Américo Martín 29 de agosto de 2021
Américo
Castro, un extraordinario filólogo español, define la fuerte presencia de la
cultura árabe, después de ocho siglos de dominación en la península, sin mengua
del impetuoso desarrollo del idioma de Castilla, finalmente afianzado como
lengua oficial española. La tarea que se impuso don Américo Castro fue
laboriosamente desarrollada en su clásica obra España en su historia y en textos menores
aunque también fecundos como Aspectos del vivir hispánico
Cuando
tradujo al castellano las Obras completas de William Shakespeare,
Luis Astrana Marín, otro gran filólogo español, puso la refulgente obra en
manos de los editores, sin el menor ánimo impertinente, con una nota
introductoria despojada de necia vanidad y bloquear el camino al egocentrismo,
pero despejándolo amplia y francamente. Sin otro deseo que el de fusionar lo
que, a su juicio, era excepcional en la obra y la lengua más dignas de ser
divulgadas, escribió:
«Doy,
en el idioma más hermoso del mundo, la obra entera del autor dramático más
grande de todo el universo, de uno de los espíritus más serenos, de uno de los
corazones más privilegiados de la humanidad».
La
versión de Astrana ha resultado ser insuperable, razón por la cual destacadas
ediciones en español le han conferido carácter modélico, cómoda manera de
librarse del peligro de errores y fallas del más diverso orden.
No me
siento autorizado a sostener, con Astrana Marín, que el nuestro sea el idioma
más hermoso, pero sin duda la literatura que lo ha acompañado, junto con los
escritores que la han cultivado a lo largo de siglos, están entre los autores
más notables que hayan existido. No se hace sino justicia cuando se pasa
revista a la Historia de la literatura española e hispanoamericana, elaborada
por el notable académico don Ramón D. Pérez.
Todas
estas referencias a la pureza de nuestro idioma se deben al temor proveniente
del escaso tiempo que queda para el cierre del lapso de inscripción de
candidaturas a los cargos que están sometidos a disputa, en las inminentes
elecciones del 21 de noviembre.
El
recelo no deja de ser justificado. Se desconfía que broten elementos de
confusión en la negociación de acuerdos que las hagan viables, por libres y
democráticas. Claro que no se trata de obstáculos invencibles ni de nada que no
pueda resolverse si se dispone de voluntad de hacer. Sin semejante requisito,
podrían incidir sombras propias de la condición humana, que tampoco deben ser
tenidas como fatalidades indoblegables o insuperables. Por el contrario, pueden
y deben ser vencidas con voluntad y constancia.
Desde
luego, esa posibilidad puede y es usualmente neutralizada porque está sometida
a la decisión soberana, la que podría alcanzar un resultado histórico y un
viraje democrático fundamental, con una sustancial votación popular.
No
sería esta una victoria inesperada, pues se han ido conjugando las fuerzas del
cambio democrático en forma sorprendente, que vienen a resultar más obvias de
lo que algunos deseen creer, sin haberse esmerado en sembrar esperanza
democrática allí donde permanecen en el estancamiento.
Las
fuerzas del cambio democrático-electoral tienen el sello de la victoria pintado
en la frente. Se han expandido en forma natural e indetenible a lo largo de
Venezuela y no establecen odiosas discriminaciones, miran de cara al futuro,
que está sembrado de una esperanza iluminada. Bien merecida, por cierto.
Uno de
los aportes más notables de Américo Castro es la interesante combinación de las
semillas cristianas y musulmanas, que dará tal vez lugar a otros aún más
interesantes en esa extraordinaria mixtura de pueblos enfrentados durante
siglos que, lejos de aniquilarse, se integraron en un solo torrente sanguíneo y
una cultura única, acumulada y funcional como pocas. Y como pocas, dotada de
imaginación y de creatividad para encarar situaciones complejas, los posibles
acuerdos, mediante los cuales se establezcan relaciones y puentes susceptibles
de acercarse a la que puede resolver. Ahora mismo afronta retos de apariencia
anómala, contradictoria, como los electorales, el diálogo y la libertad. Cada
paso en esa dirección debería dar lugar a otros necesariamente más audaces y
profundos.
En
cualquier caso, estamos en una vía de aprendizaje para crecer y hasta ahora no
se aprecia que sea una vía regresiva o retardataria. Considero que si pretenden
progresar guiándose por el espejo retrovisor, ni los espíritus más bravos
encontrarán cosa distinta a retroceso, pasado, sombras chinescas, derrota,
humo, aire. Nada, cero.
Américo
Martín
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