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martes, 13 de diciembre de 2022

Hacer un élite, por @juliocasagar


Julio Castillo Sagarzazu 12 de diciembre de 2022

@juliocasagar

Esta en marcha un plan para desmontar los valores en el país. Es necesario resistirlo e impedirlo

Cuando los primeros seres humanos provenientes de África se asentaron y aprendieron a labrar la tierra y a domesticar animales el tema del liderazgo conoció un cambio dramático. A los agrupamientos nómadas y transhumantes se les daba bien aceptar las órdenes del más fuerte, del más dotado y el que podía, gracias a esa fuerza, imponer su voluntad al resto del grupo.

El asentamiento hizo aparecer otras necesidades para hacerse del liderazgo grupal. Empezó a ser necesario crear instituciones de cierta permanencia. Ya no solo la fuerza era suficiente para mantener el poder de aquellas instituciones incipientes. Hacía falta también el conocimiento y controlar el desarrollo de la tecnología, por más rudimentaria que esta fuera.

Fue en ese momento que los detentadores de aquel elemental poder, comienzan a usar parte de su acumulación primitiva de recursos en la formación y la educación de las familias, y en particular de los hijos, con la esperanza de que aquello les daría ventaja sobre el resto de la población y haría más sustentable el ejercicio del mando de sus comunidades.

Desde entonces, la formación de una elite ilustrada y formada, ha sido preocupación constante de todas las clases gobernantes.

En la Edad Media, la iglesia asume la tarea de la formación de las elites, fundado universidades y haciendo de sus conventos verdaderos centros de la transmisión de la cultura y hasta de la ciencia. Las poderosas familias de la época hacen del mecenazgo una manera de tener bajo su cobijo a los mejores artistas e intelectuales. Italia es una muestra fascinaste de ello. Los palacios y propiedades de los Sforza en Milán; de los Medici en Florencia; de los Farnesio en Parma, se convirtieron en centros del arte y la formación de sus descendientes para el manejo del gobierno y el poder cultural o ideológico.

Posteriormente llega el ascenso social y económico de la burguesía, la Revolución Francesa y la Ilustración. Se democratiza la educación, pero las familias y grupos de poder siguen invirtiendo en la formación de sus descendientes.

Las grandes universidades y los centros de formación pasan a ser subvencionados oficialmente y también por fundaciones de familias poderosas como ocurre aun en los Estados Unidos e Inglaterra.

En Venezuela la trilogía de Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Andrés Bello es una buena muestra de los esfuerzos de sus familias para que se formaran. Bello obtuvo una educación de primera en la propia Caracas y luego, por su conocimiento del inglés, fue enviado, junto con López Méndez y Bolívar, en la primera misión diplomática a Londres a encontrarse con Miranda. Bolívar y Miranda fueron enviados a academias militares de la metrópoli y Bello culmina su carrera como ministro de educación de Chile.

Con la llegada del petróleo y el advenimiento de la democracia posteriormente, esa prioridad no fue descuidada. Al contrario, el estado se unió al esfuerzo de las familias, fundando escuelas y reforzando la universidad publica e, incluso, promoviendo programas de formación como el de las Becas Gran Mariscal de Ayacucho.

La llegada de Chávez al poder implicó un frenazo a todo este proceso. Con su propósito “refundacional de una V República”, era lógico que necesitara promover una nueva escala de valores morales y sociales para apuntalar su proyecto.

Comenzó su tarea con la ideologización de los libros de texto y la culminó con varias operaciones y tomas de posición, muy bien planificadas: Un día en plena plaza publica manifestó: “si mi hija tuviera hambre, yo también robara”.

Se trataba de todo un programa moral y político, destinado a dar una batalla cultural para formar una nueva elite del poder. Los valores del estudio, el trabajo, el esfuerzo quedan apartados de la ideología oficial, para dar paso a los de si necesitas algo: “ven a mí que tengo flor”.

Se iniciaba de esta manera el capitalismo de panas y la hegemonía estatal de la economía: Existirá solo lo que yo no expropie y lo manejaran los que se acerquen a mí.

La economía de puertos; la minería ilegal; la vista gorda a grupos irregulares; el uso de colectivos para reprimir; las zonas especiales; la ley anti bloqueo, todos son instrumentos de esa batalla cultural y moral.

Pero hay un elemento en el que hay que poner especial interés. Se trata del desmantelamiento de la educación pública y de la universitaria.

El carro de guerra desplegado para humillar a las universidades, a la protección social de sus empleados y docentes; la confiscación de los presupuestos; el abandono de sus plantas físicas, son todos intentos de someter a un sector que aún tiene reservas para la formación moral, intelectual y para impartir conocimiento, tal como quedó demostrado en esa ventanita abierta de las elecciones de representantes profesorales al cogobierno de la UCV.

Todo esto ocurre porque la elite que necesitan para mantenerse en el poder no es la de los profesionales desarrollando al país, sino la de los enchufados, con guayas de oro en el pescuezo, camionetotas que pueblan la noche caraqueña y venezolana en restaurantes impagables y en las alturas, con absoluto desprecio por la inmensa tragedia social que les rodea.

El proceso de formación de esta elite sigue avanzando, tiene en la consigna, “esto se arregló”, su principal estandarte

Esta es la batalla cultural que el régimen necesita ganar y esta es la ofensiva que los demócratas deben resistir.

Julio Castillo Sagarzazu

@juliocasagar


  

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