Tres años sumergido en el archivo personal del expresidente Eleazar López Contreras, revisando abundantes recortes de prensa, que dan cuenta de la vibrante vida política que vivió el país entre 1936 y 1945. Un clima de libertad de expresión desconocido, medios impresos de todos los tamaños y tendencias. Un debate sobre los destinos del país jamás visto, con dos figuras como protagonistas principales, el general López Contreras e Isaías Medina Angarita. Sin demeritar, todo lo contrario, la figura de Rómulo Betancourt, el político y estadista más importante del siglo XX venezolano.
De esta hercúlea tarea se ha encargado Edgardo Mondolfi Gudat*. Su libro La Encrucijada Peligrosa, editado por la Fundación para la Cultura Urbana, es un recorrido por una década que sigue despertando apasionados debates y posiciones encontradas. Pero esto no es lo que le interesa al autor. Se ha propuesto Mondolfi, y en gran medida lo ha conseguido, dejar en claro que, sin acuerdos, sin negociación política, no es posible alcanzar la paz. Son más de 600 páginas, extraídas de la historia, que sustentan y apoyan esta conclusión.
Mondolfi llega al archivo “reservado, personal” del general López Contreras por gentileza de los descendientes del expresidente, quien sucede en el poder al dictador Juan Vicente Gómez. Son documentos, recortes de prensa, cartas privadas y confidenciales. “La familia lo tenía guardado, quizás porque no había llegado el momento de que alguien lo estuviera hurgando”.
Se dio una circunstancia afortunada, de alguna manera, después de tomar notas para su libro, Mondolfi se compromete a poner orden y sistematizar la información contenida en ese archivo. Lo hace con la decisiva colaboración de Jessica Guillén, doctoranda en historia de la Universidad Católica Andrés Bello.
Lo primero que sorprende de su investigación son las numerosas citas de artículos de prensa que dan cuenta de la cantidad de medios impresos que había en el país, en cuyas páginas se debatió el rumbo que debía seguir Venezuela, después de la muerte del general Juan Vicente Gómez. Una novedad: la libertad de expresión que, progresivamente se amplió, primero en el gobierno del general Eleazar López Contreras, y luego en el del general Medina Angarita.
En el archivo del general López Contreras hay un inmenso material de prensa que, probablemente, estuvieron a cargo de Tulio Chiossone, quien fuera el secretario de la presidencia del general López Contreras (entre 1939 y 1941). Es una conjetura, pero yo tendería a pensar que fue Chiossone quien se encargó de compilar esos artículos de opinión. Y sorprende, además, la cantidad de medios impresos que, en ese momento, circulaban en el país, desde los de gran monta, como podían ser El Nacional, El Universal y Ultimas Noticias, con rotativas muy modernas para la época, como muchos diarios del interior, algunos de los cuales todavía existen. Pero también diarios minúsculos de dos o tres páginas, que están recogidos en ese archivo de López Contreras y que dan cuentan de ese debate político al que haces referencia. En el país se estaban abriendo expectativas alrededor de la coyuntura que vivía el país, pero también el mundo alrededor de la II Guerra Mundial. Mi propósito fue darle la mayor cabida a voces que concurrían en ese debate. Pero sin duda esto encaja con lo segundo, un clima favorable a la libertad de expresión.
Eso no es precisamente lo que enseñan en la educación básica cuando se estudia la figura de López Contreras.
Quizás vemos el músculo gomecista en su gestión. La expulsión y el exilio de ciertos sectores de la disidencia, pero hay que advertir que hubo un cambio en la calidad de la gestión de López, a partir del año 39. En los dos últimos años del quinquenio. Betancourt, por ejemplo, les comentaba a sus compañeros del PDN, en el boletín de ese partido, que López se iba a ver obligado a relajar las tensiones, no sólo por la propia incidencia de la guerra que ya era un hecho en Europa, sino por la propia actitud y conducta de factores de oposición, incluido el PDN, que estaba dejando la calle, el mitineo, con el propósito de organizarse y asumir la gramática de la convivencia que permitiera el régimen. Ahí hay un atisbo de López para entender que la oposición, al menos la del estilo de Betancourt, está actuando de una manera distinta. Con Medina hay una circulación más amplia del debate. Es algo que podemos advertir por la misma lectura de la prensa.
