Alberto Ruiz Méndez 10 de febrero de 2023
“Nos
tratan como delincuentes, pero estamos salvando a la democracia”. Estas fueron
las palabras que una mujer brasileña le dijo a un reportero luego de haber sido
arrestada por irrumpir en la sede del Congreso de aquel país. Con esa frase,
quizá sin saberlo, aquella mujer resumía una
narrativa de posverdad política, que impera en nuestra región, pero
también, y aquí lo paradójico, una verdad sobre la democracia: su constante
disputa.
Las diferentes crisis que se han sucedido después de la Segunda Guerra Mundial han abierto brechas que la democracia, como forma de gobierno, ha sido incapaz de resolver. No es casual que esa brasileña se justificara argumentando que sus acciones defendían a la democracia porque, así como para muchos ciudadanos de la región, defender una forma de democracia que solucione aquellas brechas es más importante que nunca.
En
consecuencia, la disputa actual está enmarcada en un estado de declive en las
democracias a escala mundial. Año a año desde 2008, vamos retrocediendo en los
indicadores básicos de buena salud democrática. No es casual que la Encuesta
Mundial de Valores del año pasado, realizada en 77 países, mostrara que el
porcentaje de encuestados que apoyaría a un líder que no tuviese que contender
con su Congreso u otras fuerzas políticas fuera del 52%, mientras que en 2009
era del 38%. Así las cosas, entonces no debe sorprendernos que, de entre los
encuestados, menos de la mitad (47,4%) respondiera que la democracia es
importante para su sociedad.
Por su
parte, en su más reciente informe sobre el estado global de la democracia, la
organización IDEA Internacional refuerza una tendencia que ha venido midiendo
en los últimos cinco años, a saber: que el número de países moviéndose hacia el
autoritarismo es más del doble de aquellos que se están consolidando como
democracias. La ciudadanía está votando por soluciones, no por debates ni
derechos o libertades.
En
este contexto global, América Latina también muestra una tendencia hacia el
declive (a pesar de ser una de las regiones con más sistemas democráticos).
Para ilustrar esta situación, IDEA Internacional destaca, entre otras cosas,
los retrocesos institucionales en Bolivia, Brasil, El Salvador y Guatemala; las
noticias falsas y la desinformación como catalizadores de la polarización; el
incremento de las protestas masivas por la nula eficacia de los programas
sociales, y la consolidación de autocracias en Haití, Nicaragua y Venezuela,
que se han sumado a la de Cuba.
Por
desgracia, estos hallazgos no sorprenden, pero al mismo tiempo invitan a
cuestionarnos sobre las acciones y las responsabilidades para su profundización
o solución. Tenemos la ventaja de ser conscientes de la crisis y, en
consecuencia, reflexionar sobre temas y problemas que resultan incómodos pero urgentes.
¿Los
Gobiernos latinoamericanos están preocupados por el bienestar de las personas o
por su continuidad en el poder? La “nueva ola progresista” será juzgada, o bien
por la fuerza que haya tenido por romper pactos hegemónicos, o bien por haber
maquillado de rosa, verde o morado sus políticas sociales.
Debemos
estar alertas para saber si los disturbios en Brasil y Perú son síntomas de la
misma enfermedad regional o son hechos coyunturales de cada país. Pero, sobre
todo, deberá preocuparnos el que la polarización nos haya convertido en
enemigos absolutos.
¿Cómo
va la democracia? En caída. La paradoja que resulta de este
contexto de crisis es preocupante (pero fascinante como objeto de estudio)
porque, así como lo advirtió aquella ciudadana brasileña, hoy en día defender
la democracia parece implicar el debilitamiento de sus fundamentos, a fin de
ganar el monopolio de su quehacer y definición. Nuestra actual disputa por la
democracia tiene una dimensión heroica en la que “salvar a la democracia”
implica una violencia simbólica y material que quizá no sabremos cómo evitar.
Alberto
Ruiz Méndez
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