de la epidemia.
Probablemente
habría que ver los modelos de algunos países de Europa del norte, Alemania,
algunos países asiáticos, que sin duda han tenido un desempeño mejor en
promedio. Hoy en día esas economías empezaron a reactivarse más tempranamente
que las otras. Yo no creo en el dilema de que esto o es la economía o
es el virus. No. Creo que ambas cosas están relacionadas. Hay momentos en
que la predominancia debe ser el control del virus porque la situación está
desbordada, y hay momentos donde la situación es de mayor calma, que te permite
mayor flexibilidad en lo económico.
Creo
que todavía hay muchas lecciones que debemos ir aprendiendo de esta interacción
de la pandemia, en particular con la economía, porque creo que estamos lejos de
ver el impacto final. Es posible que se vaya el virus, ojalá se vaya rápido y
pronto, pero el impacto va a quedar en los sistemas de salud, en las
situaciones no atendidas por la misma pandemia. Por ejemplo: ¿cuántas personas
dejaron de atenderse, vigilarse, diagnosticarse el cáncer durante todo lo que
ocupó la pandemia en este año y medio? Ese
costo de diagnósticos retrasados, fallas en las quimioterapias, radioterapias,
tratamientos, va a pagarse en vidas. Son impactos indirectos de la epidemia que
no van a terminar con el virus, pero pueden durar quizás algunos años más. Es algo que tenemos
que ir midiendo progresivamente.
Fotografía de Andrés Kerese | RMTF
Para
que haya transparencia también debe haber un sistema de diagnóstico robusto,
capaz de reflejar la realidad aproximada del país. En Venezuela sabemos
que desde el principio se
centralizó todo el diagnóstico de covid en el Instituto Nacional de Higiene, pero había esfuerzos de monitoreo, se
llamaba a las familias. Este año pareciera que dejó de ocurrir. ¿Qué está
pasando con el sistema de diagnóstico en estos momentos?
La
verdad es que en el caso venezolano, si lo comparas con el resto de la región,
es muy mediocre. Colombia pasó de hacer quizás 10 mil pruebas de PCR al día a
70 mil al día en este momento. Así podríamos decir de muchos otros países.
Lamentablemente la capacidad de diagnóstico en Venezuela creo que responde a
una política pública de seguir teniendo el control hegemónico del diagnóstico y
no aumentar la capacidad, aunque hay la manera de hacerlo. Puede tener una
lógica gubernamental, política, administrativa, estratégica, lo que sea, pero
desde el punto de vista epidemiológico no tiene ninguna lógica.
Haber
traído a través de un acuerdo con el mismo Ministerio de Salud una estrategia
de diagnóstico con antígenos, que es una de las pruebas que recomienda la
Organización Mundial de la Salud, haber gastado dinero de la nación en eso y no
haberlo utilizado es algo para mí muy difícil de comprender.
No
hemos mejorado la capacidad diagnóstica formal, pero tampoco además asumimos lo
que otros países asumieron. Cuando vas en una tormenta, tienes que utilizar
seis o siete instrumentos de navegación diferentes, porque algunos pueden
fallar en determinado momento. O en determinado momento un indicador es mejor
que otro. Probablemente la cantidad de PCR por día lo es en un momento, en otro
momento el porcentaje de PCR positivo, el número de fallecidos, o el número de
camas ocupadas; en otro momento es el porcentaje de camas de terapia intensiva
ocupadas o el número de personal de salud enfermo. Hay muchísimos indicadores.
Lamentablemente
en Venezuela no hemos hecho uso de esos indicadores para entender mejor la
pandemia. Seguimos usando solamente el número absoluto de PCR positivos por
día, que es el único instrumento oficial que hemos tenido durante la pandemia.
Eso creo que es un retraso terrible.
Sin
datos y con tantos problemas para encontrar información que refleje la realidad
de lo que está ocurriendo con la epidemia, ¿alguna vez tendremos una forma de
estimar el impacto de la epidemia en Venezuela, en relación a casos y muertes?
