Opus Dei 08 de julio de 2023
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Comentario del Domingo 14.º del Tiempo
Ordinario (Ciclo A). "Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os
aliviaré". El verdadero remedio para nuestras heridas es una vida llena de
amor fraterno y de amor a Dios.
Evangelio
(Mt 11,25-30)
En
aquella ocasión Jesús declaró:
— Yo
te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas
cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre,
porque así te ha parecido bien.
Todo
me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie
conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.
Venid
a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre
vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis
descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera.
Comentario
Jesús
hace una oración en voz alta, y el evangelista menciona cuáles fueron las
palabras concretas con las que se dirigió a Dios: “Yo te alabo, Padre, Señor
del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y
prudentes y las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25-27). Lo llama Padre y se
alegra de su predilección por los más pequeños, y de que a ellos les revela las
cosas más profundas. En efecto, Dios se complace en los niños ya que, como
recuerda el Papa Francisco, “los niños son en sí mismos una riqueza para la
humanidad y también para la Iglesia, porque nos remiten constantemente a la
condición necesaria para entrar en el reino de Dios: la de no considerarnos
autosuficientes, sino necesitados de ayuda, amor y perdón. Y todos necesitamos
ayuda, amor y perdón”[1].
San
Josemaría experimentó esa predilección divina que, cuando quiere, ilumina los
corazones de quienes lo buscan con sencillez, para que penetren en la intimidad
divina y capten lo que implica el ser hijos de Dios. Una experiencia singular
que tuvo lugar un día concreto, el 16 de octubre de 1931. Años después
rememoraba lo que vivió aquel día, viendo cumplidas en sí mismo las palabras de
Jesús que recoge Mateo: “Os podría decir hasta cuándo, hasta el momento, hasta
dónde fue aquella primera oración de hijo de Dios. Aprendí a llamar Padre, en
el Padrenuestro, desde niño; pero sentir, ver, admirar ese querer de Dios de
que seamos hijos suyos…, en la calle y en un tranvía -una hora, hora y media,
no lo sé-; Abba, Pater!, tenía que gritar. Hay en el Evangelio unas palabras
maravillosas; todas lo son: ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a
quien el Hijo lo quisiera revelar’ (Mt 11,27). Aquel día, aquel día quiso de
una manera explícita, clara, terminante, que, conmigo, vosotros os sintáis
siempre hijos de Dios, de este Padre que está en los cielos y que nos dará lo
que pidamos en nombre de su Hijo”[2].
Jesús
nos ha dado ejemplo de esa humildad y sencillez que admira en los niños. Así lo
señalaba san Josemaría mientras meditaba este pasaje del evangelio:
“Jesucristo, Señor Nuestro, con mucha frecuencia nos propone en su predicación
el ejemplo de su humildad: ‘aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón?
Para que tú y yo sepamos que no hay otro camino, que sólo el conocimiento
sincero de nuestra nada encierra la fuerza de atraer hacia nosotros la divina
gracia. Por nosotros, Jesús vino a padecer hambre y a alimentar, vino a sentir
sed y a dar de beber, vino a vestirse de nuestra mortalidad y a vestir de
inmortalidad, vino pobre para hacer ricos”[3].
En la
escena del evangelio que estamos considerando, Jesús, después de manifestar su
gozo por la predilección de Dios por los que son sencillos, como los niños,
añade algo muy consolador: “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os
aliviaré” (Mt 11,28). Ahora bien, pone una condición para proporcionar el
descanso: “Llevad mi yugo sobre vosotros” (Mt 11,29). “¿En qué consiste este
‘yugo’, que en lugar de pesar aligera, y en lugar de aplastar alivia –se
preguntaba Benedicto XVI-? El ‘yugo’ de Cristo es la ley del amor, es su
mandamiento, que ha dejado a sus discípulos. El verdadero remedio para las
heridas de la humanidad –sea las materiales, como el hambre y las injusticias,
sea las psicológicas y morales, causadas por un falso bienestar– es una regla
de vida basada en el amor fraterno, que tiene su manantial en el amor de Dios.
Por esto es necesario abandonar el camino de la arrogancia, de la violencia
utilizada para ganar posiciones de poder cada vez mayor, para asegurarse el
éxito a toda costa”[4].
[1] Papa
Francisco, Audiencia general, Miércoles 18 de marzo de 2015.
[2] San
Josemaría, En diálogo con el Señor, Rezar con más urgencia
(Meditación del 24-XII-1969), n. 3.
[3] San
Josemaría, Amigos de Dios, 97.
[4] Benedicto
XVI, Ángelus, 3 julio de 2011
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/
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