Francisco Fernández-Carvajal 19 de junio de 2024
@hablarcondios
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Necesidad.
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Oraciones vocales habituales.
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Atención al rezarlas. Luchar contra la rutina y las distracciones.
I. Y al orar no empleéis muchas palabras, como los gentiles, que se figuran que por su locuacidad van a ser escuchados, nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa1. Quiere apartar a sus discípulos de la visión equivocada de muchos judíos de su tiempo, quienes pensaban que son necesarias largas oraciones vocales para que Dios las escuche; y les enseña a tratar a Dios con la sencillez con que un hijo habla con su padre. La oración vocal es muy agradable a Dios, pero ha de ser verdadera oración: las palabras han de expresar el sentir del corazón. No basta recitar meras fórmulas, pues Dios no quiere un culto solo externo, quiere nuestra intimidad2.
La
oración vocal es un medio sencillo y eficaz, imprescindible, adecuado a nuestro
modo de ser, para mantener la presencia de Dios durante el día, para manifestar
nuestro amor y nuestras necesidades. Como leemos en el mismo Evangelio de la
Misa, Nuestro Señor quiso dejarnos la oración vocal por excelencia, el
Padrenuestro, en la que, en pocas palabras, compendia todo lo que el hombre
puede pedir a Dios3.
A lo largo de los siglos ha subido hasta Dios esta oración, llenando de
esperanza y de consuelo a innumerables almas, en las situaciones y momentos más
dispares.
Descuidar
la oración vocal significaría un gran empobrecimiento de la vida espiritual.
Por el contrario, cuando se aprecian estas oraciones, a veces muy cortas pero
llenas de amor, se facilita mucho el camino de la contemplación de Dios en
medio del trabajo o en la calle. «Empezamos con oraciones vocales, que muchos
hemos repetido de niños: son frases ardientes y sencillas, enderezadas a Dios y
a su Madre, que es Madre nuestra. Todavía, por las mañanas y por las tardes, no
un día, habitualmente, renuevo aquel ofrecimiento que me enseñaron mis
padres: ¡oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a Vos.
Y, en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos,
mi lengua, mi corazón... ¿No es esto –de alguna manera– un principio
de contemplación, demostración evidente de confiado abandono? (...).
»Primero
una jaculatoria, y luego otra, y otra..., hasta que parece insuficiente ese
fervor, porque las palabras resultan pobres...: y se deja paso a la intimidad
divina, en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio»4.
Y Santa Teresa, como todos los santos, sabía bien de este camino asequible a
todos para llegar hasta el Señor: «Sé –afirmaba la Santa– que muchas personas,
rezando vocalmente (...), las levanta Dios, sin saber ellas cómo, a subida
contemplación»5.
Pensemos
hoy nosotros en el interés que ponemos en nuestras oraciones vocales, en su
frecuencia a lo largo del día, en las pausas necesarias para que aquello que
decimos al Señor no sean «meras palabras que vienen unas en pos de otras»6.
Meditemos en la necesidad del pequeño esfuerzo que hemos de poner para alejar
de nuestras oraciones la rutina, que bien pronto significaría la muerte de la
verdadera devoción, del verdadero amor. Procuremos que cada jaculatoria, cada oración
vocal sea un acto de amor.
II. El
secreto de la fecundidad de los buenos cristianos está en su oración, en que
rezan mucho y bien. De la oración –mental y vocal– sacamos fuerzas para la
abnegación y el sacrificio, y para superar y ofrecer a Dios el cansancio en el
trabajo, para ser fieles en los pequeños actos heroicos de cada día... Se ha
dicho que la oración es como el alimento y la respiración del alma, porque nos
pone en relación íntima con Dios y nos empuja a conocerle mejor y amarle más.
La piedad auténtica es esa actitud estable que permite al cristiano valorar
desde Dios el trajín diario, donde encuentra ocasión para el ejercicio de las
virtudes, el ofrecimiento de la obra acabada, la pequeña mortificación... Sin
darnos apenas cuenta estamos «metidos en Dios», y entonces estamos orando
también con el ejercicio de nuestro trabajo sin chapuzas, aunque en esos
momentos no realicemos actos expresos de oración. Una mirada al crucifijo o a
una imagen de Nuestra Señora, una jaculatoria, una breve oración vocal, ayudan
entonces a mantener «ese modo estable de ser del alma», y así nos es
posible orar sin interrupción7,
el orar siempre que nos pide el Señor8.
Hay muchos momentos en los que debemos concentrarnos en el trabajo y la cabeza
no nos permite pensar a la vez en Dios y en lo que hacemos. Sin embargo, si
mantenemos esa disposición habitual del alma, esa unión con Dios, al menos ese
ánimo de hacerlo todo por el Señor, estamos orando sin interrupción...
Lo
mismo que el cuerpo necesita ser alimentado y los pulmones respirar aire puro,
así necesita dirigirse el alma hacia el Señor. «El corazón se desahogará
habitualmente con palabras, en esas oraciones vocales que nos ha enseñado el
mismo Dios, Padre nuestro, o sus ángeles, Ave María.
Otras veces utilizaremos oraciones acrisoladas por el tiempo, en las que se ha
vertido la piedad de millones de hermanos en la fe: las de la liturgia –lex
orandi–, las que han nacido de la pasión de un corazón enamorado, como
tantas antífonas marianas: Sub tuum praesidium..., Memorare..., Salve
Regina...»9.