La apertura es innegable, el clima de libertades desconocido, el debate político en todos los campos de lo público. Nunca antes se había debatido qué hacer con el destino de los venezolanos y de la nación como en ese momento. ¿Podría hacer una valoración de este hecho?
Uno de mis objetivos fue poner a la prensa como el primer registro de la historia y, en particular, de esta coyuntura. Verlo a través de este debate tan amplio. Quizás la vez más sustantiva —y en eso coincidimos—, en que se hayan discutido proyectos políticos que competían, diferían, coincidían en torno a esas visiones de la modernidad, que estaba reclamando el país. Hay un elemento de base que le sirve a ese debate. Me refiero al Programa de Febrero (un conjunto de medidas políticas, económicas y sociales, anunciadas por el gobierno de López Contreras, en 1936, para encauzar la transformación del país). Es decir, la idea de una visión programática como nunca se había enunciado hasta entonces. Quizás, si damos un salto para acá, la década de 1960 fue, igualmente, rica en debate periodístico, después de los acuerdos de gobernabilidad del año 1958.
A López Contreras y a Medina se les tiene como la continuidad de una dictadura que fue particularmente cruel y autoritaria. Pero hay una nueva generación de jóvenes oficiales profesionales y de políticos, en especial Betancourt, que no querían saber nada con el pasado. No olvidemos que el pasado pesa y pesa mucho. ¿Qué reflexión haría alrededor de esta necesidad política y generacional que había en ese momento?
En el planteamiento que haces hay una idea de continuidad. Y eso es importante, porque el rupturismo siempre es lo más visible en lo episódico de la historia y no seguirle la pista, precisamente, a la construcción de esas continuidades. Por más que Betancourt, de alguna manera, sea el protagonista de este libro y sea la figura más coherente en ese intercambio áspero, ríspido con el gobierno de López, también van a haber puntos de coincidencia a los que me refiero en el libro, hablando precisamente de esos proyectos. Y, del lado de López, entender que sí accionó con sus reflejos gomecistas cuando fue el caso, pero López también tuvo una musculatura distinta. Pudo haber sido otro y él mismo se apreciaba de decirlo. Yo pude haber sido otro. Quizás era una expresión de anhelo más que la realidad. Pero él daba a entender que pudo haber asumido la continuidad de un sultanato. No fue el caso. Él allanó el camino para darle una dinámica mucho más institucional al país. Y construir, a partir de lo que hizo Juan Vicente Gómez, una estructura mucho más amplia de lo que se pretendía como un Estado moderno. Creo que ese elemento es muy importante de tener en cuenta, la tesitura de López en ese sentido. Es decir, él se compromete con una opción de modernidad y con la necesidad de darle al Estado los roles que debía cumplir en esa coyuntura. Y también con una despersonalización del poder, en cierta forma.
Una vez que López Contreras entrega el poder, hay continuidad en la figura de Medina Angarita. Sin embargo, López no se retira a sus cuarteles de invierno, sino que interviene en los asuntos políticos.
A veces por la calle del medio.
¿Por qué la historia oficial lo presenta como un personaje elusivo? ¿Tenemos que ver su acción política tras bastidores?
Hay varias razones que explican lo que te estás preguntando. ¿Cómo hacer, dentro de la historiografía, que la figura de López desaparezca para propios y extraños? Por el lado de sus partidarios, no sólo porque López entró en una confrontación con Medina, sino con el medinismo, y luego lo que significó su deseo de aspirar a la presidencia en 1946 y también lo que significó su dinámica conspirativa. Entonces, fue ver a López, de alguna manera, metido en el lodo. Era preferible, de algún modo, matarlo, historiográficamente hablando, dejando su presidencia como un quinquenio convencional, o como hoy se le conoce: una etapa de transición. Pero también está la visión interesada, por parte de sus detractores, de desaparecer a López, porque jugó un papel de gran ascendencia durante esos años, pero los hechos de octubre (1945) de alguna manera deslavan esa figura, y López como una cita que nos lleva a un pie de página. Es ahí donde advierto que en el archivo de López hay una riqueza invalorable, que da cuenta de ese López que ha sido desatendido por ambos lados.
