Si el Medio Oriente —esa parte del planeta en la cual chocan Oriente y Occidente, en enfrentamientos y guerras por el control geopolítico de una zona vital para el mundo—, se ha convertido en un teorema irresoluble e incomprensible en el conflicto entre Israel y Palestina en Gaza, ¿qué podríamos decir de un pueblo, el kurdo, 40 millones de personas que conforman una nación sin Estado?
Afincados en una zona montañosa entre lo que hoy es Turquía, Irán, Irak y Siria, los kurdos sólo han conocido el despojo de sus derechos, la prohibición de su lengua, la imposición del control político, el dominio colonial, casi siempre bajo el poder que encierra la boca de un fusil.
Durante 40 años de su vida, una intelectual y escritora venezolana, Carol Prunhuber*, ha estudiado la enmarañada confluencia de intereses económicos, corrientes religiosas, pugnas políticas, diversidad cultural y formas de gobierno y autogobierno que, así como surgen, son silenciadas por la guerra que estalla secularmente, conforme emerge o decae el poder. Su libro más reciente Pasión y Muerte de Rahman el Kurdo, publicado por editorial Alfa en 2008, se presenta el 20 de este mes traducida al francés, en el Centro Cultural Kurdo en París, bajo el sello editorial Perrin. Relata la vida del líder kurdo iraní, Abedul Rahmán Ghasemlú, quien fue asesinado en la ciudad de Viena por un comando que obedecía órdenes del Ayatola Jomeini. De hecho, Ghasemlú vio su condena a muerte por televisión, luego de que el propio Jomeini emitiera una fatua. En paralelo, con numerosos puntos de contacto, Prunhuber cuenta la tragedia de este pueblo, cuyos territorios nadan en un mar de petróleo, que no ha sido una bendición, sino una desgracia para ellos.
¿Por qué los 40 millones de kurdos no tienen un Estado nacional, por qué son un pueblo olvidado?
Vamos a situarnos en el siglo XX. Después del colapso del Imperio otomano, como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, el territorio del Kurdistán quedó repartido entre cuatro Estados: tres que se crearon —Turquía, Siria e Irak—, y un cuarto que ya existía, Irán. Todos esos Estados tenían una política de nacionalismo étnico y aplicaron políticas para la erradicación del idioma y su cultura. Además, internacionalmente, se considera que esas fronteras existen y no se pueden cambiar. Eso se hizo evidente en este siglo XXI, con el referéndum que los kurdos organizaron en Irak y que no fue reconocido por ningún país. Lo que ha caracterizado a los kurdos han sido las divisiones internas. Han llegado a enfrentarse entre ellos. Y sin unidad no puede haber una reivindicación nacional. Tampoco un cambio de su estatus político. De ahí la importancia de la unidad y la cohesión, que en este caso tampoco se ha dado. Diría que por esas razones los kurdos no han podido crear su propio Estado nacional.
Su libro narra dos historias que corren en paralelo. El devenir del pueblo kurdo, aprisionado por cuatro Estados autoritarios —tres de ellos, Siria, Irán y Turquía, socios de Venezuela— y la figura de uno de sus líderes, Abdul Rahmán Ghasemlú. ¿Qué definiría a Rahmán Ghasemlú?
Fue un hombre que se formó en Francia y en la extinta Checoslovaquia. Era un estalinista convencido hasta que fue testigo de la invasión de los tanques del Pacto de Varsovia en Praga. Ahí entendió que el sueño soviético no era lo que él pensaba. Se vuelve un hombre moderado, de tendencia socialdemócrata. Fue una transformación enorme. También para el Kurdistán, donde los partidos políticos eran marxistas, maoístas, leninistas. Todos eran de izquierda radical. En ese sentido Ghasemlú llega con otro mensaje. Entonces, era un hombre que tenía una experiencia cultural enorme. Hablaba nueve idiomas y viene con un pensamiento democrático. El otro líder importante, anterior a Ghasemlú, es Mustafa Barzani, un hombre nacionalista, de acción revolucionaria y militar, que enfrentó al gobierno de Irak. Fue un cambio radical, porque Ghasemlú infunde el concepto de democracia, apoyado en su gran carisma. Tenía mucho sentido del humor, cosa que me sorprendió cuando lo conocí personalmente.
