ERNESTO RODRÍGUEZ 13 de junio de 2024
«La
juventud ha estado en el blanco de distintas estrategias los últimos 25 años.
Por un lado, el gobierno nacional en su demagogia estableció promisiones
económicas y educativas que no llegaron a buen puerto»
En
marzo de este año asistí a un coloquio titulado“Desafíos en el 2024 para las
juventudes en el siglo XXI”. Fue un evento organizado por el Instituto de
Estudios Parlamentarios Fermín Toro, donde participaron seis jóvenes panelistas
de distintos sectores del activismo social, la política y el emprendimiento.
A
medida que transcurrían las intervenciones se iban abriendo, para mí, más
preguntas que respuestas. No porque las ponencias no fueran claras, sino porque
tenían el efecto de abreboca, de ampliar las aristas sobre el eje temático. Una
de las cuestiones que quedaron orbitando en mi mente luego de la actividad fue
si en vez de pensar en los desafíos de los y las jóvenes ante la política,
podríamos invertir el orden de la reflexión.
La política ante la juventud
El
expediente es doloroso. Tomando prestada la expresión de Jean-François
Lyotard, murió la credibilidad de los grandes relatos que estructuraron la
política venezolana contemporánea. La juventud ha estado en el blanco de
distintas estrategias los últimos 25 años. Por un lado, el gobierno nacional en
su demagogia estableció promisiones económicas y educativas que no llegaron a
buen puerto, bajo los planes de Jóvenes del Barrio, Chamba Juvenil, Somos
Venezuela, masificación universitaria, entre otras. Los juramentos de justicia
social, igualdad y prosperidad económica para el pueblo que prometió el
liderazgo chavista, nunca se materializaron. En cambio, se diluyeron en el
mordaz deterioro, en la corrupción descarnada y en la desvergüenza cínica de
sus líderes.
La
última década fue de grandes desilusiones. Masas en las calles, fueron
jóvenes los protagonistas de las movilizaciones y blanco principal entre las
víctimas mortales en 2014, 2017 y 2019 en los momentos álgidos de las protestas
contra el gobierno. El papel de la inmolación juvenil fue de alguna manera
aupado por el liderazgo opositor adulto, como en la campaña “libertadores” de
Venezuela, cuando se usó la estética de la pechera tricolor como símbolo
heroico en las manifestaciones. Fueron promesas de liberación que justificaban
narrativas de sacrificio en favor de la democracia y el cambio, que tampoco
lograron su cometido, y después de cada gran fracaso casi ningún líder se responsabilizó
de recoger los platos rotos.
Esto
hace que un segmento grande de las juventudes venezolanas, independiente del
color de su filiación, resuene en las frecuencias de la desilusión, y que el
escepticismo sea un elemento de peso en su experiencia e identidad política.
El
escepticismo como experiencia política
Una
preocupación reposicionada, aunque nada nueva, es la que ronda sobre la
motivación de las juventudes para su involucramiento en los hechos
político-electorales del año en curso, lo que ha desencadenado distintas
reflexiones sobre la apatía y el individualismo. Por otro lado, es común ver
entre los jóvenes con compromisos sociales o políticos, expresiones del
tipo “no me quiero ilusionar demasiado” o “no me quiero esperanzar en
vano”. Con base en eso recurro aquí, en parafraseo, a una pregunta de
Baudrillard en su libro “America” (1989):
¿Pueden
concebirse movimientos sociales desilusionados? ¿Cómo sería una estrategia
política fundamentalmente pesimista, sin ilusiones, cínica pero enérgica e
irreprimible, que transforme en desafío abierto el estado fatal de los asuntos
públicos, en lugar de agotarse en promesas de edulcorados horizontes, por otra
parte sin éxito, y que aún contribuya a no volvernos políticamente idiotas?
Afirma
Carlos Villalba, quien fue catedrático de Ciencias Penales y Criminológicas de
la UCV, en su libro “Delito e insurgencia” (1991) que habría que estar
dispuestos a responder positivamente la pregunta de Baudrillard. Es decir, que
habría que procurar la apertura a reconocer en la desilusión, una positividad
que no es posible negarle por más tiempo. Por esta vía sabríamos descubrir algo
más, bastante más, que la versión satanizada de la “apatía” o el “pragmatismo”.
Quizás el haz, instintivo y espontáneo, de la subversiva dignidad. Sabríamos
identificar algo más que ese agujero oscuro de negatividad social, propio de
las interpretaciones moralistas o re-victimizantes.
La
incredulidad se ha convertido en una forma de protesta política, en especial en
sectores juveniles y populares. Es la manifestación prevaleciente, la prueba
misma de la existencia de una sociedad en resistencia, con una práctica no
discursiva. De aquí que la apatía juvenil no sólo inquieta por lo que calla o
por inmóvil, inquieta además, porque anuncia el potencial de un programa
político con base en realidades, porque sugiere una estrategia de expansión que
parta del descontento, porque hiere mortalmente a la red millonaria de
propagandas y chantajes que se desmorona indeteniblemente. El escepticismo
amenaza por lo que esa desobediencia de conciencia, creciente y confusa,
significa ahora y podría significar mañana para las instancias de poder de la
política y la economía. Y, dicho sea de paso, es uno de los factores que está
haciendo que los mecanismos de represión actuales hagan aguas, hecho que tiene
al chavismo consternado en su propio laberinto demagógico.
Danny
Ocean“Cero condiciones”
El
envés del escepticismo político es el paso a la cultura apolítica, que también
corroe fatalmente la participación, la organización social y la democracia. Por
eso, conviene amolar por el lado subversivo. En el último Latin American Music
Awards que se celebró el pasado 25 de abril, Danny Ocean se presentó en vivo.
En medio de la interpretación de su tema “Cero condiciones”, el cantante
caraqueño se acercó a la cámara y levantó parte de su camisa para mostrar el
mensaje que tenía debajo: “28 de julio”, fecha de las elecciones
presidenciales. La escena se hizo viral rápidamente, fue catalogado por algunos
como un gesto valiente por la causa democrática. Durante la actuación, el
cuerpo de baile estaba vestido de negro y llevaba unas mordazas alusivas a la
censura.
Danny
Ocean es un exponente de la música latina. Su fama internacional comenzó
en el año 2016. Su canción “Cero condiciones” es sugerente. Tiene una temática de
libertad que evoca rebeldía, ruptura con lo opresivo. Lleva cierto aire juvenil
identitario “quiero ser quien yo quiero”. No es explícita, puede
funcionar en alusión a distintos temas, aunque es bastante compatible con la
circunstancia electoral venezolana. Entre sus frases están: “la verdad no se
tapa con plomo”, “quiero ser libre del fuego”, “¿quién eres tú para decidir lo
que debo decir, cómo quiero vivir?”. También otras como “yo sé, tal vez, que
uno se siente sólo” o “ya no quiero vivir una put@ vida mediocre”.
Creo
que el mensaje de Danny Ocean se inscribe en lo que sería una comunicación
política para escépticos. Un mensaje que abandera liberación, ruptura con el
estado de las cosas, energía e indocilidad. No es el típico mensaje de notas de
esperanza, de ilusión, de utopía o del “ahora sí”. Más bien es una provocación
para romper el velo, quitarse un peso represivo y enajenado. Algo con lo que la
desilusión puede conectarse, sin negarse a sí misma y sin negar la experiencia
dolorosa que la originó. Pienso que es una canción para incorporar en los
esfuerzos actuales de lucha y liberación social, y que es una expresión de un
filón de la historia que aún nos falta comprender más.
ERNESTO
RODRÍGUEZ
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico