Julio Castillo Sagarzazu 12 de diciembre de 2022
Esta
en marcha un plan para desmontar los valores en el país. Es necesario
resistirlo e impedirlo
Cuando
los primeros seres humanos provenientes de África se asentaron y aprendieron a
labrar la tierra y a domesticar animales el tema del liderazgo conoció un
cambio dramático. A los agrupamientos nómadas y transhumantes se les daba bien
aceptar las órdenes del más fuerte, del más dotado y el que podía, gracias a
esa fuerza, imponer su voluntad al resto del grupo.
El asentamiento hizo aparecer otras necesidades para hacerse del liderazgo grupal. Empezó a ser necesario crear instituciones de cierta permanencia. Ya no solo la fuerza era suficiente para mantener el poder de aquellas instituciones incipientes. Hacía falta también el conocimiento y controlar el desarrollo de la tecnología, por más rudimentaria que esta fuera.
Fue en
ese momento que los detentadores de aquel elemental poder, comienzan a usar
parte de su acumulación primitiva de recursos en la formación y la educación de
las familias, y en particular de los hijos, con la esperanza de que aquello les
daría ventaja sobre el resto de la población y haría más sustentable el
ejercicio del mando de sus comunidades.
Desde
entonces, la formación de una elite ilustrada y formada, ha sido preocupación
constante de todas las clases gobernantes.
En la
Edad Media, la iglesia asume la tarea de la formación de las elites, fundado
universidades y haciendo de sus conventos verdaderos centros de la transmisión
de la cultura y hasta de la ciencia. Las poderosas familias de la época hacen
del mecenazgo una manera de tener bajo su cobijo a los mejores artistas e
intelectuales. Italia es una muestra fascinaste de ello. Los palacios y
propiedades de los Sforza en Milán; de los Medici en Florencia; de los Farnesio
en Parma, se convirtieron en centros del arte y la formación de sus
descendientes para el manejo del gobierno y el poder cultural o ideológico.
Posteriormente
llega el ascenso social y económico de la burguesía, la Revolución Francesa y
la Ilustración. Se democratiza la educación, pero las familias y grupos de
poder siguen invirtiendo en la formación de sus descendientes.
Las
grandes universidades y los centros de formación pasan a ser subvencionados
oficialmente y también por fundaciones de familias poderosas como ocurre aun en
los Estados Unidos e Inglaterra.
En
Venezuela la trilogía de Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Andrés Bello es
una buena muestra de los esfuerzos de sus familias para que se formaran. Bello
obtuvo una educación de primera en la propia Caracas y luego, por su
conocimiento del inglés, fue enviado, junto con López Méndez y Bolívar, en la
primera misión diplomática a Londres a encontrarse con Miranda. Bolívar y
Miranda fueron enviados a academias militares de la metrópoli y Bello culmina
su carrera como ministro de educación de Chile.
Con la
llegada del petróleo y el advenimiento de la democracia posteriormente, esa
prioridad no fue descuidada. Al contrario, el estado se unió al esfuerzo de las
familias, fundando escuelas y reforzando la universidad publica e, incluso,
promoviendo programas de formación como el de las Becas Gran Mariscal de
Ayacucho.
La
llegada de Chávez al poder implicó un frenazo a todo este proceso. Con su
propósito “refundacional de una V República”, era lógico que necesitara
promover una nueva escala de valores morales y sociales para apuntalar su
proyecto.
Comenzó
su tarea con la ideologización de los libros de texto y la culminó con varias
operaciones y tomas de posición, muy bien planificadas: Un día en plena plaza
publica manifestó: “si mi hija tuviera hambre, yo también robara”.
Se
trataba de todo un programa moral y político, destinado a dar una batalla
cultural para formar una nueva elite del poder. Los valores del estudio, el
trabajo, el esfuerzo quedan apartados de la ideología oficial, para dar paso a
los de si necesitas algo: “ven a mí que tengo flor”.
Se
iniciaba de esta manera el capitalismo de panas y la hegemonía estatal de la
economía: Existirá solo lo que yo no expropie y lo manejaran los que se
acerquen a mí.
La
economía de puertos; la minería ilegal; la vista gorda a grupos irregulares; el
uso de colectivos para reprimir; las zonas especiales; la ley anti bloqueo,
todos son instrumentos de esa batalla cultural y moral.
Pero
hay un elemento en el que hay que poner especial interés. Se trata del
desmantelamiento de la educación pública y de la universitaria.
El
carro de guerra desplegado para humillar a las universidades, a la protección
social de sus empleados y docentes; la confiscación de los presupuestos; el
abandono de sus plantas físicas, son todos intentos de someter a un sector que
aún tiene reservas para la formación moral, intelectual y para impartir
conocimiento, tal como quedó demostrado en esa ventanita abierta de las
elecciones de representantes profesorales al cogobierno de la UCV.
Todo
esto ocurre porque la elite que necesitan para mantenerse en el poder no es la
de los profesionales desarrollando al país, sino la de los enchufados, con
guayas de oro en el pescuezo, camionetotas que pueblan la noche caraqueña y
venezolana en restaurantes impagables y en las alturas, con absoluto desprecio
por la inmensa tragedia social que les rodea.
El
proceso de formación de esta elite sigue avanzando, tiene en la consigna, “esto
se arregló”, su principal estandarte
Esta
es la batalla cultural que el régimen necesita ganar y esta es la ofensiva que
los demócratas deben resistir.
Julio
Castillo Sagarzazu
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