Francisco Fernández-Carvajal 10 de junio de 2022
@hablarcondios
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Corazón grande en el apostolado.
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Saber comprender para poder ayudar.
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Alegría y espíritu positivo en el apostolado con nuestros amigos.
I.
Bernabé significa hijo de la consolación, y le fue impuesto por los
Apóstoles como sobrenombre a José, levita y chipriota de nacimiento1.
Su espíritu conciliador y su simpatía habrían inspirado este apelativo, según
comenta San Juan Crisóstomo2.
Después del martirio de Esteban y de la persecución posterior, algunos cristianos llegaron hasta Antioquía, adonde llevaron consigo su fe en Jesucristo. Al conocerse en Jerusalén las maravillas que operaba el Espíritu Santo, enviaron a Bernabé3. Su celo por la extensión del Reino le llevó a buscar los instrumentos idóneos para aquella ingente labor que se presentaba. Por eso se dirigió a Tarso, para buscar a Pablo, y lo condujo a Antioquía. Estuvieron juntos en aquella Iglesia durante un año entero y adoctrinaron a una gran muchedumbre4. Supo descubrir en el recién convertido aquellas cualidades que la gracia transformaría en el Apóstol de las gentes. Bernabé había sido el que presentó a Pablo a los Apóstoles en Jerusalén poco tiempo antes, cuando muchos cristianos recelaban de su antiguo perseguidor5.
Con el
Apóstol realizará el primer viaje misional, que tenía como objetivo la isla de
Chipre6. Les acompañaba también Marcos, su primo, quien les abandonó a
la mitad del camino, en Perge, y se volvió a Jerusalén. Cuando San Pablo
proyectó el segundo gran viaje misional, Bernabé quería llevar de nuevo a
Marcos, pero Pablo consideraba que no debía llevar consigo al que se
había apartado de ellos en Panfilia y no les había acompañado en la tarea7.
Esto produjo una disensión tan fuerte entre ambos que se separaron el uno del
otro...8.
Bernabé
no dejó a un lado a su primo Marcos, quizá entonces muy joven, después de
aquella defección, en la que le fallaron las fuerzas. Supo reanimarlo y
fortalecerlo, y hacer de él un gran evangelizador y un colaborador eficacísimo
de San Pedro y del mismo San Pablo, con el que Bernabé siguió unido9.
Más tarde demostrará Pablo para Marcos la mayor estima10,
«como si viera reflejarse en él la simpatía y los gratos recuerdos de Bernabé,
el amigo de la juventud»11.
San
Bernabé nos invita hoy a tener un corazón grande en el
apostolado, que nos llevará a no desanimarnos fácilmente ante los defectos y
retrocesos de aquellos amigos o parientes que queremos llevar hasta el Señor, a
no dejarlos a un lado cuando flaquean o quizá no responden a nuestras
atenciones y a nuestra oración.
La
posible falta de correspondencia, a veces aparente, ante nuestros desvelos ha
de llevarnos a excedernos en tratar a nuestros amigos aún con más afecto, con
una sonrisa más abierta, con más medios sobrenaturales.
II. Id
y proclamad que el reino de Dios está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos,
limpiad leprosos, echad demonios... Este mandato del Señor, que leemos
en el Evangelio de la Misa12,
debe resonar en el corazón de todos los cristianos. Es el apostolado que ha de
llevar a cabo cada uno personalmente en el lugar en el que se va desarrollando
su vida: el pueblo, el barrio, la empresa, la Universidad... Encontraremos
a muertos, que hemos de llevar al sacramento de la Penitencia para
que recobren la vida sobrenatural; enfermos, que no pueden valerse
por sí mismos y es preciso ayudar para que se acerquen a Cristo; leprosos,
que quedarán limpios por la gracia a través de nuestra amistad; endemoniados,
cuya curación nos exigirá una particular oración y penitencia...
Además
de la constancia –no podemos olvidar que «las almas se mejoran con el tiempo»13–
debemos tener en cuenta las diversas situaciones y circunstancias por las que
atraviesan las personas que precisan nuestra ayuda. De San Bernabé se nos dice
que era un hombre bueno, que mereció el sobrenombre de hijo
de la consolación, que llevó la paz a muchos corazones. De su grandeza de
corazón, manifestada en su generosidad y desprendimiento, nos hablan los Hechos
de los Apóstoles en la primera noticia que de él tenemos: tenía
un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los Apóstoles14.
Así pudo seguir más libremente al Señor. Un alma generosa y desprendida está en
condiciones de acoger a todos y de comprender el verdadero estado en que se
encuentran las almas. Cuando alguien se siente comprendido es más fácil que se
deje ayudar. La mejor arma del cristiano en el apostolado es precisamente esa
actitud abierta, acogedora, que sabe hacerse cargo de la situación de los
demás, apreciándolos de verdad, pues «nadie puede ser conocido sino en función
de la amistad que se le tiene»15.
Para
comprender es preciso mirar a los demás en lo mucho que tienen de positivo, y
ver sus fallos solo en un contexto de buenas cualidades, reales o posibles, y
con el deseo de ayudarles. «Procuremos siempre mirar las virtudes y cosas
buenas que viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes
pecados»16, aconsejaba Santa Teresa de Jesús. Y San Bernardo exhortaba
vivamente: «aunque vierais algo malo, no juzguéis al instante a vuestro
prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención, si
no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por
sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla,
aun entonces procurad creerlo así, y decid para vuestros adentros: la tentación
habrá sido muy fuerte»17.
