Francisco Fernández-Carvajal 23 de febrero de 2024
@hablarcondios
— El
Señor llama a todos a la santidad, sin distinción de profesión, de edad,
condición social, etcétera, en el lugar que cada uno ocupa en la sociedad.
—
«Santificar el propio trabajo», «santificarse en el trabajo», «santificar a los
demás con el trabajo». Necesidad de personas santas para transformar la
sociedad.
—
Santidad y apostolado en medio del mundo. Ejemplo de los primeros cristianos.
I. Sed,
pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto1.
Así termina el Evangelio de la Misa de hoy. De muchas maneras nos está
recordando la Iglesia, en estos cuarenta días de preparación para la Pascua,
que el Señor espera mucho más de nosotros: un empeño serio por la santidad.
Sed perfectos... Y el Señor no solo se dirige a los Apóstoles sino a todos los que quieran ser de verdad discípulos suyos. Se dice expresamente que cuando terminó Jesús estos discursos, las multitudes quedaron admiradas de su doctrina2. Esta gran cantidad de gente que le escucha estaría formada por madres de familia, pescadores, artesanos, doctores de la ley, jóvenes... Todos le entienden y quedan admirados, porque a todos se dirige el Señor. Para todos, cada uno según sus propias circunstancias, tiene el Señor grandes exigencias. El Maestro llama a la santidad sin distinción de edad, profesión, raza o condición social. No hay seguidores de Cristo sin vocación cristiana, sin una llamada personal a la santidad. Dios nos escogió para ser santos y sin mancha en su presencia3, repetirá San Pablo a los primeros cristianos de Éfeso; y para conseguir esta meta es necesario un esfuerzo que se prolonga a lo largo de nuestros días aquí en la tierra: el justo justifíquese todavía más y el santo más y más se santifique4.
Esta
doctrina del llamamiento universal a la santidad, es, desde 1928, por
inspiración divina, uno de los puntos centrales de la predicación de San
Josemaría Escrivá, que ha vuelto a recordar en nuestro tiempo –de todas las
maneras posibles– que el cristiano, por su Bautismo, está llamado a la plenitud
de la vida cristiana, a la santidad.
El
Concilio Vaticano II ha declarado para toda la Iglesia esta vieja doctrina
evangélica: el cristiano es llamado a la santidad, desde el lugar que ocupa en
la sociedad. «Todos los fieles, cualesquiera que sean su estado y condición,
están llamados por Dios, cada uno en su camino, a la perfección de la santidad,
por la que el mismo Padre es perfecto»5. Todos
y cada uno de los fieles.
Llama
el Señor a todos los cristianos que están en medio del mundo en plena ocupación
profesional, para que allí le encuentren, realizando aquella tarea con perfección
humana y, a la vez, con sentido sobrenatural: ofreciéndola a Dios, viviendo la
caridad con las personas que tratan, la mortificación, la presencia de Dios...
Hoy
podemos preguntarnos en nuestra oración con el Señor si le damos gracias
frecuentemente por esta llamada a seguirle de cerca, si estamos correspondiendo
a las gracias recibidas mediante una lucha ascética clara y vibrante por
adquirir las virtudes, si estamos vigilantes para rechazar todo
aburguesamiento, que mata los deseos de santidad y deja el alma sumida en la
mediocridad espiritual y en la tibieza. No basta con querer ser buenos;
hay que esforzarse decididamente en ser santos.
II. Sed,
pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto. La
santidad, amor creciente a Dios y a los demás por Dios, podemos y debemos
adquirirla en las cosas de todos los días, que se repiten muchas veces, con
aparente monotonía. «Para amar a Dios y servirle, no es necesario hacer cosas
raras. A todos los hombres sin excepción, Cristo les pide que sean perfectos
como su Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). Para la gran
mayoría de los hombres, ser santo supone santificar el propio trabajo,
santificarse en su trabajo, y santificar a los demás con el trabajo, y
encontrar así a Dios en el camino de sus vidas»6.
Para
que el trabajo, cualquier tarea recta, pueda convertirse en medio de santidad
es necesario que esté humanamente bien hecho, ya que no podemos ofrecer a
Dios nada defectuoso, pues no sería digno de Él7.
El trabajo bien realizado supone tanto el cuidado de los pequeños deberes que
toda profesión lleva consigo como el cumplimiento fidelísimo de la virtud de la
justicia con otras personas y con la sociedad, el rectificar con prontitud si
se ha cometido algún error con quienes o para quienes trabajamos, el afán
constante por mejorar profesionalmente en nuestro quehacer. Esto vale
igualmente para el empresario, para el obrero, o el estudiante. Para el médico
o para la madre de familia que ha de dedicarse al cuidado de la casa sacando
adelante los quehaceres corrientes del hogar.
Santificarnos
en el trabajo nos llevará a convertirlo en ocasión y lugar de trato con Dios.
Para esto, podemos ofrecer el trabajo al comenzarlo, y luego renovar ese
ofrecimiento con frecuencia, aprovechando cualquier circunstancia. A lo largo
de su realización se presentarán muchos momentos para ofrecer pequeñas
mortificaciones que enriquecen la vida interior y el mismo trabajo que estamos
haciendo; también, para el ejercicio de las virtudes humanas (la laboriosidad,
la reciedumbre, la alegría...), y de las sobrenaturales (la fe, la esperanza,
la caridad, la prudencia...).
