Humberto García Larralde 18 de noviembre de 2023
Hemos
estado señalando en distintos escritos cómo el régimen chavo-madurista se
refugia en una burbuja ideológica para absolver sus atropellos y legitimarse
ante sus partidarios. Es uno de los aspectos que diferencia al fascismo de las
dictaduras militares de antes. Los intentos de éstas de justificarse tenían
como referencia forzosa el supuesto deterioro –según ellas– de elementos
consustanciales a la realidad política, económica y social del país.
El generalato esgrimía como razón para violentar las instituciones democráticas, la imperiosidad de restablecer el orden, abatir la subversión, rescatar las tradiciones y los valores patrios, y defender los supremos intereses nacionales. Su misión era «corregir» o «enderezar» los desvaríos de gobiernos y políticos civiles que socavaban estos elementos, poniendo en peligro los cimientos de la nación. Igual que el chavo-madurismo de ahora, mentían, engañaban, violaban los derechos humanos y robaban, pero su búsqueda de legitimación se basaba en los mismos criterios de la cultura política asociados a las democracias de occidente. De ahí su vulnerabilidad política.
Al
fascismo en absoluto le importan estos criterios. Disponen de otra «realidad»
ante la cual sus acciones siempre serán redimidas. Esta realidad alterna parte
de una escenificación épica, revolucionaria, en la cual el Pueblo –colectivo
excelso y noble, escrito siempre con mayúscula– se enfrenta al enemigo
sempiterno bajo la conducción del visionario Chávez. Fusionándose con él como
uno solo, retoma el camino hacia el bienestar y la gloria que nos quiso legar
el Libertador.
La
redención de ese Pueblo, tanto tiempo postergado, se asocia a una guerra contra
quienes traicionaron ese legado y sus amos extranjeros. Esta confrontación
maniquea era apuntalada con consignas patrioteras, una simbología militar, de
combate, y con un lenguaje de descalificación y de odio contra quienes se
interponían a los designios del líder.
Con el
enamoramiento de Chávez con Fidel, las consignas patrioteras fueron revestidas
con clichés propios de la mitología comunista. El enemigo oligarca se convirtió
en capitalista burgués, aliado con el imperialismo yanki. Con estas verdades
reveladas y con sentirse ungidos por la historia para «liberar a la humanidad
de la explotación», la «revolución bolivariana» desestimaba los llamados a
rendir cuentas, cumplir con los preceptos constitucionales y los compromisos
internacionales, respetar las garantías ciudadanas y la propiedad, y permitir
la libertad de opinión.
Lo
bochornoso, visto a la luz de hoy, es que esta invocación de una realidad
paralela encubridora les funcionó muy bien a los chavistas. Por supuesto,
muchos realmente creían en ella. En su mente, eran los medios críticos o las
agencias internacionales de noticias los que propagaban realidades adulteradas
para defender sus intereses (¡llevarse nuestro petróleo!) y socavar la
«revolución» de Chávez.
Lo
cierto es que, con precios petroleros tan elevados alimentando un extenso
socialismo de reparto, los atrevidos insultos al presidente de EEUU y con «la
puesta en su sitio» a empresarios y periodistas criticones –para que supieran
que manda el Pueblo–, se satisfizo, durante años, las expectativas de revancha
y reivindicación forjadas entre muchos venezolanos por esa realidad ficticia.
Había congruencia entre su realidad personal, con sus esperanzas de superación
después de tantas injusticias sufridas, y el discurso redentor construido por
Chávez con los simbolismos maniqueos de su «verdadera» realidad. Y, al arribar
Maduro a la presidencia, ese escenario, sostén de la continuidad
«revolucionaria», estaba resuelto.
Detrás
de ese velo ideológico se asoló la economía doméstica, se destruyó Pdvsa, se
acabó con los servicios públicos y se sustrajo a los venezolanos de todo amparo
oficial. Terminó de instalarse el régimen de expoliación que venía cultivando
Chávez desde sus inicios.
El
informe recién publicado de Transparencia Venezuela «Pdvsa Cripto» ilustra la
tupida telaraña de cargos y empresas creadas para la captura de los proventos
de la venta de petróleo. Cobijado en la retórica chavista, también fue
asentándose, con asesoría cubana, un Estado de terror para defender a la nueva
oligarquía milico-civil.