¿Cómo una joven venezolana, que está estudiando en París, establece contacto con Ghasemlú y viaja al Kurdistán? ¿Por qué esa historia entre tantas, digamos, más vibrantes?: la guerra de Vietnam, el conflicto árabe israelí, la revolución cubana, la descolonización de África.
Yo llego a los kurdos no por un interés específico. En ese momento, era una poeta que estaba haciendo un doctorado en Literatura y por azar fui al Festival de Cannes, donde conocí al cineasta (kurdo-turco) Yilmaz Gúney, cuya película, Yol, fue galardonada con la Palma de Oro, en 1982. Me hice amiga de él y de su esposa. Empecé a trabajar con ellos y fueron ellos los que me hicieron conocer la realidad kurda. Fue un contacto inicial y personal. En el Instituto Kurdo de París, conocí a Ghasemlú. Como te dije, era un personaje fascinante, carismático, y a mí me obnubiló desde el comienzo. ¿Pero qué es lo que a mí me atrapa de la situación kurda? El hecho de que era una nación olvidada. ¿Cómo era posible que 40 millones de personas fueran ignoradas por los medios de comunicación y la comunidad internacional, cuando era un drama serísimo? Ante esa gran injusticia, es que empiezo a interesarme en el pueblo kurdo y he seguido durante 40 años de mi vida.
¡Qué curioso! Que tanto Ghasemlú como el Ayatola Jomeini hayan coincidido, durante el exilio en Francia. Uno, con una visión modernizadora y democrática y otro con la idea de convertir a Irán en una república islámica, cosa que finalmente logró. ¿Qué explicaría la concurrencia de dos propuestas tan distintas?
Primero que nada, ambos estaban en el exilio. Jomeini llega a Francia porque el Sha de Irán le pide a Sadam Hussein (el dictador iraquí), que obligue a Jomeini a abandonar Irak, donde se había exiliado, con lo cual le hizo un enorme favor, porque puso a la disposición del Ayatola todos los medios de comunicación. Cuando se produce la caída del Sha, Ghasemlú, como cualquier iraní opuesto al Sha, va a visitar a Jomeini. En esa ocasión, no lo recibe. Vuelve una segunda vez, y tampoco lo recibe. Pero (el líder kurdo) lo apoya porque coinciden en una cosa: hay que tumbar al Sha. Él sabía lo que representaba Jomeini, sabía cuál era su pensamiento, porque se había leído sus libros. Esos dos personajes llegan a acumular poder. Jomeini se convierte en el líder del país y Ghasemlú en el líder del Kurdistán iraní. Son dos propuestas diferentes. Jomeini venía a instalar la teocracia y Ghasemlú quiere lograr, no la independencia, pero sí la autonomía para su pueblo, cosa que era imposible si Irán no se democratizaba. Mediaba además la religión. Los kurdos, mayoritariamente, son sunitas y los iraníes chiitas. Dos ramas del islam irreconciliables.
Creemos que una revolución se hace en las calles, pero es falso. Sobre la agitación y la protesta de las masas, hay una organización política. En Rusia fue el partido bolchevique. En Irán fueron los 100 mil clérigos chiitas que obedecían a Jomeini, quienes, además, eran actores políticos. No ganaron los intelectuales, ni la clase media. Ganó el proyecto político de Jomeini, que Ghasemlú calificó de medieval.
