Trino Márquez 08 de febrero de 2024
@trinomarquezc
La
revolución roja por estos días está cumpliendo 25 años de haber
comenzado.
El
triunfo electoral de Hugo Chávez fue en las elecciones del 6 de diciembre de
1998 y la toma de posesión el 2 de febrero de 1999. El comandante quería que la
asunción fuese el 4 de febrero, para que coincidiese con la fecha del golpe de
Estado del 92. El Congreso le negó la solicitud. El 4F no era un día de grato
recordatorio para los demócratas, sino de duelo nacional. De todos modos, ese
día Chávez organizó un desfile militar con el mismo Ejército que lo había
derrotado siete años antes. A partir de ese momento, el nuevo presidente
convirtió el 4F en una fecha patria, comenzando así la distorsión de la
historia nacional.
América Latina ha tenido regímenes que destruyeron las instituciones democráticas, colonizaron el Poder Judicial, acabaron con los medios de comunicación independientes y las organizaciones sociales, como los partidos políticos y los sindicatos autónomos. Sin embargo, algunos de ellos propiciaron el crecimiento económico porque creyeron en el libre mercado, respetaron la propiedad privada y las inversiones extranjeras, y establecieron alianzas con empresarios particulares tanto nacionales como extranjeros, o formaron su propia burguesía, por supuesto, siempre leales al autócrata. Fueron sistemas autoritarios, incluso dictaduras crueles. En este campo se encuentran las tiranías de Augusto Pinochet, en Chile, y de Rafael Leónidas Trujillo, en República Dominicana. Menos ominosa, pero que podría incluirse en este esquema, fue la ‘dictadura perfecta’ –tal como la llamó Mario Vargas Llosa- implantada en México por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante 70 años.
También
se encuentran los modelos que destruyen la economía, pero preservan las
instituciones y normas democráticas. Convocan elecciones competitivas aceptadas
por la población y la comunidad internacional. Son capaces de convivir con
medios de comunicación que los critican. Acatan las decisiones del Poder
Judicial cuando les son adversas, aunque, desde luego, los presionan para
hacerlo doblegar. Y obedecen el mandato popular al perder una consulta
electoral. El mejor ejemplo lo constituye el peronismo, tendencia dominante en
Argentina desde que Juan Domingo Perón insurgió en el escenario nacional y
mundial en 1945. El peronismo ha hecho que un país con la inmensa riqueza
natural y con todas las condiciones para convertirse en potencia económica
mundial, viva en medio de una crisis financiera permanente. El gobierno de
Alberto Fernández, cuya vicepresidenta era Cristina Fernández de Kirchner, le
transmitió el poder a Javier Milei, anarcocapitalista ubicado en las antípodas
teóricas e ideológicas del populismo peronista. ¿Puede pedirse más?
En la
tercera esfera de esta sencilla clasificación ubico los sistemas que destruyen
la economía y la democracia al mismo tiempo. Los ejemplos más notables son Cuba
y Venezuela. Podría incluirse a la Nicaragua de Daniel Ortega, aunque el
significado internacional de este último país es mucho menor.
De
Cuba no voy a hablar porque ha sido un tema ampliamente tratado a lo largo de
décadas. Sólo destaco que era la isla más desarrollada del Caribe en enero
de1959, cuando Fidel Castro entró en La Habana. Hoy es de los países más pobres
del continente. Castro acabó hasta con la industria azucarera, su principal
fuente de ingresos, a la vanguardia en ese ramo en todo el planeta.
Venezuela
bajo el dominio de Chávez, primero, y luego de Maduro, ha declinado en todos
los indicadores económicos e institucionales que miden el nivel de desarrollo
económico y el grado de fortaleza institucional de una nación. La destrucción
de Pdvsa representa la síntesis de lo sucedido en la nación durante este cuarto
de siglo. Lo mismo podría decirse de la Corporación Venezolana de Guayana
(CVG), cuyas 16 empresas se encuentran quebradas o con balances financieros
precarios. Empresas públicas, como la Cantv y Movilnet, que en el pasado
generaban ganancias, hoy son subsidiadas con fondos públicos y operan de forma
muy ineficiente. La inmensa mayoría de las empresas privadas estatizadas a
través de expropiaciones o simples confiscaciones, se encuentran en bancarrota.
RCTV es un caso emblemático. Lo mismo sucede con los bancos públicos. El
bolívar –que durante décadas había sido una moneda estable- sufrió una
devaluación nunca antes registrada. La hiperinflación, desconocida en
Venezuela, se instaló durante varios años. El colapso de los servicios públicos
es generalizado. El chavismo y el madurismo solo han producido miseria. Esta
ruina es la causa fundamental de que más de siete millones de venezolanos hayan
emigrado de un país que durante décadas fue receptor de migrantes.
En el
plano institucional, la democracia se ha ido extinguiendo, hasta quedar sólo
retazos. El régimen acabó con las elecciones libres, inclusivas y competitivas.
Las dudas sobre las posibilidades de que en 2024 haya comicios transparentes
están muy bien fundadas. El Estado alineó todos sus organismos para mantener en
el poder a la casta dominante. Formó una tenaza concebida para ignorar y
aplastar al pueblo.
El
legado de la revolución roja después de un cuarto de siglo: un país sin
democracia y con una economía en despojos. Con esa hoja de servicio,
Maduro pretende seguir gobernando a Venezuela.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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