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viernes, 2 de septiembre de 2022

Dejar de respirar el mismo aire / Ángel Oropeza @angeloropeza182

 

Los humanos tenemos una tendencia natural y explicable a rodearnos de quienes piensan como nosotros. Según las teorías psicológicas de la Consistencia (Heider, Festinger, Osgood y otros), ello obedece a que mantener relaciones inconsistentes, como lo sería discrepar de nuestros amigos en cuestiones ideológicas o confrontar constantemente opiniones contrarias a la nuestra por parte de quienes nos rodean, termina generando un disconfort psicológico que se busca siempre evitar y reducir.

Adicionalmente, y de acuerdo con las teorías de formación de estereotipos, la información del entorno que coincide con nuestras creencias recibe mayor atención y tiende a recordarse con mayor exactitud que la información que no es consistente con las opiniones propias. De hecho las personas, por un mecanismo de ahorro cognitivo y de “comodidad” psicológica, solemos prestar atención preferencial y considerar como cierta a la información que es consistente con lo que creemos, y a rechazar, negar o simplemente no ver aquella que no concuerda con lo que pensamos.

Así, lo usual es que las personas busquen confirmación permanente a sus opiniones y creencias rodeándose preferentemente de quienes piensen igual a ellas, y obviando informaciones que reten las que ya poseen. Esto termina generando la ilusión de creer que todo el mundo –o al menos la mayoría– piensa igual que nuestro círculo íntimo, cuando en realidad no es así.

El último estudio nacional de More Consulting, una de las empresas de opinión pública más serias y confiables del país, terminado a finales del mes de Julio, es un buen ejemplo de la distancia que con frecuencia existe entre lo que la mayoría del país percibe y lo que se suele aceptar como cierto en el mundo restringido de las redes sociales o en el de algunos actores políticos. En ese limitado cosmos existen –entre muchos– dos mitos a los que hay que hacer obligatoria referencia: uno, que en caso de haber elecciones presidenciales al menos medianamente limpias, Maduro ya está derrotado porque es minoría y la gente no lo quiere; y el otro, paradójicamente, que la población venezolana perdió el interés por lo político y se encuentra sumergida en una supuesta resignación colectiva frente a la actual coyuntura. Comencemos por el primero.

Si usted no levanta la vista de las redes sociales que siempre sigue, o si es dirigente político y sólo se reúne con su militancia, y cuando sale de gira es para rodearse con quienes siempre le aplauden, seguramente comprará la tesis de la segura e inevitable derrota de Maduro. Es verdad que hoy sólo 3 de cada 10 venezolanos se identifica con el oficialismo. Eso es una minoría, y más tomando en cuenta que de ese 30%  de la población, 10% se define como oficialista descontento con Maduro. Pero esa minoría lo es dependiendo con qué se compare, sobre todo cuando el 70% restante dista mucho de ser homogéneo. De hecho, y según los datos de More, sólo 29,1% de los venezolanos se identifica políticamente como de oposición. Pero más alarmante aún es que mientras los oficialistas “resteados” con Maduro son el 20,8% de la población, apenas 10% de los encuestados manifiesta apoyar y seguir hoy al liderazgo opositor. Ese dato lacerante evidentemente pudiese cambiar, pero lamentablemente es la fotografía de hoy. Así, y a pesar que entre 7 y 8 de cada 10 venezolanos desea –según el mismo estudio– un cambio político en la conducción del país, la tarea de derrotar a Maduro no luce tan sencilla como algunos puedan pensar, incluso en el caso que las elecciones se realicen en mejores condiciones de transparencia. La tarea no está hecha, todo lo contrario. Porque aún con mejores condiciones electorales, para ganar el poder hay que primero ganarse al país.Y eso todavía está pendiente.

El otro mito frecuente en ciertos microcosmos es el referido a la supuesta “resignación” colectiva y al abandono del interés por lo político.Volviendo a los datos del estudio de More, la mitad de la población venezolana afirma tener mucho o algo de interés en la política. Y si bien ese interés ha bajado un poco en comparación con estudios anteriores, sigue siendo más alto que el promedio de los países de la región. De hecho, y a pesar de lo aparentemente extemporánea de la pregunta, 78% de los encuestados dice estar totalmente dispuesto a votar en unas eventuales elecciones presidenciales. Eso no parece ser un país que se desentendió de la política, aunque quizás sí de algunas formas particulares de ejercerla. Pero, además, el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social registró 3.892 protestas durante el primer semestre de 2022, equivalente a un promedio de 22 diarias. Esta cifra representa un aumento de 15% en comparación con el mismo período del año pasado. Esto, aunado a la enormes manifestaciones masivas de indignación y protesta que se desarrollan actualmente en todo el país por parte de profesores, empleados y obreros de las universidades, trabajadores de la salud y del magisterio, organizaciones sindicales, ONG, pensionados y jubilados, empleados públicos, y movimientos de trabajadores, en defensa de su salario y sus condiciones laborales, es la negación más palmaria a la peregrina tesis del país resignado.

Una cosa es la realidad y otra a veces distinta lo que creemos que ocurre. Y para empezar a acceder a esa realidad, hay que salir a encontrarse con quien desconfía, con quienes opinan y ven las cosas distinto a como lo hacemos. Hay que dejar de respirar el mismo aire de siempre, el que respiran los que piensan como nosotros. Es necesario atreverse a ver las cosas como son y no sólo como las pensamos o creemos. Entender la realidad tal cual ella es, siempre es el primer paso para cambiarla.

Más allá de los círculos íntimos que nos son más cómodos, y de  los espacios donde sólo se respira el aire de los conocidos, hay un país en ebullición, pero cuyo descontento hay que acompañarlo en su proceso de transformación hasta convertirse en una fuerza política poderosa, en una mayoría efectiva capaz no solo de derrotar a sus explotadores de hoy sino de iniciar la reconstrucción del país. Esa, y no otra, es la tarea prioritaria que tenemos por delante.

https://www.elnacional.com/opinion/dejar-de-respirar-el-mismo-aire/


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