Francisco Fernández-Carvajal 16 de diciembre de 2022
@hablarcondios
— Todos los hombres se dirigirán hacia
Cristo triunfante. Señales que acompañarán la segunda venida del Señor. La
señal de la Cruz.
— El juicio universal. Jesús nuestro
Amigo.
— Preparar nuestro propio juicio. El
examen de conciencia. La práctica de la Confesión frecuente.
I. Aguardamos
un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde
según el modelo de su condición gloriosa1.
El tiempo de Adviento prepara también nuestras almas a la expectación de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos, entonces el mundo verá al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran poder y majestad2 para juzgar a vivos y muertos en un juicio universal, antes de que lleguen los cielos nuevos y la tierra nueva donde mora toda justicia3. Y mientras tanto, «la Iglesia peregrina lleva en sus Sacramentos e instituciones la imagen de este siglo que pasa, y ella misma vive entre las criaturas que gimen con dolores de parto al presente, en espera de la manifestación de los hijos de Dios (Cfr. Rom 8, 19-22)»4.
Vendrá
Jesucristo como el Redentor del mundo, como Rey, Juez y Señor de todo el
Universo. Y sorprenderá a los hombres ocupados en sus negocios, sin advertir la
inminencia de su llegada: como el relámpago sale del Oriente y brilla
hasta el Occidente, así será la venida del Hijo del hombre5.
Se
reunirán a su alrededor buenos y malos, vivos y difuntos: todos los hombres se
dirigirán irresistiblemente hacia Cristo triunfante, atraídos los unos por el
amor, forzados los otros por la justicia6.
Aparecerá
en el cielo la señal del Hijo del hombre7,
la Santa Cruz. Esa Cruz tantas veces despreciada, tantas abandonada, escándalo
para los judíos, necedad para los gentiles8,
que había sido considerada como algo sin sentido; esa Cruz aparecerá ante la
mirada asombrada de los hombres como signo de salvación.
Jesucristo,
con toda su gloria, se mostrará ante aquellos que –en Él o en su Iglesia– le
negaron; ante los que, no contentos con esto, le persiguieron; ante los que
vivieron ignorándole. También se mostrará a quienes le amaron con obras. La humanidad
entera se dará cuenta de que Dios le ensalzó y le dio un nombre
superior a todo nombre, a fin de que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en el infierno y toda lengua confiese que
Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre9.
Entonces
daremos por bien empleados todos nuestros esfuerzos, todas aquellas obras que
hicimos por Dios, aunque quizá nadie en este mundo se diera cuenta de ellas. Y
sentiremos una gran alegría al ver esa Cruz que procuramos buscar a lo largo de
nuestra vida, que quisimos poner en la cima de las actividades de los hombres.
Y tendremos la alegría de haber colaborado como siervos fieles en el reinado de
aquel Rey, Jesucristo, que aparece ahora lleno de majestad en su gloria.
II. El
Señor enviará a sus ángeles que, con trompeta clamorosa, reunirán a sus
elegidos desde los cuatro vientos, de un extremo al otro de los cielos10.
Allí estarán todos los hombres desde Adán. Y todos comprenderán con entera
claridad el valor de la abnegación, del sacrificio, de la entrega a Dios y a
los demás. En la segunda venida de Cristo se manifestará públicamente el honor
y la gloria de los santos, porque muchos de ellos murieron ignorados,
despreciados, incomprendidos, y serán ahora glorificados a la vista de todos.
Los
propagadores de herejías recibirán el castigo que acumularon a lo largo de los
siglos, cuando sus errores pasaban de unos a otros, siendo un obstáculo para
que muchos encontraran el camino de la salvación. De la misma manera, quienes
llevaron la fe a otras almas y encendieron a otros en el amor de Dios recibirán
el premio por el fruto que su oración y sacrificio produjo a lo largo de los
tiempos. Verán los resultados en el bien que tuvieron cada una de sus
oraciones, de sus sacrificios, de sus desvelos.
Se
verá el verdadero valor de hombres tenidos por sabios, pero maestros del error,
que muchas generaciones rodearon de alabanza y consideración, mientras que
otros eran relegados al olvido, cuando debieron ser considerados y llenos de
honor. Estos recibirán entonces la paga de sus trabajos, que el mundo les negó.
El
juicio del mundo servirá para glorificación de Dios11,
pues hará patente Su Sabiduría en el gobierno del mundo, Su bondad y Su
paciencia con los pecadores y, sobre todo, Su justicia retributiva. La
glorificación del Dios-Hombre, Jesucristo, alcanzará su punto culminante en el
ejercicio de Su potestad judicial sobre el Universo.