Con la
profanación del poder judicial, ahora puesta al servicio de esa oligarquía, se
esfumó el marco de garantías a las actividades ciudadanas y al ejercicio de las
libertades civiles. Así lo recogen los reportajes numerosos ante el Consejo de Derechos
Humanos de la ONU, como las indagaciones, por crímenes de lesa humanidad de parte
del gobierno de Maduro, adelantadas por la Corte Penal Internacional.
Ante
esta devastación, desentona estridentemente la retórica «revolucionaria». La
burbuja ideológica ya no sirve como bálsamo legitimador y los mandamases lo
saben. Los fabulosos excedentes petroleros con los que se inventaban una
realidad a su gusto desaparecieron hace ya mucho. Pero, a pesar de tímidos
pasos dados para enfrentar el mundo real sin morir en el intento –porque no les
queda de otra–, terminan todavía batiéndose en retirada hacia sus trincheras
fascistas de siempre ante nuevos reveses.
Ese
acto reflejo explica su reacción ante el formidable triunfo de María Corina
Machado en la elección primaria del pasado domingo 22 de octubre y la
exhibición de compromiso democrático, por encima de las adversidades, mostrada
valerosamente por tantos venezolanos. Muchos chavistas salieron a darle su
apoyo.
Y es
que los empleados públicos han sido los peores golpeados por el ajuste
neoliberal de Maduro. Los dueños del poder no se esperaban tal
participación en la primaria, ni la contundencia del triunfo de María Corina.
Malogró su zona de confort. No se les ocurrió otra cosa que la insólita
arremetida del fiscal Saab contra integrantes de la CNP y la absurda
«anulación» (¡!) de los efectos, ya transcurridos y asumidos esperanzadoramente
por la inmensa mayoría de los venezolanos, de tan importante evento.
Recostarse
en los desmanes del pasado, propios del mundo ficticio detrás del cual se
refugian, es totalmente incongruente con la realidad que ha venido emergiendo.
Marcan la estolidez de su conducta.
La
última encuesta Mercanálisis pone de relieve algunos parámetros de esa realidad
política. Menos del 9% de los consultados votaría por Maduro y el chavismo en
una próxima elección, 70,6% lo haría por María Corina Machado y casi 90%
rechaza el socialismo por sus terribles efectos sobre el país. Claro, esa
minoría repudiada controla las armas y los medios de represión, incluidos el
poder judicial. Y la burbuja ideológica ha abonado una secta fanática propensa
a hacer uso de ello. Pero, ¿hasta cuándo? ¿Cuánto tiempo podrán mantenerse
anclados en tácticas pasadas sin verse obligados a los cambios con base en los
cuales perpetuarse, pero sobre bases diferentes?
Para
algunos, los crímenes y atropellos cometidos los constriñen al
atrincheramiento: «¡Patria, socialismo o muerte!». Pero para otros, la
suspensión de sanciones, siempre y cuando se sientan las bases de una contienda
político-electoral justa y creíble, les abre posibilidades de reacomodo y sobrevivencia,
aún con el muy probable resultado de salir derrotados.
Contar
con la factura completa de la exportación de crudos –un 30% adicional– también
coadyuvará con esa dinámica, en la medida en que contribuya a reactivar la
iniciativa privada y el empleo productivo, y no engrose simplemente los
bolsillos de los de siempre.
Es un
escenario posible, en el cual el manejo político de las fuerzas democráticas,
fortalecidas en torno al contundente triunfo y visible liderazgo de María
Corina Machado, tendrá que aportar positivamente. La prueba más resaltante de
una evolución favorable será la posibilidad de anular su inconstitucional
inhabilitación.
Ahí se
pondrá de manifiesto si termina imponiéndose, una vez más, la respuesta brutal
con que el fascismo ha enfrentado sus desafíos en el pasado, o –como diría
Ringo Starr, «with a little help from my friends»– entra en juego
una forma distinta de abordar la lucha política, que abra espacios de libertad
y recuperación de una vida digna que tanto ansían los venezolanos. En fin, una
contienda en el seno del chavismo entre la estulticia de quienes no pueden sino
actuar con base en los cánones de su mundo ficticio y la sensatez de quienes
han comprendido que, para subsistir, tienen que cambiar.
Humberto
García Larralde
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