Muchas de estas oraciones vocales (el Bendita sea tu pureza,
el Adoro te devote, que podemos rezar los jueves, adorando al Señor
en la Eucaristía...) fueron compuestas por hombres y mujeres –conocidos o no–
con mucho amor a Dios y fueron guardadas en el seno de la Iglesia como piedras
preciosas para que las utilicemos nosotros. Quizá tienen para muchos el candor
de aquellas enseñanzas fundamentales para la vida que
aprendieron de sus madres. Son una parte muy importante del bagaje espiritual
que poseemos para enfrentarnos con todo tipo de dificultades.
La oración
vocal es sobreabundancia de amor, y por eso es lógico que sea muy
frecuente desde que iniciamos la jornada hasta que dedicamos a Dios nuestro
último pensamiento antes del descanso diario. Y saldrá a nuestros labios –quizá
«sin ruido de palabras»– en los momentos más inesperados. «Acostúmbrate a rezar
oraciones vocales, por la mañana, al vestirte, como los niños pequeños. —Y tendrás
más presencia de Dios luego, durante la jornada»10.
III. Del
Patriarca Enoc nos dice la Sagrada Escritura que anduvo siempre en la
presencia de Dios11,
que le tuvo presente en sus alegrías, en sus fatigas y en sus trabajos. «¡Ojalá
nos ocurriera a nosotros algo parecido! ¡Ojalá pudiéramos andar por esos mundos
con Dios a nuestro lado! Tan junto a Él, sintiendo tan vivamente su presencia,
que compartiéramos todo con Él. Recibiríamos entonces todo de su mano, cada
rayo de sol, cada sombra de incertidumbre que pasara por nuestra vida;
aceptaríamos con gratitud consciente todo lo que nos mandase, obedeciendo así
al más ligero soplo de su llamada»12.
Pero, con frecuencia, el verdadero centro de referencia no es, por desgracia,
el Señor, sino nosotros mismos. De ahí la necesidad de ese empeño continuo por
estar metidos en Dios, «atentos» a sus más leves insinuaciones, evitando estar
ensimismados en nuestras cosas; en todo caso, teniéndolas presentes en la
medida en que hacen referencia a Dios: porque hacemos el bien con ellas, porque
las hemos ofrecido...
Las oraciones
vocales son un gran medio para tener a Dios presente en nuestros
quehaceres a lo largo del día. Para eso es necesario poner atención en lo que
le decimos al Señor. Y tendremos que luchar a veces en detalles muy pequeños
pero necesarios: en pronunciar claramente, con pausa, en huir de la rutina. Ha
de haber tiempo también para la consideración, de modo que llegue, en cierta
manera, a ser una verdadera oración mental, aunque no podamos evitar del todo
las distracciones.
Sin
una gracia especial de Dios no es posible mantener una atención continua y
perfecta al sentido y significado de las palabras. A veces, la
atención estará referida particularmente al modo como se pronuncia; en
otros momentos se mira a la persona a quien se habla. Pero hay
ocasiones en que, por circunstancias personales o de ambiente, no se puede
prestar de modo conveniente ninguna de estas tres formas de atención.
Es entonces necesario poner al menos un cuidado externo, que consiste en
rechazar cualquier actividad exterior que por su misma naturaleza impida
la atención interior. Algunos trabajos manuales, por ejemplo, no impiden tener
la cabeza en otra cosa; como la madre de familia, que reza el Rosario en casa
mientras limpia o mientras está más o menos pendiente de los hijos pequeños,
aunque se distraiga en algún instante, mantiene al menos esa atención interior,
cosa que no sería posible si quisiera a la vez ver la televisión. De todos
modos, hemos de organizar nuestro plan de vida de modo que, siempre que sea
posible, el tiempo que dedicamos a algunas oraciones vocales como el Ángelus o
el Rosario sea un rato en que podamos concentrarnos bien. Por otra parte, las
simples distracciones involuntarias son imperfecciones que el Señor disculpa
cuando nos ve poner empeño en rezar.
Junto
a las oraciones vocales, el alma necesita el alimento diario de la oración
mental. «Gracias a esos ratos de meditación, a las oraciones vocales, a las
jaculatorias, sabremos convertir nuestra jornada, con naturalidad y sin
espectáculo, en una alabanza continua a Dios. Nos mantendremos en su presencia,
como los enamorados dirigen continuamente su pensamiento a la persona que aman,
y todas nuestras acciones –aun las más pequeñas– se llenarán de eficacia
espiritual»13. El Señor las mirará con complacencia y las bendecirá.
1 Mt 6,
7-15. —
2 San
Cipriano, Tratado sobre el Padrenuestro. Liturgia
de las Horas, Domingo XI ordinario, Segunda lectura.
—
3 Cfr. San
Agustín, Sermón 56. —
4 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 296. —
5 Santa
Teresa, Camino de perfección, 30, 7. —
6 R.
Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior,
vol. I, p. 506. —
7 1
Tes 5, 17. —
8 Lc 18,
1. —
9 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 119. —
10 ídem, Camino,
n. 553. —
11 Cfr. Gen 5,
21. —
12 R.
A. Knox, Ejercicios para seglares, Rialp, Madrid 1956, p.
41. —
13 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 119.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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