Opus Dei 10 de diciembre de 2022
@OpusDeiVE
Comentario del 3.º domingo de Adviento
(Ciclo A). “Los ciegos ven y los cojos andan (…) y a los pobres se les anuncia
el Evangelio”. La venida del Señor nos mueve a llenarnos de su gracia para que
nuestra vida sea instrumento de alegría y conversión para muchos.
Evangelio
(Mt 11,2-11)
Entretanto
Juan, que en la cárcel había tenido noticia de las obras de Cristo, envió a
preguntarle por mediación de sus discípulos:
—
¿Eres tú el que va a venir, o esperamos a otro?
Y
Jesús les respondió:
— Id y
anunciadle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos
andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a
los pobres se les anuncia el Evangelio. Y bienaventurado el que no se
escandalice de mí.
Cuando
ellos se fueron, Jesús se puso a hablar de Juan a la multitud:
— ¿Qué
salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Entonces,
¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido con finos ropajes? Daos cuenta de
que los que llevan finos ropajes se encuentran en los palacios reales.
Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os lo aseguro, y más que un
profeta. Éste es de quien está escrito:
Mira
que yo envío a mi mensajero delante de ti,
para
que vaya preparándote el camino.
En
verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que
Juan el Bautista; pero el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que
él.
Comentario
Este
texto del Evangelio, correspondiente a la tercera semana de adviento, nos
invita a prepararnos para el encuentro con el Señor, guiados por la predicación
de Juan Bautista.
La
persona y el mensaje de Juan habían impresionado profundamente a las gentes de
Judá. En aquel tiempo, una efervescencia de esperanzas mesiánicas suscitaba el
anhelo de una pronta intervención salvadora de Dios a favor de su pueblo.
Después de siglos en los que el Señor no había enviado ningún profeta, la
personalidad austera de Juan y su llamada a la conversión lo acreditaban como
un enviado del Señor. Máxime cuando no buscaba para sí ningún protagonismo,
sino que anunciaba una nueva y pronta intervención divina en la historia, por
medio de alguien mayor que él, cuya llegada era inminente.
Juan
es aquel de quien está escrito en el Antiguo Testamento: “Mira que yo envío a
mi mensajero delante de ti, para que vaya preparándote el camino”. La primera
parte de la frase está tomada del libro del Éxodo (Ex 23,20) y se refiere en
primera instancia a Moisés, a quien el Señor había enviado para que guardase y
guiase a su pueblo en su peregrinación por el desierto, camino de la tierra
prometida. La segunda parte de la frase procede de una reelaboración hecha por
Malaquías de ese pasaje del Éxodo, en el que ese mensajero ya no es Moisés,
sino alguien que vendrá después que él, pero que también tendrá la misión de
preparar una gran intervención divina: “ved que yo envío mi mensajero a
preparar el camino delante de Mí” (Ml 3,1). Ambos textos bíblicos anuncian una
pronta intervención salvadora de Dios, que viene para juzgar y salvar, e
invitan a abrir la puerta del corazón para que, cuando llegue, pueda entrar y
sanarlo. Estas palabras, que habían alimentado la esperanza de muchas
generaciones de hombres y mujeres fieles en el pueblo de Dios, se hicieron
realidad en Jesús tras el anuncio realizado por Juan Bautista.
Leídas
hoy, a falta de pocos días para la celebración del nacimiento en Belén del Hijo
de Dios hecho hombre, también alimentan nuestra esperanza y nos invitan a
prepararnos a fondo para abrirle paso a nuestros corazones, de modo que pueda
entrar, y disponer allí su aposento.
¿Qué
sucedió a quienes en aquel momento, siguiendo la predicación de Juan el
Bautista a la penitencia, acogieron bien a Jesús? Lo que todos podían
constatar: “los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los
sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio”
(v.5). Pudieron experimentar el efecto sanador, transformador y revitalizador
de la acción divina en cada uno.
A la
vez, quienes se dejan sanar y transformar por el Señor, serán tan buenos amigos
de él, que ellos mismos podrán ir por el mundo sembrando esa paz y esa
esperanza que fue sembrando el Maestro en sus caminos por la tierra. Así lo
hacía considerar san Josemaría: “Estos milagros sigue haciéndolos ahora el
Señor, por vuestras manos: gentes que no veían, y ahora ven; gentes que no eran
capaces de hablar, porque tenían el demonio mudo, y lo echan fuera y hablan; gentes
incapaces de moverse, tullidos para las cosas que no fueran humanas, y rompen
aquella quietud, y realizan obras de virtud y de apostolado. Otros que parecen
vivir, y están muertos, como Lázaro: ‘Iam fatet, quatriduanus est enim’ (Jn
11,39). Vosotros, con la gracia divina y con el testimonio de vuestra vida y de
vuestra doctrina, de vuestra palabra prudente e imprudente, los traéis a Dios,
y reviven”[1].
[1] S.
Josemaría, En diálogo con el Señor (Rialp: Madrid, 2017), cap.
15, n. 5f.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/2022-12-11/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico