Francisco Fernández-Carvajal 26 de febrero de 2022
@hablarcondios
—
Huida a Egipto.
— La
vuelta a Nazareth.
—
Jesús perdido y hallado en el Templo.
I. Un
día, instalada ya probablemente en una casa modesta de Belén, la Sagrada
Familia recibió la inesperada y sorprendente visita de los Magos, con sus dones
de homenaje al Niño Dios. Pero enseguida, después que se marcharon estos
ilustres personajes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le
dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí
hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo1.
A la gran alegría de la visita de aquellos hombres importantes, siguió el abandono de la casa recién instalada y de la pequeña clientela que ya tendría José en Belén, el dirigirse a un país extraño y desconocido para él y, sobre todo, el temor a Herodes, que buscaba al Niño para matarlo. Una vez más, la claridad y la penumbra en que Dios deja tantas veces a los que elige: junto a unas alegrías que no tienen comparación posible, sufrimientos grandes. Dios no quiere a los suyos lejos de la alegría ni tampoco de la Cruz2. El Señor, «amador de los hombres -señala San Juan Crisóstomo al comentar este pasaje mezclaba trabajos y dulzuras, estilo que Él sigue con todos los santos. Ni los peligros ni los consuelos nos los da continuos, sino que de unos y otros va Él entretejiendo la vida de los justos. Tal hizo con José»3.
La
Sagrada Familia se puso en camino enseguida, como había dicho el ángel, y
llevarían lo indispensable para el camino. «Porque José era pobre, le fue fácil
partir a la primera señal. ¡Su fortuna no era para él ningún obstáculo! Ninguna
clase de impedimenta, habrían dicho los latinos. Empuña su bastón
de viaje, su humilde montura –la que le asigna la tradición: un burro y en ella
se va sin más con María y el Niño–Dios. Pasará inadvertido por esa misma
pobreza. Y porque José, además de su pobreza, practica la humildad y la obediencia
en sus más altos grados, obedece sin retrasos y sin queja a las órdenes
celestiales»4.
Mientras
tanto, muchos niños menores de dos años de toda aquella comarca dieron su vida
por Jesús, sin saberlo. Este martirio les abrió enseguida las puertas del Cielo
y gozan ahora de una felicidad eterna contemplando a la Sagrada Familia. Sus
madres fueron santificadas por el dolor que sufrieron en sus almas, y se
convirtió para ellas en instrumento de salvación.
San
José, con esfuerzo grande, quizá en los comienzos sin saber si tendría con qué
alimentar a la Sagrada Familia al día siguiente, hubo de reconstruir de nuevo
su hogar. Después de un tiempo, encontraría una estabilidad, pues pondría todos
los medios humanos a su alcance para que así fuera. A pesar de encontrarse en
tierra extraña, aquel tiempo, quizá años, José tuvo el gozo y la alegría de la
convivencia con Jesús y María, que tendría presente el resto de sus días. Quizá
más tarde, de nuevo en Nazareth, recordarían aquella época como «los años de
Egipto» y hablarían de las preocupaciones y sufrimientos del viaje y de los
primeros meses, pero también de la paz que gozaron ellos, los padres, al ver a
Jesús que crecía y aprendía las primeras oraciones de sus labios.
Jesús
aparece junto a la Cruz desde los comienzos, y, con Él, las personas que más
amaba y quienes más le amaban, María y José. El Santo Patriarca sufrió, pero no
se impacientó ante esos planes divinos difíciles de entender; tampoco nosotros
«debernos sorprendernos demasiado por la contradicción, el dolor o la
injusticia, ni tampoco perder por ello la serenidad. Todo está previsto»5.
II. La
Sagrada Familia permaneció en Egipto hasta la muerte de Herodes6. Muerto
Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo:
Levántate, toma al niño y a su madre y vete a tierra de Israel; pues han muerto
ya los que atentaban contra la vida del niño7.
Así lo hizo José; pero «en las diversas circunstancias de su vida, el Patriarca
no renuncia a pensar, ni hace dejación de su responsabilidad. Al contrario:
coloca al servicio de la fe toda su experiencia humana. Cuando vuelve de
Egipto oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre
Herodes, temió ir allá (Mt 2, 22). Ha aprendido a moverse
dentro del plan divino y, como confirmación de que efectivamente Dios quiere
eso que él entrevé, recibe la indicación de retirarse a Galilea»8.
Y se fue a vivir a una ciudad llamada Nazareth...9.
José
levanta una vez más su hogar y pretende dirigirse a Judea, con toda
probabilidad a Belén, de donde partieron para Egipto. Pero Dios Padre tampoco
en esta ocasión quiso ahorrar las dificultades, el miedo, a los que más quería
en la tierra. Por el camino debió de enterarse José de que Arquelao, que tenía
la misma fama de ambición y de crueldad que su padre, reinaba en Judea. Y él
llevaba un tesoro demasiado valioso para exponerlo a cualquier peligro, y temió
ir allá. Mientras reflexionaba dónde sería más conveniente para Jesús
instalarse -siempre es Jesús lo que motiva las decisiones de su vida fue
avisado en sueños y marchó a la región de Galilea. En Nazareth encontró
antiguos amigos y parientes, se adaptó a una nueva tierra, la suya, y vivió con
Jesús y María unos años de felicidad y de paz.
