Por Simón García
A primera vista la expresión puede confundir. Puede anotarse que
clasifica a los electores entre inteligentes y no inteligentes. Pero nos
referimos a la cualidad del dictamen de una persona cuando vota, al acto de
emitirlo y no al votante.
Las
investigaciones de la neuropolítica indican que la decisión de voto se forma,
en una frecuencia alta, en contrario a la conocida definición de Descartes: las
personas sienten, luego deciden. Las emociones envuelven y privan sobre la
racionalidad, así que si alguna inteligencia incide es, según Howard Gardner, la
emocional.
Por
supuesto que el acto de votar es ejecutado por una persona que piensa. Y aunque
el voto no es la aplicación oculta de un test de Stanford-Binet para medir la
inteligencia racional, si conduce a formularse preguntas, barajar
incertidumbres e interrogarse sobre sus objetivos.
En las circunstancias nuestras,
tendemos a votar bajo los efectos de la cada vez mayor polarización sobre cada
vez menos sectores de votantes. El peso de emociones negativas como el odio o
sentimientos de venganza imponen un voto a ciegas.
Nos
celebramos por votar contra todos los que no compartan nuestro mismo tipo de
repulsas a un régimen que es autocrático. Y desde esta impregnación ideológica
nos satisface aceptar solo a quienes piensan como nosotros y excluir a todo el
que muestra una disidencia o aboga por establecer caminos de entendimiento
entre quienes hoy tienen proyectos de país distintos y sin embargo, mañana
pueden encontrar coincidencias.
Este
cambio por reflejo tribal ya lo hemos observado en quienes despotricaban por quienes
votaban con Maduro en Miraflores y ahora consideran que es honorable hacerlo
aunque “el impostor” siga en el Palacio de Misia Jacinta. No hay verdad cuando
cada parcela actúa como la encarnación indiscutible y absoluta de lo cierto y
superior.
El
voto como decisión cívica, deberá comportar además de los vínculos emocionales,
una reflexión sobre lo que se desea para la ciudad y el Estado, un examen sobre
el candidato que nos gusta, un esclarecimiento de los impulsos de rechazo y de
las motivaciones de las preferencias.
Si
las emociones esconden razones, la ideología impone razones y emociones que
sirven al poder para perpetuarse. Es lo que explica que se prefiera dejar ganar
a Prieto en el Zulia antes que votar por Rosales. Lo mismo ocurre con Henri
Falcón en Lara, al margen de la estima hacia Sobella Mejías y Luis Florido.
¿Cuántos triunfos vamos a
conceder a los candidatos de Maduro por un sectarismo mental que impide unirse
porque no se admite que puedan existir estrategias distintas y tener un mismo
objetivo electoral? ¿Cuántas derrotas vamos a soportar antes de lograr una
unión que también le abra espacios a dirigentes sociales o figuras públicas que
estuvieron en el chavismo y no comparten las políticas que el gobierno nos está
imponiendo a todos?
No
dejemos nuestro voto en manos de los caprichos de nuestro apetito de revancha.
La victoria no llegará mientras imperen los deseos ciegos de exterminar al que
no está en nuestra acera o la ambición de ganar sin aliados. El voto
inteligente mueve emociones positivas, alienta pulsiones eficaces de cambio y a
reunir, en todos los proyectos de país que podamos tener, la inspiración y
aspiración de reconstruir lo destruido para vivir en libertad y con bienestar.
El
voto inteligente es la recuperación del deber con un país contradictorio. De
compartir equilibrios en nuestro sentido de pertenencia y de cumplir el
propósito de hacer democracia y generar soluciones desde el voto.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
10-10-21
https://talcualdigital.com/el-voto-inteligente-por-simon-garcia/
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