No fue así del todo. El mensaje de Jomeini en Francia era que él iba a respetar el derecho de las mujeres, que Irán iba a ser un país democrático. Pero que haría todo eso bajo el paraguas de una república islámica. En Irán convivían dos sociedades. Una moderna, impulsada por el Sha y luego una sociedad rural gigantesca, extremadamente religiosa. El mensaje de Jomeini, durante las revueltas, era: Ustedes, ¡abran sus pechos y déjense matar! Él estaba apelando a una antigua y muy fuerte convicción chiita y religiosa instalada en el pueblo iraní. A ese tren se subieron los intelectuales, la clase media educada, las ciudades, porque la represión del Sha llegó a un punto de no retorno. Pero esas ideas modernizantes, el hecho de que las mujeres se educaran, que participaran en la política, en la vida pública en general, eran rechazadas por la población rural y religiosa iraní. Mientras gobernaba el ex primer ministro, Shapour Bakhtiar, musulmán laico cuyo gobierno duró pocas semanas, Jomeini iba consolidando su poder teocrático y religioso. Él tenía su estructura política y también sus fanáticos. En medio del caos social, Jomeini lanzó el referéndum que creó la república islámica.
¿Qué papel jugaron esos fanáticos?
Eran grupos paramilitares, conocidos como los Basijis, encargados de reprimir las protestas, mediante el uso de la violencia. Se desplazaban en motos, blandiendo bastones y disparando al aire, vestidos de negro. Actuaban con rapidez para disolver cualquier manifestación en las calles. Esa forma de represión se aplicaría luego en otros países.
Una fuerza de choque, fiel a la revolución.
Exactamente.
En momentos en que se aprueba la Asamblea Constituyente en Irán, ¿Jomeini ya tenía el control del país?
Él apeló al sentimiento religioso, muy arraigado en la población iraní. Es decir, apeló a las emociones, entre otras cosas, porque por ahí comienza el control. Los intelectuales, que tenían ideas muy distintas, democratizadoras, parece que no se habían leído los libros de Jomeini. Pero lo apoyaron, porque veían en él a la persona que podía liderar el cambio político. Y pensaban que iban a participar, pero fueron engañados. En la rama chií hay una cosa que se llama taqqiiya, que le permite a un musulmán mentir, siempre que su vida o su fe corra peligro. No es solamente un basamento político, sino también religioso.
¿Cuándo usted viajó al Kurdistán fue testigo del momento decisivo de la revolución islámica?
Era la etapa en que Jomeini estaba tomando el control del resto del país, a través de la violencia. Usando la Shaira (la ley islámica) para cortar cabezas a diestra y siniestra, mediante juicios sumarios. La represión obliga a los kurdos a huir de las ciudades y librar una guerra de guerrillas. Someter a los kurdos se llevó su tiempo, hasta la guerra de Irán-Irak. Después del asesinato de Ghasemlú, empezó el declive de la resistencia kurda.
¿Qué ha significado, para los kurdos, los regímenes autoritarios de Irán, Siria, Turquía y la creciente influencia que ejerce Irán sobre Irak?
Una vez más todo está muy fragmentado. La situación se pone interesante, en 2003, cuando las tropas de Estados Unidos invaden Irak. Ahí se produce un cambio muy significativo. Con la caída de Hassan Hussein, los chiitas, que son mayoría en Irak, toman el poder y los kurdos tienen su región autónoma. Tenemos a dos países, Irán e Irak bajo gobiernos chiitas que pronto establecen relaciones. Bajo la autonomía, el Kurdistán iraquí estableció acuerdos petroleros y ha experimentado un crecimiento económico enorme, ha habido tolerancia y las minorías, como los cristianos, han buscado refugio en esa región.
Actualmente, la autonomía está en peligro porque Irán tiene la mano metida a través de alianzas con partidos políticos y con el gobierno.
¿Qué responsabilidad tiene Occidente en todo este cuadro de alianzas que van y vienen, en estas relaciones que cambian a conveniencia?