Nosotros
pedimos a María y a José que, para amar más a Dios, sepamos aprovechar las
contrariedades y dificultades que la vida lleva consigo y que no nos
desconcertemos si, por querer seguir al Señor un poco más de cerca, nos
sentimos a veces más próximos a la Cruz, como una bendición y signo de
predilección divina. «¡Oh Virgen bendita, que supiste aprovecharte tan bien de
tu permanencia en tierra extranjera, ayúdanos a servirnos bien de la nuestra en
este valle de lágrimas! Que a ejemplo tuyo ofrezcamos a Dios nuestros trabajos,
molestias y dolores para que Jesucristo reine más íntimamente en nuestras almas
y en las almas de nuestros prójimos»10.
A San José le pedimos que nos haga fuertes en las dificultades, mirando siempre
a Jesús, que también está muy cerca de nosotros. Él será nuestra fuerza.
III. En
el último dolor y gozo contemplamos a Jesús perdido y hallado en el Templo.
Estaba
prescrito en la Ley que todos los israelitas debían realizar una peregrinación
al Templo de Jerusalén en las tres fiestas principales: Pascua, Pentecostés y
los Tabernáculos. Esta prescripción obligaba a partir de los doce años. Cuando
se vivía a más de una jornada de camino, bastaba con que acudieran en una de
ellas. La Ley nada decía de las mujeres, pero la costumbre era que acompañasen
al marido. María y José, como buenos israelitas, iban todos los años a
Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió los doce años subió
a Jerusalén con sus padres11.
Para el viaje, cuando se tardaba más de una jornada, se reunían varias familias
y hacían juntos el camino. Nazareth distaba cuatro o cinco jornadas de
Jerusalén.
Una
vez terminada la fiesta, que duraba una semana, las pequeñas caravanas se
volvían a reunir en las afueras de la ciudad y emprendían el regreso. Los
hombres iban en una, y las mujeres formaban otra; los niños hacían el camino
indistintamente con una u otra. Hombres y mujeres se reunían al anochecer para
la comida de la tarde.
Cuando
María y José se reunieron al finalizar la primera etapa del viaje, notaron
enseguida la ausencia de Jesús. Al principio creyeron que iba en algún otro
grupo, y se pusieron a buscarle. ¡Nadie había visto a Jesús durante el viaje!
La siguiente jornada, entera, la pasaron indagando sobre el Niño: hicieron un
día de camino buscándolo entre parientes y conocidos. ¡Nadie tenía la menor noticia!
María y José estaban con el corazón encogido, llenos de angustia y de dolor.
¿Qué podía haber ocurrido? Aquella noche antes de volver a Jerusalén debió de
ser terrible para ellos. Al día siguiente, muy temprano, regresaron a
Jerusalén, y allí preguntaron por todas partes. ¿Dónde estaba Jesús? ¿Qué había
ocurrido? Preguntan, describen a su hijo, pero nadie sabe nada. «Prosiguen su
búsqueda -él con el rostro contraído, ella curvada por el dolor enseñando a las
generaciones futuras cómo hay que comportarse cuando se tiene la desgracia de
perder a Jesús»12.
Quizá
lo peor de todo fue el aparente silencio de Dios. Ella, la Virgen, era la
preferida de Dios; él, José, había sido escogido para velar por ambos y tenía,
también, experiencias de la intervención de Dios en los asuntos de los hombres.
¿Cómo, al cabo de dos días de clamar al Cielo, de buscar incesantemente y cada
vez con mayor ansiedad, el Cielo permanecía mudo a sus súplicas y a sus
sufrimientos?13. A veces Dios calla en nuestra vida, parece que lo hemos
perdido. Unas veces, por nuestra culpa; otras, parece que Él se esconde para
que le busquemos. «Jesús: que nunca más te pierda...»14,
le decimos en la intimidad de nuestro corazón.
Al
tercer día, cuando parecían agotadas ya todas las posibilidades, encontraron a
Jesús. Imaginemos el gozo que inundaría las almas de María y de José, sus
rostros resplandecientes al volver a casa con el autor de la alegría, con el
mismo Dios, que se había perdido y que acababan de encontrar. Llevarían al Niño
en medio de los dos, como temiendo perderle de nuevo; o, al menos -si no temían
perderle queriendo gozar más de su presencia, de la que durante tres jornadas
habían estado privados: tres días que les habían parecido siglos por la
amargura del dolor.
«Jesús:
que nunca más te pierda...». A San José le pedimos que nunca perdamos a Jesús
por el pecado, que no se oscurezca nuestra mirada por la tibieza, para tener
claro su amable rostro. Le pedimos que nos enseñe a buscarlo con todas las
fuerzas –como lo único necesario– si alguna vez tenemos la desgracia de
perderlo.
1 Mt 2,
13. —
2 Cfr. Sagrada
Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, nota
a Mt 2, 14. —
3 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 8. —
4 L.
Cristiani, San José, Patrón de la Iglesia universal, p. 78.
—
5 F.
Suárez, José, esposo de María, p. 168. —
6 Mt 2,
14. —
7 Mt 2,
19. —
8 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 42. —
9 Mt 2,
23. —
10 A.
Tanquerey, La divinización del sufrimiento, p. 120. —
11 Cfr. Lc 2,
41-42. —
12 M.
Gasnier. Los silencios de San José, p. 129. —
13 Cfr. F.
Suárez, o. c., p. 190. —
14 San
Josemaría Escrivá, Santo Rosario, quinto misterio gozoso.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/1/
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