Yo
creo que sí, porque no pueden ocultar los muertos. En todas partes del mundo
muere más o menos el mismo número de personas todos los días, todos los meses y
por ende más o menos todos los años. En la mayoría de los países que avanzan,
su mortalidad va bajando muy paulatinamente y eso hace que mejore la esperanza
de vida. Es lo que uno espera, porque hay desarrollo tecnológico, la
modernidad, etcétera.
Vamos
a suponer, voy a poner un número teórico, que en Venezuela mueren cien personas
por mes, lo que significa que serían 1200 muertos al año. En algún momento,
cuando los investigadores revisemos, vamos a ver cuántas personas murieron en
2019, en 2020, en 2021. Ahí vas a ver un pico de mortalidad, que es lo que se
conoce en Epidemiología como exceso de mortalidad. Sobre una línea base de
muertos esperables, porque la gente se muere normalmente, vas a tener un exceso
de mortalidad y ese exceso que no se puede esconder nos va a dar una idea de la
magnitud, más allá de los casos por PCR, que es lo que sabemos hoy en día.
Ese
exceso de mortalidad, para quienes estamos relacionados con el mundo de la
investigación, hablará elocuentemente de cuál fue el impacto real en Venezuela.
Aun cuando las causas de muerte de ese exceso hayan sido mal catalogadas. Por ejemplo,
una persona que tiene un covid leve, no fue para el médico y se murió en su
casa de un infarto, era una muerte atribuible al covid que tiene complicaciones
trombóticas o tromboembólicas. Lo cierto es que el número de muertes anuales
por infarto es más o menos estable. Si tienes un aumento vas a tener un exceso
de mortalidad por infartos que es imputable al covid.
Hace
unos meses comenzó la vacunación con un proceso desordenado y sin fases claras,
lo cual contrasta con la forma en que se ha vacunado en otros países. ¿Cuáles
son los aspectos que te han llamado la atención de la vacunación en Venezuela y
qué cambiarías?
El
primer elemento es que no hay una guía, no hay un plan, no hay estrategia.
Bueno, a lo mejor la hay, pero no hay un plan escrito. ¿Cómo se evidencia eso?
El 90% de los países dicen plazos. Por ejemplo, al 31 de agosto deberían estar
vacunados el 80 o el 90% (o la meta que pongan) de las personas mayores de 75
años. El primero de septiembre empiezan los de 70, y así. Vacunar por fases, que
no hay que ser ningún genio para hacerlo, en Venezuela lamentablemente no
ocurre.
No
solamente no es así, sino que no está planteado que sea así. No está escrito en
ninguna parte. Y si está escrito, no se cumple. Ese es el primer elemento que
yo cambiaría: que todos los venezolanos tengan claro cuándo les toca vacunarse,
porque eso baja la presión, lo hace más equitativo, puedes enfocar mejor tus
recursos. Tiene muchísimas ventajas.
¿Qué
cosas creo que han cambiado quizás para bien? La estrategia gubernamental
durante la primera fase de la vacunación, diríamos hasta marzo, estaba muy
enfocada en hospitales, lo cual tenía sentido porque tienen que vacunar primero
al personal de salud. Pero siempre se hizo un énfasis muy importante, al menos
discursivo, de llevar la vacunación a los centros de atención primaria, que son
centros muy pequeños, con muchas dificultades y cuyo costo operativo es muy
ineficiente en términos de cantidad de vacunas que puedes poner por la
dimensión del centro.
Cambió
esa visión a tener centros de vacunación, un megacentro como Parque Miranda, un
estadio, un centro comercial. No ha cambiado todo lo que a mí me hubiera
gustado, pero sí se nota que en algún momento hubo un reenfoque hacia centros
de vacunación que no eran sitios del sector salud. Creo que hubo un cambio
sutil en ese tema. No podemos atribuirlo a las discusiones de la mesa técnica
nacional (de vacunas), aunque eso se discutió en la mesa técnica nacional.
Una
parte de la mesa de vacunas, que es el sector académico, elaboramos un
documento que le hicimos llegar al ministro, a la Organización Panamericana de
la Salud y a Unicef, donde ese enfoque estaba muy calculado, con números y
modelos. Yo no puedo decir que se deba al documento, honestamente, pero
repensaron la cosa y Ministerio de Salud reenfocó. No me importa la causa: me
importa la consecuencia. Hubo un cambio y es algo positivo a resaltar.