Del
Señor hemos de aprender a saber convivir con todos, a no tener demasiado en
cuenta las faltas de correspondencia, de educación o de generosidad de quienes
nos rodean, fruto muchas veces de su ignorancia, de su soledad o de su
cansancio. El bien que pretendemos llevar a cabo está por encima de esas
pequeñeces que, en la presencia de Dios, dejan de tener importancia.
«Frecuentas el trato de ese compañero que apenas te da los buenos días..., y te
cuesta.
»-Persevera
y no le juzgues; tendrá “sus motivos”, de la misma manera que tú alimentas los
tuyos para encomendarle más cada jornada»18.
Esos «motivos» nuestros que tienen su origen y su centro en el Sagrario.
III. Tocad
la citara para el Señor, // suenen los instrumentos: // con clarines y son de
trompetas // aclamad al Rey y Señor...19.
Es
posible que algunos cristianos, al ver el ambiente alejado de Dios y los modos
de vida que adoptan muchos que quizá tendrían que ser ejemplares, se dejen
llevar por un «celo amargo», tratando de hacer el bien pero con una continua
lamentación del mal evidente, con frecuentes reproches a la sociedad, a quienes
–según ellos– tendrían que tomar medidas drásticas para atajar esos males... No
nos quiere el Señor así: Él dio su vida en la Cruz, con serenidad y paz, por
todos los hombres. Sería un gran fracaso que los cristianos adoptaran una
actitud negativa ante el mundo que han de salvar. A las gentes de las primeras
generaciones que siguieron a Cristo se las ve llenas de alegría, a pesar de las
frecuentes tribulaciones que hubieron de sufrir. San Lucas, cuando en los Hechos
de los Apóstoles trata de hacer un resumen de las pequeñas comunidades
que iban apareciendo por todas partes, señala que la Iglesia se
consolidaba y caminaba en el temor del Señor y crecía con el consuelo del
Espíritu Santo20.
Es la paz del Señor, que nunca nos faltará si le seguimos de cerca; es la paz
que hemos de dar a todos.
Imitando
al Señor, debemos huir de actitudes condenatorias, adustas, con dejes de
amargura. Si los cristianos llevamos la alegría al mundo, ¿cómo vamos a
presentar la Buena Nueva de modo antipático y triste?, ¿cómo vamos a juzgar a
los demás si no tenemos los elementos de juicio necesarios y, sobre todo, si
nadie nos ha dado esa misión? Nuestra postura ante todos es siempre de
salvación, de paz, de comprensión, de alegría..., incluso con aquellos que en
algún momento nos han podido tratar injustamente. «Comprensión, caridad real.
Cuando de veras la hayas conseguido, tendrás el corazón grande con todos, sin
discriminaciones, y vivirás –también con los que te han maltratado– el consejo
de Jesús: “venid a mí todos los que andáis agobiados..., que Yo os aliviaré”»21.
Cada cristiano es «Cristo que pasa» en medio de los suyos, que los aligera de
sus cargas y les muestra el camino de la salvación.
Al
terminar nuestra oración le pedimos al Señor, con la liturgia de la Misa, aquel
amor ardiente, que impulsó al apóstol Bernabé a llevar a las naciones la luz
del Evangelio22.
Nos lo concederá antes si lo pedimos además a través de Nuestra Señora: Sancta
Maria, Regina Apostolorum, ora pro nobis..., ayúdanos en la tarea
apostólica que queremos llevar a cabo con nuestros parientes, amigos y
conocidos.
*Natural
de Chipre, se cuenta entre los primeros fieles de Jerusalén. Fue quien presentó
a los Apóstoles a San Pablo, después de su conversión; le acompañó luego en su
primer viaje apostólico. Intervino en el Concilio de Jerusalén y fue una figura
de gran importancia en la Iglesia de Antioquía, el primer núcleo cristiano
numeroso fuera de Jerusalén. Era pariente de Marcos, en quien ejerció una
influencia decisiva. Vuelto a su patria, la evangelizó y murió mártir hacia el
año 63. Su nombre figura en la Plegaria Eucarística, I (o Canon Romano).
1 Cfr. Hech 4,
36. —
2 Cfr. San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre los Hechos de los Apóstoles,
21. —
3 Hech 11,
23 —
4 Hch 11,
26. —
5 Cfr. Hech 9,
26. —
6 Cfr. Hech 13,
14. —
7 Hech 15,
38. —
8 Hech 15,
40. —
9 Cfr. 1
Cor 9, 5-6. —
10 Cfr. Col 4,
10; Fil 24; 2 Tim 4, 11. —
11 J.
Prado, en Gran Enciclopedia Rialp, 5ª ed. Madrid
1989, voz Bernabé, vol. IV, p. 91. —
12 Mt 10,
7-13. —
13 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 78. —
14 Hech 4,
37. —
15 San
Agustín, Sermón 83. —
16 Santa
Teresa, Vida, 13, 6. —
17 San
Bernardo, Sermón 40 sobre el Cantar de los Cantares. —
18 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 843. —
19 Salmo
responsorial. Sal 98, 5-6. —
20 Hech 9,
31. —
21 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 867. —
22 Misal
Romano, Oración sobre las ofrendas de la Misa del día.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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