Tiene una cierta responsabilidad. Los kurdos han buscado apoyo desde la época de Mustafá Barzani. Alianzas que, en una primera etapa obedecen a los intereses coloniales y, posteriormente, a los países que se reparten el Kurdistán. Eso ha pasado (los abandonan, los olvidan) una y otra vez. La guerra que desató el Estado Islámico, más recientemente, parecía una oportunidad para la reivindicación de los kurdos, tanto de Siria como de Irak. Son los kurdos de esos dos países, con el apoyo de los Estados Unidos, los que logran detener y luego vencer al Estado Islámico. Las grandes heroínas de esa guerra son las mujeres de las fuerzas democráticas de Siria. ¿Pero qué ocurre? Que en ese momento llega la administración Trump y retiran el apoyo de las tropas estadounidenses. Turquía se encarga de erradicar la autonomía en los territorios kurdos de Siria. Entonces, todo lo que parecía una oportunidad para conseguir la autonomía se ha desmoronado, porque se han retirado las fuerzas occidentales. Lo que está pasando en Irak es gravísimo. Pareciera que van a cambiar la Constitución de 2005 que reconocía las regiones autónomas de las minorías, no solamente de los kurdos. Sería un retroceso de 20 años. No lo sabemos.
¿Los chiitas, que ahora gobiernan en Irak, están imponiendo la religión chií en el Kurdistán iraquí, cuya población es mayoritariamente sunitas?
No, no la imponen. Pero el hecho de que los kurdos sean sunitas los convierte en ciudadanos de segunda clase. Es una basa para la discriminación. El problema es que no hay inversión en el Kurdistán. Su infraestructura es insuficiente y tercermundista. Entonces, los mantienen pobres, escasamente educados y subdesarrollados. A pesar de que el Kurdistán es el asiento de la riqueza petrolera. Esa es la manera insidiosa de ejercer el control y por eso hay levantamientos, porque la gente está harta de ser pobres, de ser marginados, de no tener acceso a servicios básicos.
Los medios de comunicación hablan de un Kurdistán violento, que tiene como arma política el terrorismo.
Ese es el PKK (el Partido de los Trabajadores del Kurdistán turco), es un partido de extrema izquierda que se crea en medio de la ola represiva desatada por Turquía. Sin duda, el PKK ha cometido grandes actos de terrorismo. En el enfrentamiento del PKK con las tropas turcas han muerto más de 40.000 personas. Hubo un acuerdo de paz. Las aguas se calmaron, pero una facción joven del PKK cometió la imprudencia de tomar algunas ciudades y declarar la independencia. Se acabó la paz y se reanudó la guerra civil. El PKK es el producto de una sociedad desesperada que se ha ido radicalizando. ¿Qué otra cosa se podía esperar?
En esta amalgama de territorios, de proyectos políticos tan diversos, los kurdos de uno y otro país van creando sus propios perfiles, especificidades y relatos. ¿Eso no es una rémora para crear un Estado nacional?
Aunque los kurdos siguen hablando de independencia, eso no es viable. Sólo los soñadores, los utópicos piensan en eso. Mira a los países que tienes alrededor. Además, tampoco hay apoyo internacional para eso.
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*Escritora y periodista. Licenciada en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello, con un doctorado en Estudios Hispanoamericanos por la Universidad de París VII. Se especializó en asuntos internacionales, particularmente en la situación del pueblo kurdo. Durante más de 40 años ha escrito y dado numerosas conferencias sobre la situación kurda. Periodista free-lance, colaboró con medios venezolanos y españoles. En los 80 fue corresponsal del diario El Nacional en Madrid. Es autora, entre otros libros, de Pasión y muerte de Rahman el Kurdo (Caracas, 2008), traducido al inglés, kurdo y turco (2009). Una nueva versión titulada Dreaming Kurdistan: The Life and Death of Kurdish Leader Abdul Rahman Ghassemlou (2019), se publicó en inglés (Soñando el Kurdistán: Vida y muerte del líder kurdo Abdul Rahman Ghasemlú).
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