Luis Ugalde 30 de noviembre de 2023
La actual derrota educativa de Venezuela es abrumadora y alarma la falta de respuesta gubernamental para volver a poner en marcha la educación de 10 millones de niños y jóvenes. El profesor Carlos Calatrava, director de la Escuela de Educación de la UCAB, nos presenta hechos y cifras deprimentes: más de 100.000 educadores abandonaron la docencia porque su miserable sueldo no les permite vivir; otros continúan, pero con trabajos para complementar sus ingresos básicos. 60% de niños tiene sólo dos días de clase a la semana. 44% de las escuelas están en malas condiciones físicas, 72,2 % no cuenta con servicio de Internet, 48 % carece de servicios sanitarios y 46 % tiene muy lamentables servicios de luz y de agua. Las universidades de financiamiento oficial solo reciben 10% del presupuesto que necesitan y por ello trabajan a media máquina con docentes en situación económica, también lamentable. Este cuadro catastrófico desanima la posible vocación educadora de los jóvenes y vacía los pedagógicos y las facultades universitarias de educación. Todo ello golpea fuertemente la calidad educativa. El profesor Calatrava cita un estudio(SECEL) de la Escuela de Educación de la UCAB según el cual en 2022 los estudiantes de educación media lograron en promedio 8.11 puntos en habilidad numérica y8,62 puntos en habilidad verbal, es decir que el promedio de los jóvenes no llega a la nota mínima aprobatoria de 10 puntos.
Sin
embargo, en el pasado tuvimos éxitos, la educación venezolana en la segunda
mitad del siglo XX dio un salto impresionante con la siembra de escuelas
primarias y secundarias por todo el país; el número de universitarios pasó de
unos mil en 1935 a cerca de dos millones en 1998. No faltaron grandes maestros
inspiradores de la prioridad educativa, florecieron los pedagógicos y escuelas
de educación y se formaron miles de normalistas.
Del
Estado Docente a la Sociedad Educadora
Este
formidable salto educativo fue financiado y controlado por el Estado con
abundante renta petrolera, la siembra educativa se hizo prioritaria en todos
los niveles y las universidades también se convirtieron en importantes
palestras de formación política, debate y captación de militante de partidos.
Al
mismo tiempo en esas décadas se desarrolló la llamada “educación privada”, con
gran esfuerzo y creatividad de familias en alianza con congregaciones
religiosas de experiencia educativa internacional y se desarrollaron
emprendimientos pedagógicos de educadores laicos. Esta “educación privada”
creció hasta representar ¼ del total. A veces tachada de “negocio” o incluso
vista como intrusa en actividades defendidas por algunos como exclusivamente
estatales. Pero con el tiempo se superaron los prejuicios, y a la luz de las
realizaciones, se logró una buena convivencia, aprecio y complementariedad,
comprendiendo que toda educación es un servicio público y contribuye a formar
ciudadanos.
La
gravedad del momento actual, va más allá de la lamentable negligencia del
gobierno y su impotencia en la conducción educativa y en su financiamiento. El
Estado que apalancó con ingresos petroleros públicos el desarrollo de la
sociedad (con infraestructura, educación, empresas productivas) está quebrado y
para resurgir necesita una activa toma de conciencia de familias y empresas. Es
la hora de la Sociedad Educadora con capacidades y dinamismos que no tenía hace
60 años, mientras que el Estado está gravemente endeudado y cargado de vicios.
Queramos o no, tenemos que sustituir en la educación la abundante renta
petrolera con la productividad creciente de millones de venezolanos dotados y
potenciados para una educación y capacitación más adaptadas y funcionales que
lleven a Venezuela a salir de la ruina actual e increíble pobreza productiva y
avanzar con éxito en pleno siglo XXI. Es necesario que esta sociedad más
compleja y desarrollada asuma el florecimiento educativo y redefina las
características y el tamaño del Estado reducido, sostenible y de mayor eficacia
concentrado en las áreas realmente prioritarias. Todo un reto.
Para
eso Venezuela necesita millones de familias cada vez más convencidas de que el
futuro de sus hijos no les lloverá de la escuela estatal a la que entregan los
hijos, sino de la Alianza Educativa que renace del encuentro de las familias,
de los educadores y de las empresas con un Estado redefinido, sostenido y
orientado por la sociedad; lo que es imposible sin elevar la productividad
económica y educativa de esta misma.
Son
inseparables la renovación educativa y la producción de vida ciudadana y
económica y tenemos que descubrir insospechadas potencialidades de la sociedad,
poco utilizadas, pues esperábamos que llovieran del Estado. En esta crisis se
ha visto con más claridad que son las familias las que sostienen la llamada
educación privada y las que exigen y apoyan a educadores eficientes y mejor
remunerados y también que las empresas requieren y apoyan a trabajadores con
más y mejores valores productivos. Este nuevo diálogo entre sociedad y
producción, trasforma el Estado y lo libera en buena parte del peso
clientelista, nos libera también del anticuado debate ideológico entre
estatismo e individualismo, y cultiva el desarrollo de personas en sociedades
donde el interés individual y el social se dan la mano en beneficio de ambos.
Luis
Ugalde
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