Debemos
resaltar que, al menos dentro de la discusión de la mesa técnica nacional, la
óptica del doctor Alvarado, que es el ministro, es traer la mayor cantidad de
vacunas posible. También era la nuestra. Que no ha sido un hecho, esa es otra
historia por diferentes razones. Algunas imputables al ministerio o a la forma
de decidir las cosas, y otras no imputables porque la falta de disponibilidad
de vacunas es mundial. Pero yo debo reconocer que, al menos yo, he sentido de
parte del doctor Alvarado la intención de buscar la mayor cantidad de vacunas.
Probablemente las decisiones que han afectado el tener acceso a más vacunas no
vengan del entorno estrictamente técnico, sino de otro como el político.
Yo
quisiera tener una campaña de vacunación que tuviera un vocero que todos los
días dijera cuánta gente vacunamos, por ejemplo. Como lo han hecho muchos
países. Esa dinámica del timing de la vacunación y la
información es muy importante para estimular a la gente a vacunarse, para que
sea más eficiente, para que sean más transparentes los datos. Lamentablemente
esa es una caja negra, nadie sabe dónde, cuándo, quiénes. Esa es otra cosa muy negativa
que está signando la vacunación en este momento.
Hace
unas semanas presentaste junto a un grupo de médicos una propuesta
de vacunación que tenía la meta de cumplir el 70% de la población para
este año. Más de 22 millones de personas, 45 millones de dosis en seis meses.
¿Cuáles serían las claves de este plan para que logísticamente pudiera llevarse
a cabo?
Hay
tres elementos clave. Primer elemento: acceso al producto biológico, o sea,
tener vacunas. No puedes poner vacunas que no tienes. Deberíamos tener una
estrategia para conseguirlas, aun en el escenario de dificultad a nivel
mundial. Eso no se ha dado. Primera parte de esa secuencia de eventos,
gravemente fallida.
Segundo
elemento, que va muy pegado al primero: la maquinaria de logística para poner
vacunas debería estar muy aceitada. Tener recursos humanos, monetarios,
logísticos, cadena de frío suficiente, etcétera. Pero eso debe ser más grande
en tanto tengas más vacunas. Quizás esto no se ha notado mucho porque no
tenemos tantas vacunas. Imagínate que tuvieras 25 millones de vacunas
guardadas. Probablemente se empezarían a ver las fallas del entorno logístico,
que no es capaz de poner todas las vacunas que tiene.
El
tercer elemento creo que es más difícil de percibir, que es el hecho de que
ejercer el liderazgo en este momento sobre la sociedad implica movilizar todos
los recursos necesarios en el país para cumplir con la meta. Eso implica
sectores vivos como los militares, Fedecámaras, voluntarios, sociedad civil,
sistema de Naciones Unidas, Médicos Sin Fronteras, Cruz Roja Internacional,
etcétera. Para que eso se produzca, tienes que ejercer el liderazgo nacional
suficiente para que todo el mundo entre en el mismo cauce y que cada uno haga
lo que mejor sabe hacer. Eso tampoco lo noto. Está un poco disgregado. Si el
liderazgo al que le corresponde hacer eso lo hubiera asumido como una tarea
central, la situación probablemente sería más optimista. Esta situación creo
que es tan central en este momento como ganar una elección o resolver la
hiperinflación.
Entonces
no creo que vayamos a llegar a la meta, porque esos tres elementos están
débiles.
Recientemente
se anunció que deben estar por llegar los primeros cargamentos del mecanismo
Covax.
¿Esto trae de alguna manera un compromiso de transparencia? ¿Las autoridades
están obligadas a reportar cómo se van aplicando estas vacunas?
Es
una respuesta difícil. En mi opinión, un gobierno debería tener un compromiso
de transparencia en absolutamente todo y que implique todo: cuántas vacunas
llegan, cuántas se ponen, de dónde sale el dinero con que se pagan, la
información diaria de cuántas vacunas se pusieron. Todo el mecanismo alrededor
de una campaña de vacunación que tiene esta importancia debería estar signado
por un compromiso de información. Lamentablemente no ha sido así.
