José Luis Farías 23 de noviembre de 2021
@fariasjoseluis
La
historia de la democracia va sin libreto. Es dinámica. Cambiante. Para decirlo
con Bobbio: «Estar en transformación es su estado natural». Su largo viaje a
través del tiempo, desde la antigüedad griega, transcurrido sin nada particular
que determine su instauración, la ha perfeccionado.
Ante la necesidad de vivir colectivamente de manera organizada, se le asume como el mejor sistema político para lidiar con los problemas de la vida en sociedad, justificado además por la amplia extensión de su aplicación en muchos países.
Los
hombres en su devenir se han encargado de crear guiones particulares para
corregirla y ajustarla a las condiciones de las naciones donde es establecida
como sistema político.
Está
claro que la continuidad histórica de la democracia no ha sido ni será lineal.
Su andadura se ha visto sometida a vaivenes, avances y retrocesos con esplendor
y oscuridad, según sea el caso, que le han dado diversidad a su
desarrollo.
No hay
un modelo universal de democracia. Sus teóricos siempre serán sorprendidos por
la realidad que presentará nuevos desafíos.La labor que espera es compleja,
pero ante ella la resignación no tiene lugar.
La
democracia está enferma
Sin
embargo, la crisis actual de la democracia ha llevado a pensar en términos
apocalípticos a no pocos, para explicar la extensa sombra de escepticismo que
la cubre.
La
ausencia de solución a la vista de los retos actuales que acosan la democracia,
explica el tono lúgubre dado al lenguaje utilizado para definir su situación
presente: «fracaso», «agotamiento», «decadencia», «ocaso», entre tantos otros
calificativos empleados. Aunque para perfilar sus perspectivas de largo plazo
se reserve buena dosis de optimismo
El
indiscutible éxito histórico de la democracia liberal ante las alternativas
autocráticas del siglo XX para afrontar los grandes y complejos desafíos
planteados, sirve de argumento en una línea de continuidad del progreso de la
humanidad. Pero no es suficientemente sólido para justificar las
discontinuidades impuestas por la seducción autoritaria disfrazada de
redención ante pueblos agobiados por los problemas económicos y sociales.
La
pérdida de confianza en los sistemas democráticos es extendida. La desesperanza
se ha incubado aun en sociedades profundamente democráticas como la venezolana
y la latinoamericana en general.
El
duro daño sentido expresa en el fondo el debilitamiento del mantra de la
democratización y la liberalización de los sistemas políticos y económicos como
generadores de paz y prosperidad para todos.
En la
incertidumbre dominante, el rasgo de la perfectibilidad que durante años
identificó a la democracia como fuente inspiradora para su renovación, luce
retórico e inútil como punto de partida para facilitar el encuentro de remedios
adecuados y eficientes. El discurso de la descentralización y reforma del
Estado como oferta política democrática, por ejemplo, está hundido en el
olvido.
Ciertamente,
el pronóstico global de la democracia en el mundo no es muy auspicioso que
digamos. En muchos países la ficha médica reseña males crónicos de
autoritarismo, debilidad institucional, corrupción, faltas graves a los
derechos democráticos y violaciones de los derechos humanos.
Las
abundantes noticias y estudios sobre el tema no dejan lugar a equívoco: la
democracia está enferma y demanda atención.
Mal
mercadeo
El
relanzamiento estratégico de «exportar la democracia», con el cual se
pretendió enfrentar el flagelo del terrorismo desde comienzos del siglo XXI,
tras el 11 de septiembre de 2001, no produjo el resultado esperado.
«Estados
Unidos ha sabido -apunta Enrique Krauze- exportar el beisbol, los jeans, las
hamburguesas, las películas de Hollywood, los autos, las tiendas de
autoservicio, infinidad de ideas y bienes del American way of life,
pero no ha sabido exportar el mejor producto de su historia: la democracia».
Los
esfuerzos emprendidos por las potencias occidentales, encabezadas por
Washington, chocaron contra múltiples obstáculos.
Fue
inservible la arrogancia de creer que la democracia es una mercancía, que con
solo destacar sus bondades podía ser asumida por sociedades enclaustradas en
otros patrones culturales o con severos problemas económicos y sociales.
En
1997, Bill Clinton reprochó en privado al líder chino Jiang Zemin, que por no
democratizar el sistema político colocaba a China «del lado equivocado de
la historia». Dejando sin explicar de modo satisfactorio cómo un modelo
político tan autoritario había desarrollado tan extraordinariamente el país y
sacado de la pobreza a cientos de millones de chinos convirtiéndose en un referente
mundial contra la democracia liberal.
La
tentación de adelantar el reloj con el uso de la fuerza en el mundo musulmán,
tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y el derrumbe de la URSS en 1991, no
pudo vencer la resistencia presentada.
Los
ejemplos se multiplican. Irak y Afganistán no pasaron la prueba a punta de
pistola a la que fueron sometidas. Irán se sostiene en sus trece de las armas
nucleares pese a las rígidas sanciones económicas. La autocracia en Siria cobra
fuerza, aun en medio de la guerra.
El
compromiso de George W. Bush en 2005, un tiempo en el que Estados Unidos no
tenía contrapesos para la intervención militar, está lejos de ser realidad:
«América estará junto a los aliados de la libertad en apoyo a los movimientos
de la democracia en Oriente Medio y en otras partes con el fin último de
terminar con la tiranía en el mundo».
