Américo Martín 31 de octubre de 2021
Una
explicación necesaria.
A mis estimados y fieles lectores les debo una explicación, quizás esperada por muchos y no dada en el tiempo debido. Me pescó el terrible covid-19. A mi edad no es cuestión pasajera. A pesar de estar vacunado, me atrapó al que en lo sucesivo llamaré el tiranovirus, con secuelas que aún me afectan. Por ello, limitado por el obligado reposo, en lugar de la acostumbrada columna dominical que sirve de reflexión en temas de interés nacional e internacional, opto por ofrecer parte de Mis Memorias publicadas hasta hoy y que espero también sirvan para mirar al futuro con el aprendizaje de lo vivido en la Venezuela por venir.
Apenas
descubierta mi intención de escribir estas Mis Memorias me
llovieron preguntas no exentas de inquietud. «¿Te retiras de la vida pública?».
«¿Debemos excluirte del mundo de la política, las letras y en general la
cultura?».
Me
retiro de algo, no hay duda, pero no específicamente de esas áreas que, en
rigor, no me pertenecen exclusivamente a mí y, por lo tanto, no puedo eliminar
si los demás no lo permiten. Tienen todo el derecho de seguir respaldando o
condenando algo que yo haya dicho o escrito y mientras así ocurra habrá alguna
presencia mía, cuando menos por persona interpuesta.
Me voy
de unas cuantas cosas muy importantes para mí: la militancia política, o
incluso social, que siempre me apasionaron; los cargos públicos por elección,
la fanfarria de las campañas alrededor de mi nombre. Pero permanezco, y ahora
con más razón, en los predios de la escritura y la reflexión. Sigo atado, por
supuesto, a las varias cosas fundamentales que durante tantos años me
retuvieron en la acción política y humana. Estaré siempre contra la dictadura,
el totalitarismo y el militarismo; me seguirán pareciendo despreciables el
culto a la persona y las cortes de aduladores.
No
dejaré de rechazar la momificación de personas, los estúpidos pedestales de
bronce, mármol o piedra, la gigantografía de sedicentes héroes puestos en
posición heroica o visionaria frente al baboso servilismo consagrado a
recordarlos. El Gran Timonel, el Padre de los Pueblos o
títulos parecidos.
Y
estoy y estaré a favor de la condición humana, de la libertad y el pluralismo,
de la dignidad de la disidencia, de la resistencia contra la opresión, la
discriminación, la vejación, la tortura, la persecución.
Quiere
decir que, entregados estos tomos de Mis Memorias, podré seguir
escribiendo, opinando, aconsejando. Kissinger, Clinton y Hillary, por ejemplo,
han seguido por años en el oficio después de escribir sus propias biografías.
Esta
obra es una recreación. He pensado que cuando Goethe o Fausto —¡qué más da!—
percibe las imágenes de los hermosos días transcurridos, encuentra que pierden
fuerza por estar gravados por las penas que los acompañaron. La evocación será
una sombra de la realidad y esta no podrá reproducirse con la lozanía de su
tiempo. Yo discrepo. Creo, por el contrario, que al revivir con probidad el
pasado —si no se lo tergiversa a conciencia— podemos perfilar un paisaje más vivo
y rico que la realidad, porque sus perfiles están robustecidos por el recuerdo,
la añoranza, la experiencia, el afecto y la sabiduría. Las memorias son, en ese
sentido, no una recreación sino una creación. Una vida nueva, no un pálido
recuerdo.
En una
apostilla a su Bolívar y la Guerra a Muerte, Rufino Blanco Fombona
decía que hoy (en 1940) no hubiera escrito ese libro como lo hizo en la primera
edición, siendo un impetuoso y combativo joven.
«Entonces
escribía con más exaltación combativa y pensaba con menos serenidad que ahora».
«No me preocuparía, como en el tiempo juvenil, de la Proclama: pintaría la
época. Pintaría a los hombres y a los pueblos. La Proclama se explicaría por sí
misma».
Aún si
se compartiera —no es mi caso— la tajante opinión de que la sabiduría está más
en los libros que en las instituciones académicas, faltaría por considerar la
sabiduría derivada de las experiencias vitales, solo en parte emanadas de
libros y academias. De alguna manera la valoraban altamente en la Antigüedad
cuando organizaban enaltecidos Consejos de Ancianos.
Es
para reconocerla que en innumerables ocasiones se me ha ocurrido repetir este
elocuente apotegma: Si la juventud supiera; si la vejez pudiera.
Estas Memorias las
escribe quien aún está entre los seres vivos. No terminarán, pues, sino cuando
deje de estarlo. Es una narración. Un río que va engrosando su caudal con el
tiempo y las afluentes.
Cuento
con la infinita paciencia del lector y con la maravillosa manera de eslabonar
relatos por más de mil y una noches, exhibida por Sherezade para el cruel pero
cándido rey Schariat.
Américo
Martín
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