Dado
que la mesa técnica ya tiene casi siete u ocho semanas que no se reúne, no hay
un compromiso firmado de transparencia. Uno asume que los entes gubernamentales
asumen la responsabilidad que les corresponde; no porque sea Covax, porque en
definitiva pueden hacerlo con las donaciones de los chinos también o con la
venta de las vacunas rusas. Es lo que yo sigo esperando como ciudadano, que
haya transparencia. Pero no me engaño. Yo sé lo que ha pasado en este país en
términos de la información. La verdad no soy optimista en ese sentido.
Quizás
vamos a tener la claridad de parte de Covax que diga que enviaron un avión con
tantas y tales vacunas. Entonces tendremos la certeza de que vendrán vacunas de
tal compañía, pero de ahí en adelante, cuántas ponen y cuántas distribuyen, no
creo que vayamos a tener esa información disponible. Igual estamos haciendo
esfuerzos para obtener algunas formas de información, como siempre hacemos, por
el camino de la ciudadanía.
Uno
de los principales problemas en que se ha encontrado la vacunación en el país
es uno común con otros países: el
retraso con la segunda dosis de Sputnik V. Hay dudas y miedo de perder el plazo de
la segunda dosis. ¿Cuáles son las recomendaciones para las personas en esa
situación?
Esto
es un tema de mucho debate hoy en día. Debemos decir, antes que todo, que no
tenemos muchos argumentos científicos para saber qué hacer en una situación
como esta. No tenemos información.
Cuando
no hay información, nos queda elaborar algunos conceptos con base en lo que
estamos viendo, referencias históricas e información básica de lo que conocemos
de la epidemiología e inmunología de este virus. En ese sentido, varias claves:
1. La vacuna no es como la cédula que se vence.
No es que si yo me puse la vacuna el primero de marzo, al día 121 ya no estoy
protegido. Hay una protección de la vacuna, aún con la primera dosis, que
estimamos que a medida que va pasando el tiempo puede ir disminuyendo. La tasa
de esa disminución realmente no la conocemos, pero no hay un riesgo inminente
de que en el día 121 se va a enfermar y se va a morir. No funciona así.
2. Así como dije eso, digo lo siguiente: el
esquema de Sputnik está hecho para dos dosis y nuestra recomendación es que
todas las personas que recibieron un componente deberían recibir el segundo en
un tiempo prudencial. La información que tenemos ahora indica que sería en los
primeros tres o cuatro meses posterior a la primera dosis. Debemos insistir en
complementar el esquema oficial.
¿Qué
pasa si esto no se cumple? A lo mejor aparecen segundos componentes, no lo
puedo saber. Pero lo que estamos palpando en el terreno mundial, las
declaraciones que estamos viendo, información que obtenemos a través de
expertos en el área, del sistema de Naciones Unidas, parece que el escenario
más probable es que va a haber mucha dificultad para el segundo componente. No
es el único escenario, pero es el más probable.
Ves
informaciones de prensa que dicen que el Instituto Gamaleya instaló una planta
en Argentina para hacer el segundo componente este agosto. Hacer vacunas no es
hacer churros. Hacer un segundo componente de esa vacuna, con ese vector viral,
tiene una complicación que tiene a los rusos complicados y no parece lógico que
con una planta que van a empezar a construir ahorita vaya a tener vacunas en
dos semanas. Eso no luce sensato. Van a poner una planta, pero eso
probablemente va a tomar unos cuatro o cinco meses para producir las primeras
vacunas.
Vamos
con el tema de las opciones que tenemos en Venezuela. No son muchas. Tenemos
primero que la persona se quede con la primera dosis y se espere a ver qué
pasa. Opción 2: ponerse otra vacuna, que la única opción posible es la de
Sinopharm porque no hay otra en Venezuela. Eso es lo real.