A más
de diez años después, los países protagonistas de la «Primavera árabe»
(2010-2013): Túnez, Yemen, Egipto, Libia, no registran avances políticos y sociales
palpables más allá del derrocamiento de algunos tiranos; y en Siria sigue la
guerra.
Entre
el fanatismo y la insensatez
En
América Latina el regreso del populismo impuso retrocesos
significativos. El «patio trasero» no encuentra la brújula democrática que
devuelva la estabilidad y asegure el crecimiento económico del
continente. Y la Casa Blanca no ofrece opciones atractivas.
Los
líderes norteamericanos han extraviado el buen juicio político continental. Y
los latinoamericanos están fundidos entre el fanatismo y la insensatez,
merodean «hipnotizados por el sueño de un pasado fabuloso o de un futuro
irrealizable», por decirlo con palabras de Isaiah Berlin en El juicio
político.
Las
sanciones no han logrado su cometido. El eje Caracas-La Habana trastabillea a
ratos, pero se le percibe sin oposición capaz de derrocarlo.
La
dictadura de Ortega se afianza con fraude y represión en Nicaragua. El
radicalismo de AMLO en México fluctúa con escasa resistencia. Los aliados de
Maduro se anotaron el triunfo en Perú y regresaron en Argentina y Bolivia.
Surfean sobre la crisis en Chile, Colombia y Ecuador. Toman oxígeno de la
crisis económica que golpea a Latinoamérica más que a cualquier otra región del
mundo.
La
tentación autoritaria no es exclusiva de la izquierda. Se añade la derecha
representada en Bolsonaro en Brasil y Bukele en El Salvador.
La
marcha contra el interés colectivo afecta incluso a Estados Unidos. En su
última elección presidencial, las turbas de Trump estremecieron la democracia
norteamericana de más de 200 años con abusos autoritarios y desconocimiento
masivo a sus instituciones. El fantasma de la crisis del sistema amenaza al
gobierno de Biden en reaparecer en cualquier momento con severas consecuencias
a nivel mundial.
«Retrocesos
más probables que otra ola»
El
historiador Yuval Noah afirma que «desde la crisis financiera global de
2008, personas de todo el mundo se sienten cada vez más decepcionadas del
relato liberal».
La
pandemia de COVID-19 y la derivada crisis económica le han metido un refuerzo
adicional al resurgimiento del autoritarismo dejando en evidencia la
vulnerabilidad de los sistemas democráticos que la acusación del «virus chino»
no pudo esconder.
El
informe «Global Trends Future 2025», publicado en 2008 por el Consejo
Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos (CNI), el instituto de estudios
a largo plazo de la CIA, titula un breve pero denso recuadro: «El
futuro de la democracia: retrocesos más probables que otra ola», admitiendo de
plano la prolongación de la crisis de la democracia en el mediano plazo y por
ende la ausencia de soluciones para atajar el despliegue autocrático.
Un
amplio estudio publicado en 2021 por la Universidad Católica Andrés Bello de
Venezuela coordinado por el rector Francisco José Virtuoso y el académico Ángel
Álvarez, revela desde su título el drama de los sistemas democráticos en el
continente latinoamericano: «Crisis y desencanto con la democracia en
América Latina. Amenazas y oportunidades para el cambio».
Pero
la convalecencia democrática no indica que esté acabada como piensan muchos y
desean otros. En América Latina superó la «internacional de las
espadas» del militarismo. En Europa se sobrepuso a la catástrofe
totalitaria fascista y comunista.
Sin
duda, en conjunto, la democracia hoy se encuentra en crisis (Bobbio gusta
emplear el más neutro «transformación») y no obstante la «cuarta ola
democratizadora» que algunos creyeron ver en la Primavera árabe siga en el
congelador, no fue una fantasía la tercera ola democratizadora que describe
Huntington ocurrida entre 1974 y 1990, con más de treinta países en el sur de
Europa, Latinoamérica, el este de Asia y la Europa del este.
«El
escepticismo es normal»
No lo
veamos como una tragedia. Las redes sociales y la revolución digital le han
puesto dura la tarea a la democracia. No ha sabido cómo manejarse abrumada por
los descomunales despliegues de información, de opinión y manipulación.
En
atención a las dolencias actuales de la democracia, que no por su severidad
sean mal de morir, conviene citar acá la nota de la historiadora Anne Applebaum
en El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo, sobre
su conversación con el politólogo Stathis Kalyvas: «Es la unidad lo que
constituye una anomalía: la polarización es normal. También el escepticismo con
respecto a la democracia liberal es normal. Y el atractivo del autoritarismo es
eterno».
Al
razonado optimismo de largo plazo fundado en la continuidad histórica de la
democracia, lo ayuda la fe que refiere Isaiah Berlín en sus Cuatro
ensayos sobre la libertad, abrigada siempre por los humanos: «En algún
lugar, en el pasado o en el futuro, en la revelación divina o en la mente de un
pensador individual, en los dictámenes de la historia o de la ciencia (…)
existe una solución definitiva».
Asi
como comenzamos, cerremos también con el Futuro de la democracia de
Norberto Bobbio: «En el mundo la democracia no goza de óptima salud, y por lo
demás tampoco en el pasado pudo disfrutar de ella, sin embargo, no está al
borde de la muerte».
PD: En
Venezuela, la dictadura ha llamado para este 21 de noviembre a unas elecciones
locales y regionales, con todos sus bemoles, es una oportunidad para que
los venezolanos ejerzamos nuestro derecho al sufragio como forma de
ratificar nuestra condición de mayoría y de renovar nuestra fe y esperanza en
el cambio.
José
Luis Farías
@fariasjoseluis
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