En realidad, López Contreras nunca abandona su accionar político.
En el final del libro, me meto en los entendimientos en los que López participa, particularmente en el año 1958. Hay un dato de su archivo que me interesó mucho. Una carta fechada en 1956. López estaba en el exilio, en ese momento en Nueva York, y Betancourt exiliado en La Habana, organizando un congreso pro democracia y libertad. López le confía a uno de sus allegados que lo que pretendió hacer Betancourt por la vía revolucionaria, se pudo hacer por otra vía. Pero a fin de cuentas era necesario llegar a un acuerdo, la necesidad de coexistir de algún modo. Porque López también se va a erigir como una figura distante del régimen militar de Marcos Pérez Jiménez.
El trienio de AD en el gobierno no fue precisamente un ejemplo de entendimiento y de consensos, todo lo contrario. La política de Betancourt fue una acción caracterizada por la confrontación y el sectarismo. De ahí se agarró Pérez Jiménez para dar el golpe. ¿No es un punto de oscuridad en la vida política de Betancourt?
A ver. Yo no quisiera hacer una valoración de los méritos del 18 de octubre en ese sentido. En medio de las polémicas que yo recojo en el libro, está esa idea de que Betancourt se lanza al agua con chaqueta y todo para apoyar la candidatura de Escalante, primero, y para agarrase al clavo caliente que significó la conspiración de octubre del año 45. Pero yo trato de ver ese momento desde el ángulo de López. Lo otro era meterme en el estudio del octubrismo que ha contado y tenido una buena y abundante bibliografía. Ese no era mi propósito. Meterme en esa acción de la juventud militar en comandita con Acción Democrática, para actuar como lo hizo el 18 de octubre. Lo que sí puedo rescatar del planteamiento que haces, es que, durante su primer año en el exilio, López trata de impulsar una negociación, un entendimiento, con Betancourt y los militares de la junta, en virtud de su ascendencia en un sector de la sociedad. Eso está bien documentado en el capítulo titulado “el general de armas tomar”. Pero finalmente, y por razones que voy explicando, López se declara en estado de guerra contra la junta militar. No olvidemos que, durante esos años —a partir del mandato de Medina—, el país se ha convertido en un cuadrilátero político.
No me respondiste la pregunta.
La del 18 de octubre no te la voy a responder, ese es un tema muy atendido.
La pregunta era, visto Betancourt como un gran político y por tanto lleno de claroscuros, si el 18 de octubre no fue un episodio de oscuridad en su vida política.
Yo no lo veo como un hecho de oscuridad. Basta leer Venezuela Política y Petróleo para entender lo que significó el proceso del trienio dentro de la ampliación de las expectativas de la sociedad, con todo lo vertiginoso y lo violento que pudo haber sido. Yo no le resto un ápice de méritos. Para nada. Es mi opinión que te puedo dar de Betancourt, al margen de lo que expreso en el libro.
Ahora sí me respondió la pregunta. Quisiera hablar del epílogo de su libro, encabezado por una reflexión de José Ignacio Cabrujas. Creo que aquí hay una paradoja, una ironía de la historia. Mientras Betancourt baja por la escalerilla del avión que lo trajo de vuelta del exilio, Cabrujas habla de lo que representaba el pasado, así como en su momento Betancourt habló de lo mismo. Para Cabrujas esa imagen era el pasado, por eso el votó por Wolfgang Larrazábal. Pero Betancourt se bajó de ese avión con el Pacto de Puntofijo bajo el brazo. No era el pasado. Era el presente.