Dentro
de la opción 2 tienes el escenario A: que te pongas una sola dosis de la vacuna
Sinopharm. Opción 2B, que te pongas dos dosis de Sinopharm. Es decir, suponer
que no tienes inmunidad suficiente con una sola de Sputnik y ponerse el esquema
completo. Entre esas opciones, yo me voy por la de ponerte otras dos dosis y
voy a explicar por qué:
En
el caso venezolano, la gran mayoría que tiene un solo componente de Sputnik
pertenece a dos grupos vulnerables: personal de salud y personas mayores de 60
años. Porque alguna normativa que dio el Ministerio de Salud decía que la
vacuna Sinopharm era para menores de 65 años y la Sputnik para los mayores.
Ahora no es así, porque no hay casi Sputnik. Esos dos grupos de alto riesgo
tienen que tener absolutamente garantizado que van a estar protegidos. La única
forma de garantizarlo es que tengan un esquema completo de vacuna.
Ahí
no hay ningún concepto inmunológico atravesado. Es lo más conservador para
hacer en esas personas. ¿Hay experiencia con respecto a eso? No hay experiencia
en covid, pero sí hay experiencia con otras vacunas. Dos ejemplos reales: el
estándar de la vacuna de hepatitis B es que recibas una dosis el día 1, otra al
mes y luego otra a los seis meses. Si la persona no recibe el esquema completo,
la recomendación es que esa persona reinicie el esquema de vacunación. Hay
otras vacunas con otros virus, como la de rotavirus, que lo que hace es
complementar. Si recibiste una vacuna de rotavirus y la mamá no recuerda cuál
se puso, el esquema habitual es completarlo con alguna otra vacuna de
rotavirus. Se maneja diferente a la hepatitis B.
¿Qué
nos dice eso? Aun cuando lidiemos con virus, cada virus tiene una situación
diferente en relación a las vacunas. No tenemos forma de establecer una regla
general. Entonces, como no hay una regla general, para mí lo más sensato y lo
más conservador desde el punto de vista de protección de esos grupos
vulnerables es que se pongan dos dosis de Sinopharm. Si de aquí a seis meses o
un año hay experiencia de que una vacuna Sputnik y una Sinopharm es igual de
protectora que dos dosis Sputnik, ya en ese momento cambiaremos la
recomendación con base en la evidencia. Pero en este momento, mi opinión
es que debe recibir dos dosis de Sinopharm en el intervalo adecuado y considerarse
vacunado una vez que eso pase.
¿Puede
cambiar? La ciencia cambia. Si hay datos suficientes con Sputnik y Sinopharm, o
con Sputnik y Johnson & Johnson, o con Sputnik y Pfizer, ya cambiaremos
nuestra forma de pensar cuando haya evidencia de eso.
Fotografía de Andrés Kerese | RMTF
La
opinión de Julio Castro justamente ha sido una de las más escuchadas en el país
durante la pandemia. Aparte de tu papel como médico, integrante de la mesa de
vacunación, has tenido un rol de comunicador importante. Haces lives en
Instagram, Twitter parece un consultorio. ¿Qué crees que ha sido lo más difícil
de este rol de comunicar durante este año y medio?
Una
de las cosas más difíciles es discutir en un ámbito que no está hecho para
discutir información científica. Viene una gente todavía con el tema de la
ivermectina y para yo explicar en Twitter e Instagram que hay 25 trabajos que
dicen que la ivermectina no sirve y tres que dicen que sí sirve, cuando haces
un análisis de eso, la conclusión es que no sirve y eso tiene implicaciones
metodológicas. Explicar el proceso es muy difícil en redes sociales.
La
gente cree que uno no discute porque, no sé, porque sabe más. Simplemente ese
medio no está hecho para una discusión así. Muy diferente es que yo debata con
un colega en un congreso, en una jornada médica, en un Zoom donde hay
argumentos a favor, argumentos en contra en función de la evidencia disponible.
Cuesta
mucho que vuelvan las mismas preguntas todo el tiempo. La propia dinámica
instantánea de las redes sociales implica que no están hechas para que la gente
vea en tu timeline de Twitter lo que dijiste hace mes y medio.
Entonces volver a repetir, repetir, repetir todo el tiempo se hace
difícil.
Me
pasa una cosa muy curiosa: en Instagram, cuando hago los lives, veo
que la gente hace preguntas sobre el post que el propio live responde.