Los
juicios particulares no serán ni revisados ni corregidos en el juicio
universal, sino confirmados y dados a conocer públicamente. En el juicio
universal cada hombre será juzgado ante toda la humanidad y como miembro de la
sociedad humana. Entonces se complementarán el premio y el castigo al hacerlos
extensivos al cuerpo resucitado12.
III.
Antes de la segunda venida gloriosa de Nuestro Señor tendrá lugar el propio
juicio particular, inmediatamente después de la muerte.
«El
máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y
con la disolución progresiva de su cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor
por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a
aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de
eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta
contra la muerte»13.
La Revelación nos enseña que la muerte es un paso, un trámite hasta la vida
eterna. Y entre la vida aquí en la tierra y la vida eterna, tendrá lugar el
juicio particular de cada uno, que hará Jesucristo mismo, donde cada uno será
juzgado según sus obras. Es forzoso que todos comparezcamos ante el
tribunal de Cristo, para que cada uno reciba el pago debido a las buenas o
malas acciones que habrá hecho mientras ha estado revestido de su cuerpo14.
Nada
dejará de pasar por el tribunal divino: pensamientos, deseos, palabras,
acciones y omisiones. Cada acto humano adquirirá entonces su verdadera
dimensión: la que tiene ante Dios, no la que tuvo ante los hombres.
Allí
estarán todos los pensamientos, imaginaciones y deseos...; todas esas
debilidades internas que quizá ahora cueste trabajo conocer. Jesucristo sacará
a plena luz lo que está en los escondrijos de las tinieblas y descubrirá en
aquel día las intenciones de los corazones15.
También las palabras que hayamos empleado unas veces al servicio de la propia
excelencia; otras, como instrumento de mentira; en ocasiones, faltas de
comprensión, de caridad o de justicia. Y nuestras obras. También se nos juzgará
por ellas, porque tuve hambre y me disteis de comer...16.
Cristo mirará nuestras vidas buscando cómo nos hemos comportado con Él, o con
sus hermanos los hombres.
También
aparecerán de modo claro todas las oportunidades que tuvimos de hacer algo por
los demás. Cada día nuestro está lleno de posibilidades de hacer el bien, en
cualquier circunstancia en la que nos encontremos. Sería triste que nuestra
vida fuera como una gran avenida de ocasiones perdidas, de oportunidades
desperdiciadas. Y todo por haber dejado que penetraran en nosotros la
negligencia, la pereza, la comodidad, el egoísmo, la falta de amor.
Pero
para quienes le tratamos a lo largo de la vida, Jesucristo no será un juez
desconocido, porque procuramos servirle cada día de nuestra existencia terrena.
Podemos ser amigos íntimos del que ha de juzgarnos, y cada día debe ser más
grande esa amistad. «“Me hizo gracia que hable usted de la ‘cuenta’ que le
pedirá Nuestro Señor. No, para ustedes no será Juez –en el sentido austero de
la palabra– sino simplemente Jesús”. —Esta frase, escrita por un Obispo santo,
que ha consolado más de un corazón atribulado, bien puede consolar el tuyo»17.
Nos
conviene meditar con alguna frecuencia sobre el propio juicio al que nos
encaminamos. Cada vez nos encontramos más cerca. Y veremos la mirada de Cristo
–juez y amigo– sobre nuestra vida, y nos animará a ir llenándola de pequeñas
cosas que no pasan inadvertidas para Él, aunque los hombres muchas veces no las
perciban ni las valoren.
El
examen de conciencia diario y la práctica de la Confesión frecuente son medios
muy importantes para preparar cada día ese encuentro definitivo con el Señor,
que tendrá lugar dentro de un tiempo quizá no muy largo. Son también unos
medios excelentes para preparar el encuentro nuevo con el Señor en la
Nochebuena, que ya se acerca: Ven, Señor Jesús, y no tardes, para que
tu venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de tu amor18.
1 Antífona
de la Comunión. Flp 3, 20-21. —
2 Lc 21,
27. —
3 2
Pedr 3, 13. —
4 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 43. —
5 Mt 24,
27. —
6 Cfr.
Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1985, nota a Mt 24,
23-28. —
7 Mt 24,
30. —
8 1
Cor 1, 23. —
9 Flp 2,
9-11. —
10 Mt 24,
31. —
11 Cfr. Tes 1,
10. —
12 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica, Supl. 88, 1. —
13 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 18. —
14 2
Cor 5, 10. —
15 1
Cor 4, 5. —
16 Cfr. Mt 25,
35. —
17 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 168. —
18 Oración
del día 24.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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