A mí me llamó mucho la atención oír a Cabrujas opinar sobre este tema. De hecho, recojo ese texto de una especie de valoración que él hace del siglo XX venezolano; muy lleno de tremendismo y juicios temerarios con respecto a los niveles de inversión, frente a lo que fue, a su juicio un gran despilfarro, pero que habían significado el proceso, de alguna manera, el proceso venezolano a partir del año 1958. Pero sobre todo la observación que haces. Betancourt no es el pasado, el pasado reciente del que yo escapé, sino el pasado del oprobio del decenio militar. Esto le da una vuelta en redondo a lo que decías de Venezuela Política y Petróleo cuando también decías lo difícil que es distanciarse del pasado. Ambos ejemplos, el de Cabrujas y el de Betancourt dan cuenta de eso mismo. Pero hay otra cosa, Betancourt regresa con la madurez a cuestas de lo que significó el exilio, de lo que significó, prácticamente, la exterminación de su partido en la clandestinidad. Y, en buena medida, ese Betancourt lleno de cicatrices va a coincidir con un López Contreras, también lleno de cicatrices, las que para López significó el exilio y el haberse visto sometido a un juicio por peculado, el haber transitado por esas aventuras conspirativas. Sí, no es fácil desprenderse del pasado. Y menos cuando regresa con una experiencia adquirida. Es decir, si bien fueron actores del pasado, abogan ahora por un camino distinto, de entendimiento, de acuerdos, de la idea de acabar con el canibalismo político. Es frente a ese pasado que se está expresando la juventud de Cabrujas, en ese momento cuando habla del rostro amable del medinismo y de Larrazábal y todo lo demás. Y que concluye, como lo has dicho, con el hecho de que esta convivencia, este esfuerzo de ingeniería política que significaron los acuerdos de gobernabilidad del año 1958, fue capaz de sumar a esos viejos adversarios llenos de ronchas y cicatrices como fueron los lopecistas, lo medinistas y los comunistas.
Betancourt no negocia con esa izquierda violenta, ideologizada, dogmática, a la que no le interesaba el proceso democrático, sino una revolución al estilo y semejanza de la revolución cubana.
Los acuerdos incluyeron a los comunistas, hasta que esos sectores de la izquierda violenta e ideologizada, llevaron al PC a dejar de ser un adversario leal dentro del sistema. Lo había sido entre 1958 y 1961. Ahí cambia la gramática, porque el aparato legal de la izquierda opta por la lucha armada. Es una autoexclusión en la que incurre el PC.
Sí, Petkoff se encargó de aclararlo. El arco de Betancourt está definido, al igual que el de López Contreras. El libro trata de dos personalidades históricos.
Son las dos figuras que, durante ese periodo, mejor caminan sobre sus dos pies. A pesar de sus divergencias, de sus desencuentros. Pero lo que mejor revela la historia del siglo XX venezolano es que la paz jamás llega sin esfuerzo.
***
*Licenciado en Letras, egresado de la Universidad Central de Venezuela, magíster en Estudios Internacionales por The American University en Washington, y doctor en Historia, Summa Cum Laude, por la Universidad Católica Andrés Bello. Es Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia. Fue “Andrés Bello Visiting Fellow” en el Saint Antony´s College de la Universidad de Oxford. durante el periodo 2008-2009. Ha sido colaborador permanente del diario El Nacional. Fue profesor asociado (2006-2012) y profesor titular (2012-2016) de la Universidad Metropolitana, así como profesor invitado en el Doctorado en Historia de la Universidad Católica Andrés Bello durante los años 2013-2014 y 2021. Durante este año 2022 fue recipiendario de una estancia de investigación otorgada por la Biblioteca Lilas Benson, así como de una beca conferida por la Fundación Lyndon B. Johnson, ambas en la Universidad de Texas, en Austin. Entre sus títulos editoriales más recientes destacan: El día del atentado. El frustrado magnicidio contra Rómulo Betancourt (Editorial Alfa, 2013, reedición, Alfa Digital, 2016); Temporada de golpes. Las insurrecciones militares contra Rómulo Betancourt (Editorial Alfa, 2015) y La insurrección anhelada. Guerrilla y violencia en la Venezuela de los sesenta (Editorial Alfa, 2017). En el año 2021 fue editor del volumen colectivo La política en el siglo XX venezolano, publicado por la Fundación para la Cultura Urbana.
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