Entonces me pregunto si es que no vieron el live. Lo ven, pero no
llegan hasta el final. Hay gente que dice que es muy largo, que son 50 minutos
hablando. Pero la ciencia, lamentablemente, no puede ser como comida para llevar.
Tiene metodología, tiene estructura de conocimiento, tiene historia.
También
me cuesta mucho, y tengo que reconocerlo, el manejo de los bots, y
cuando la gente insulta. Uno tiene el mecanismo intuitivo de salir a responder
cada cosa que te dicen, pero con el tiempo ves que no puedes hacerlo. Tienes
que mantener una línea discursiva, informativa, con la idea de educar y
compartir los conocimientos que uno tiene con las demás personas. Hay, como
todo, cosas buenas y cosas malas.
¿Cuáles
son esos vacíos de información que notas en tus seguidores que te preocupan
más?
A
veces lo que más me preocupa es el fanatismo. Me cuesta entender por qué alguna
gente se apega a unas cosas sin tener mucha lógica. El mismo tema de la
ivermectina: ¿por qué insisten en tener tanta abogacía por una cosa que no
conocen? Me cuesta entender eso. Además son reiterativos. Los mismos insisten
sobre el mismo tema.
Los
fanatismos en general no son buenos. En las redes sociales me cuesta entender y
nunca se acaba. A veces piensas que se acabó la cosa, y vuelve otra vez el tema
de la ivermectina, los fake news.
El
caso de la ivermectina ha sido muy particular, por esa insistencia en redes.
Una de las cosas más difíciles de entender para la gente es que el tratamiento de covid es
principalmente para síntomas. Quizás la desesperación por no tener una
cura directa de la enfermedad empuja a las personas a buscar medicamentos no
recomendados por cualquiera que promete que sí sirven. ¿Cuál es el riesgo de la
automedicación en estos casos?
Hay
dos grandes riesgos. El primero es que esos medicamentos no son inocuos, tienen
efectos secundarios diversos. No son tan frecuentes, gracias a Dios, pero
pueden tener efectos secundarios. Por ejemplo, el uso de antibióticos puede
generar cuadros alérgicos que comprometan la vida. Es extremadamente raro. Pero
si hay 22 millones de personas tomando un antibiótico, aunque sea raro, puede
aparecer.
El
segundo riesgo es un poco más difícil de transmitir. El hecho de que la persona
con síntomas sienta seguridad por usar un medicamento que sabemos que no
funciona, retrasa la verdadera atención médica que esa persona necesita. No es
infrecuente que veamos pacientes que llegan complicados y terminan falleciendo,
o terminan teniendo enfermedad muy larga y severa. Es reiterativo ver que
venían usando medicamentos que nosotros sabemos
que no sirven, los usaron durante mucho tiempo y retrasaron acudir. ¿Qué
pasa? Perdemos la ventana de oportunidad que sí tenemos con algunos
medicamentos, que no son muchos, de incidir sobre la historia de la enfermedad.
Una
de las advertencias de este período de la pandemia es la preocupación por la
salud mental. Ustedes, el personal de salud, han llevado un peso muy grande. Tú
padeciste la enfermedad, además de tratarla desde el día uno en Venezuela,
tienes amigos que la han tenido, has visto la clínica donde ejerces llena de
pacientes. ¿Qué ha sido lo más difícil de este proceso como médico y como
persona?
Lo
más difícil para mí es no tener la capacidad de atender a toda la gente que mi
obligación ética me demanda. Tener que decirle a un paciente, a un amigo, que
tiene que irse a otra parte porque no tenemos capacidad –esto sabiendo que esa
capacidad tampoco existe en otra parte– es lo peor que a uno le puede pasar.
Es
peor a que se te muera un paciente. Porque un paciente que sabes que está mal,
que luchas con él, o que se muere intempestivamente teniendo una enfermedad
severa, es un evento que desde el día uno se sabe que puede pasar. La muerte es
parte de la vida y es parte de la enfermedad. A la gente le sonará un poco
duro, pero los médicos no es que nos acostumbramos, sino que aprendemos a vivir
con eso. Para mí, lo más duro es decirle a una persona que no tengo dónde
ponerla.
