Carolina Jaimes Branger 15 de enero de 2024
@cjaimesb
El pasado 12 de enero, el padre Luis Ugalde, S.J. escribió un artículo, “Yo tengo un sueño”, que al poco tiempo de ser publicado estaba viral. La resonancia eterna de un legado de igualdad pronunciado el 28 de agosto de 1963 por Martin Luther King Jr. se convirtió en una de las arengas más icónicas de la historia contemporánea. Parado ante el monumento a Lincoln en Washington D.C., King delineó su visión de un futuro en el que las personas no serían juzgadas por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter. El padre Ugalde tomó esas palabras para desarrollar su planteamiento y dijo que “con el nacimiento del año nuevo en cada venezolano despierta un sueño”. Pero añadió, con cautela: “Tal vez no nos atrevemos a volar con él, pero soñamos un 2024 de CAMBIO. Cambio de la muerte que arrastra Venezuela a la vida que necesitamos y podemos”.
Querido
padre Ugalde… yo también tuve un sueño. Y he visto derrumbarse ese sueño ante
mis ojos, y no puedo decir que he sido indiferente ante el desastre. Dentro de
mis circunstancias de vida, he hecho todo lo que he podido para que Venezuela
encuentre un rumbo, un norte, un camino que no sea el de la ostentación frente
a la pobreza extrema, la pompa cursi ante la marginalidad cada vez mayor, el
derroche grosero estrujado en las caras de quienes registran los basureros como
forma de subsistencia, la fastuosidad indiferente a los hospitales donde los
médicos y paramédicos se ven cada día obligados a obrar milagros para salvar
vidas o ante las escuelas vacías de maestros porque la mayoría emigró para no
morir de hambre…
Usted,
como buen pastor que es, tiene la indulgencia de darles a quienes nos
desgobiernan desde hace más de 25 años el beneficio de la duda: “No dudo de la
buena fe de muchos que hace un cuarto de siglo sacudieron la política reinante,
porque querían que Venezuela se abriera a quienes sufrían la exclusión”. Yo, en
cambio, no se las doy. Pienso lo mismo desde el día del primer golpe: que eran
hordas de resentidos que no habían podido acceder al poder y trataban de
obtenerlo para, emulando al sátrapa caribeño Fidel Castro, su hermano Raúl y
ahora Díaz-Canel y su catajarria de acólitos, llegar a destrozar para mantener
al pueblo en estatus de supervivencia y así gobernar, no sé si para siempre, pero
aquellos ya llevan 65 años y contando, y nosotros, un cuarto de siglo.
Su
reláfica de los desastres que el chavismo y el madurismo han causado es
impecable, no tengo que repetirlos, todos los venezolanos los conocemos y
padecemos. Ese desmoronamiento empezó como un goteo que muy pronto se convirtió
en un torrente implacable de adversidades económicas, políticas y sociales.
Añade usted que “Este año 2024 es privilegiado para la vida política y para el
CAMBIO que toda Venezuela necesita y anhela”. Y yo con todo respeto le
pregunto, Padre: ¿qué tiene de distinto este año de los demás? ¿Las
negociaciones? ¿La posibilidad, fíjese que no hablo ni siquiera de
probabilidad, de que haya elecciones? ¡El camino hacia la recuperación es
complejo y está plagado de obstáculos políticos y económicos! Usted afirma que
“Basta con que tomemos en serio la Constitución (unos y otros, los que la
hicieron y los que se opusieron) y que renazcan liderazgos políticos renovados
y centrados en el único y difícil reto: el Cambio Democrático”. Si el primero
en no tomarse en serio la Constitución es quien ejerce el poder, ¿qué podemos
esperar? Y si es por los liderazgos políticos renovados, que los hay, no tienen
espacio porque sus primeros enemigos son sus superiores (y hablo de la oposición).
Y tanto los de allá como los de acá han usado la Constitución como papel
toilette, y me perdona el símil.
Aquella
frase, “Yo tengo un sueño”, se ha grabado en la memoria colectiva,
trascendiendo el tiempo y las fronteras. Desde el corazón palpitante de la
lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, el discurso de King fue un
catalizador que influyó en cambios legislativos significativos. En la Venezuela
de hoy, ese discurso, ese mantra de King, no tiene resonancia, porque nuestra
crisis más profunda no es la política, ni la económica, ni siquiera la social:
nuestra peor crisis es la de valores. Cuando aquí haya sanción moral. Cuando
aquí el dinero deje de ser el motor del ascenso social. Cuando aquí se pongan
en práctica programas para atacar las desigualdades. Cuando aquí estén presos
los corruptos y no los enemigos del régimen de turno. Cuando aquí se acaben las
solidaridades automáticas. Cuando aquí las prioridades sean la salud, la
educación y la seguridad y los profesionales de cada una de esas áreas puedan
tener sueldos dignos y acordes a su experiencia. Cuando aquí se desentierre la
palabra “respeto”. Cuando aquí nos dejemos del “quítate tú pa’ ponerme yo”,
sólo entonces, la frase “Yo tengo un sueño” cobrará una dimensión simbólica
poderosa. En un país donde las desigualdades persisten, estas palabras no
significan nada. Mire usted cómo está Estados Unidos: con un racismo redivivo y
un montonón de problemas más, y la visión de King, por supuesto, no se ha
cumplido. La brutalidad policial, el racismo sistémico y las disparidades
económicas evidencian que el sueño de igualdad sigue siendo una meta por alcanzar.
Al reflexionar sobre el devenir de estas palabras en el tiempo, queda claro que
su poder no reside solo en lo que se ha logrado, sino en su capacidad para
movilizar a la gente hacia lo que aún puede y debe ser alcanzado. ¿Una utopía?
¡Sólo el tiempo lo dirá!
Mientras
tanto, una nación que una vez fue la envidia de América Latina por sus riquezas
petroleras, hoy se encuentra en un estado de penuria y desesperanza que ha
desencadenado una de las mayores crisis migratorias en la historia reciente del
hemisferio occidental. Yo jamás pensé, Padre, por ejemplo, que mis hijas (y
ahora mi nieta) iban a vivir fuera de Venezuela. Quisiera, como usted, tener
también un sueño. Pero el baño de realidad con el que me enfrento cada día me
lo impide. Lo que avizoro es un panorama sombrío donde la resistencia y la
esperanza cada vez se minimizan más. Sé que hay voces de la oposición y de la
sociedad civil, como la suya, que continúan llamando a la acción y al cambio. Y
ciertamente, la historia de Venezuela no ha terminado de escribirse. Sólo por
eso, y tal vez, aunque destrozada, la resiliencia de su gente y la posibilidad
de un nuevo capítulo emerjan de entre las ruinas y logren que nuestra nación
renazca de sus cenizas. Usted que es un hombre de fe, por favor, rece por ello.
Yo la fe la perdí hace muchos años…
Carolina
Jaimes Branger
@cjaimesb
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