Opus Dei 01 de julio de 2023
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Evangelio del 13º domingo del Tiempo
Ordinario (Ciclo A) y comentario al evangelio.
Evangelio
(Mt 10,37-42)
Quien
ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su
hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Quien no toma su cruz y me
sigue, no es digno de mí. Quien encuentre su vida, la perderá; pero quien
pierda por mí su vida, la encontrará.
Quien
a vosotros os recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me
ha enviado. Quien recibe a un profeta por ser profeta obtendrá recompensa de
profeta, y quien recibe a un justo por ser justo obtendrá recompensa de justo.
Y cualquiera que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos
pequeños por ser discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa.
Comentario
El
evangelio según san Mateo contiene cinco grandes discursos de Jesús, como una
alusión a los cinco rollos de la Ley de Moisés o Pentateuco. El segundo de
estos discursos suele llamarse el Discurso de la Misión, porque contiene una
serie de instrucciones del Maestro para aquellos que envió a las ciudades y
aldeas a anunciar la inminente llegada del Reino de Dios. Al igual que el
domingo pasado, la liturgia recoge hoy un fragmento de dicho discurso.
“Quien
ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí…” (v. 37). Las
palabras de Jesús tienen un tono muy exigente y demandan de los discípulos
decisiones firmes y generosas. Muy a propósito, Jesús contrasta su seguimiento
y la evangelización con aquellas dimensiones de la persona más esenciales e
importantes, como son la familia y la propia vida.
El
Papa Francisco explicaba esta prioridad así: “El afecto de un padre, la ternura
de una madre, la dulce amistad entre hermanos y hermanas, todo esto, aun siendo
muy bueno y legítimo, no puede ser antepuesto a Cristo. No porque Él nos quiera
sin corazón y sin gratitud, al contrario, es más, sino porque la condición del
discípulo exige una relación prioritaria con el maestro”[1]. Jesús no
promueve el rechazo o desprecio a los seres queridos, sino que ilustra el valor
radical y primordial que tiene el amor a Dios y la búsqueda del bien de las
almas, que es la mejor forma de amar a los demás.
“Quien
no toma su cruz y me sigue…” (v. 38). Sorprende que Jesús hable ya a los
apóstoles de la cruz, cuando acaba de elegirlos al inicio de su ministerio en
Galilea. No sabemos qué entenderían ellos de estas palabras, pronunciadas mucho
antes de la pasión. En cualquier caso, significan que el discípulo puede
identificarse con el Maestro; no solo porque es enviado a anunciar el evangelio
como Él, sino también porque puede sacrificarse por los demás, como hizo Jesús
en la cruz.
La
idea de la cruz produce cierto miedo natural y podría retraernos de seguir más
de cerca al Señor. Pero es un miedo que se vence si conocemos bien el sentido
de la cruz para cada uno. San Gregorio Magno lo aclaraba así: “nosotros podemos
cargar con la cruz de dos maneras: o bien dominando nuestra carne por medio de
la sobriedad o bien haciendo nuestras por compasión las necesidades del
prójimo”[2].
Cargar
con la cruz cada día suele significar para la mayoría de los cristianos
aprender a dominar las propias pasiones y gustos, sobre todo para hacer la vida
más amable y grata a los demás. San Josemaría comentaba: “los verdaderos
obstáculos que te separan de Cristo —la soberbia, la sensualidad…—, se superan
con oración y penitencia. Y rezar y mortificarse es también ocuparse de los
demás y olvidarse de sí mismo. Si vives así, verás cómo la mayor parte de los
contratiempos que tienes, desaparecen”[3].
Por
otro lado, Jesús no solo habla de renuncia. También se refiere a la recompensa
que obtenemos cuando le seguimos de cerca y cuando cuidamos a sus discípulos.
Como decía también san Josemaría, “darse a los demás es de tal eficacia, que
Dios lo premia con una humildad llena de alegría”[4]. El discípulo
de Jesús que se entrega generosamente está contento. Y suele experimentar que,
quienes se benefician de su labor, lo reciben con cariño y aprecio. Incluso el
pequeño gesto de ofrecer un vaso de agua al discípulo es realizado como si se
le ofreciera a su propio Maestro. Y por eso mismo, tampoco los gestos de cariño
hacia los servidores del Maestro dejarán de ser recompensados por Dios.
[1] Papa
Francisco, Ángelus, 2 de julio de 2017.
[2] San
Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia, 57.
[3] San
Josemaría, Vía Crucis, estación X, n. 4.
[4] San
Josemaría, Forja, 591.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/
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