Lo
segundo es esa dureza de la enfermedad. Es una enfermedad solitaria. Tú estás solo como médico. El paciente está
solo. El familiar está solo. Todo el mundo está solo porque estamos todos
aislados. Esa sensación espanta porque, si hay algo que necesitas cuando estás
enfermo, es el apoyo de la gente que te quiere. Lamentablemente, por el
aislamiento eso no puede pasar. Eso, sumado muchas veces, todos los días, es
algo que todavía me cuesta muchísimo asimilar. Ese impacto, como médico y
también como paciente, no es a costo cero. Hay un rédito negativo en nuestra
psique.
Todo
esto dejará cicatrices en nosotros. Voy a poner un ejemplo para que la gente lo
entienda un poco y tiene que ver conmigo. El virus ha producido en mí, hablo de
Julio Castro como paciente, un trastorno en su capacidad cognitiva que yo noto
todos los días. Mi capacidad de hablar no es igual que antes de la enfermedad.
Diré
cosas mías porque como son mías las puedo decir. Yo tengo buena memoria.
Después del covid, estoy en una rueda de prensa, en una reunión en Zoom o estoy
dando clase, y tengo que anotar las preguntas que me hacen. Si me hacen más de dos
preguntas, cuando voy a responder no recuerdo la tercera que me hicieron. Ahora
sistemáticamente cada vez que me hacen preguntas, las anoto para que no se me
olviden. Eso antes no me pasaba. Esa es una cicatriz en alguna parte de mi
cognición, de mi cerebro, que espero se recupere 100%, pero no estoy muy seguro
de que eso pase.
Así
como te digo que tengo esa cicatriz, es probable que tenga otras de las cuales
no soy consciente. Viendo todos los días pacientes con covid, cada vez voy
aprendiendo más y les voy preguntando sobre cosas que ellos tienen aún, después
que han pasado meses, que todavía quedan como cicatrices. Repito: no son
solamente cicatrices evidenciables o del mundo biológico. Pueden estar en el
mundo de nuestros sentimientos y pueden aflorar en algún momento.
Yo
quisiera ver más información, más investigación o más ayuda en esa área de
salud mental. Esto va a ser un tema. Esta enfermedad ha afectado a millones de
personas en el mundo al mismo tiempo. Son incertidumbres de la evolución de la enfermedad
que tenemos todos los días.
Este
año ha sido muy difícil, pero siempre dices que de estos procesos se puede
sacar algo bueno. ¿Cuál aprendizaje crees que este proceso nos puede dejar como
venezolanos?
No
necesariamente como venezolanos, pero creo que hay dos grandes lecciones. La
primera de ellas es que como seres humanos organizados deberíamos ser capaces
de entender estos procesos y solucionarlos. ¿Qué implica eso en este momento?
Bueno, que la gente entienda que tiene que vacunarse. Que el camino entre la
situación actual y una realidad normal pasa por usar las vacunas. No es el
único camino, pero es uno de ellos.
Quizás
como una metalectura, hay que entender que lo que está pasando con el virus no
obedece a un hecho fortuito. Creo que esta es una expresión de la interacción
que tiene el ser humano con su medio ambiente que ha venido cambiando a través
del tiempo con un claro deterioro. Siendo covid una zoonosis, y si ves cuántas zoonosis han
aparecido en el siglo XX y XXI, pareciera que el ciclo de la zoonosis con impacto importante
está acelerándose. Eso obedece, en mi opinión y es un análisis muy simplista
quizás, a que el ser humano se está desarrollando con su entorno biológico de
una manera en la que cada vez más le afectan fenómenos que antes no le
afectaban. Eso implica invasión de las cuencas de los ríos, calentamiento
global, deforestación, tráfico de animales.
Si
no entendemos esto, probablemente vamos a estar en otra pandemia en algún
momento, no sé cuándo. Sí creo que es un mensaje que tenemos que aprender todos
y no suponer que esto fue como un meteorito caído de otra galaxia. No creo que
sea fortuito.
18-08-21
https://prodavinci.com/julio-castro-todo-esto-dejara-cicatrices-en-nosotros/
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