El
trabajo puede y debe ser el medio para dar a conocer a Cristo a muchas
personas. Hay profesiones que tienen una repercusión inmediata en la vida
social: la enseñanza, las que se relacionan con los medios de información, el
ejercicio de las funciones públicas de un país... Pero no existen tareas que
nada tengan que ver con la doctrina de Jesucristo. Aun en problemas muy
técnicos de una empresa o en la manera como una madre de familia lleva su
hogar, se darán soluciones distintas, en ocasiones radicalmente distintas,
según se tenga una visión pagana o cristiana de la vida. Quien no tiene fe
siempre tendrá una visión incompleta del mundo, y el modo de comportarse
cristiano chocará a veces con la moda del momento, con los usos corrientes
entre colegas de una misma profesión. Son circunstancias especialmente
propicias para dar a conocer a Cristo, siendo ejemplares en la manera cristiana
de actuar, llena de naturalidad y de firmeza.
El
mundo está necesitado de Dios, más cuanto con mayor frecuencia repite que no
tiene necesidad de Él. Los cristianos, esforzándonos en seguir a Cristo
seriamente, lo daremos a conocer. «Un secreto. —Un secreto, a voces: estas
crisis mundiales son crisis de santos.
»—Dios
quiere un puñado de hombres “suyos” en cada actividad humana. —Después... “pax
Christi in regno Christi” —la paz de Cristo en el reino de Cristo»8.
Santificar
el trabajo. Santificarse en el trabajo. Santificar con el trabajo.
III. Los
primeros cristianos vencieron muchos obstáculos con su empeño y con su amor a
Cristo, y nos señalaron el camino: su firmeza en la doctrina del Señor pudo más
que la atmósfera materialista, y frecuentemente hostil, que los circundaba.
Metidos en la entraña misma de aquella sociedad, no buscaron en el aislamiento
el remedio a un posible contagio y su propia supervivencia. Estaban plenamente
convencidos de ser levadura de Dios, y su callada pero eficaz acción acabó por
transformar aquella masa informe. «Supieron, sobre todo, estar serenamente
presentes en el mundo, no despreciar sus valores ni desdeñar las realidades
terrenas. Y esta presencia –“ya llenamos el mundo y todas vuestras cosas”,
proclamaba Tertuliano–, presencia extendida a todos los ambientes, interesada
por todas las realidades honestas y valiosas, llegó a penetrarlas de un
espíritu nuevo»9.
El
cristiano, con la ayuda de Dios, procurará hacer noble y valioso lo vulgar y
corriente, convertir cuanto toque, no ya en oro, como en la leyenda del rey
Midas, sino en gracia y en gloria. La Iglesia nos recuerda la tarea urgente de
estar presentes en medio del mundo, para reconducir a Dios todas las realidades
terrenas. Esto solo será posible si nos mantenemos unidos a Cristo mediante la
oración y los sacramentos. Como el sarmiento está unido a la vid10,
así debemos estar nosotros cada día unidos al Señor.
«Se
necesitan heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el
corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus
angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de
Dios. Para esto se necesitan nuevos santos. Debemos suplicar al Señor que
aumente el espíritu de santidad en la Iglesia y nos mande santos para
evangelizar el mundo de hoy»11.
Y esta misma idea la expresaba el Sínodo Extraordinario de Obispos haciendo un
balance global de la situación de la Iglesia: «Hoy día necesitamos fuertemente
pedir a Dios, con asiduidad, santos»12.
El
cristiano ha de ser «otro Cristo». Esta es la gran fuerza del testimonio
cristiano. Y de Jesús se dijo, a modo de resumen de toda su vida, que pasó por
la tierra haciendo el bien13,
y eso debería decirse de cada uno de nosotros, si de verdad procuramos
imitarle. «El divino Maestro y Modelo de toda perfección, predicó a todos y
cada uno de sus discípulos, en cualquier circunstancia que viviere, la santidad
de vida, de la cual Él es autor y consumador: Sed, pues, perfectos (...).
Es completamente claro que todos los fieles de cualquier estado o condición de
vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la
caridad, santidad que, aun en la sociedad terrena, promueve un modo más humano
de vivir»14.
1 Mt 5, 48. —
2 Mt 7, 28. —
3 Ef 1, 4. —
4 Apoc 22, 11. —
5 Conc. Vat. II,
Const. Lumen gentium, 11. —
6 Conversaciones
con Monseñor Escrivá de Balaguer, 55. —
7 Cfr. Lev 22,
20. —
8 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 301. —
9 J.
Orlandis, La vocación del hombre de hoy, Rialp, Madrid
1973, 3ª ed., p. 48. —
10 Cfr. Jn 15,
1-7. —
11 Juan
Pablo II, Discurso, 11-X-1985. —
12 Sínodo
Extraordinario de Obispos 1985. Relación final II, A n. 4.
—
13 Hech 10,
38. —
14 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 40.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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