Fernando Rodríguez 18 de junio de 2024
Existe
algo que se puede llamar decencia política, decencia o ética mínima, que supone
respetar la lógica más elemental que permite convivir civilizadamente. Claro
que es deseable una ética con mayúscula que aúpe una lucha gallarda, con
densidad ideológica y respeto claro y distinto de las reglas del juego, eso que
llaman Constitución. Sí, después de estos veinticinco años de tragedia nacional
es mucho pedir, vamos por el mínimo con harta reticencia. No por elecciones
limpias, competitivas y todos esos adjetivos que las hacen al menos digeribles
en no pocos países de este mundo sino no demasiado sucias, bárbaras y siga
usted con los adjetivos oscuros que pueden sintetizarse en fraudulentas.
Por eso nos batimos hoy para el 28 de julio los que aupamos a Edmundo y a María Corina o mejor por la restitución de la democracia en esta tierra de gracia, que nos permita ver el mundo de otra manera que en esta larga noche de piedra. El futuro es siempre una tarea y una apuesta que supone una atmosfera de libertad. Por ella vamos.
El
diálogo de Barbados suponía un pacto entre gente decente. El pacto murió casi
al nacer y hemos quedado a la deriva, a torear cualquier cantidad de
atrocidades gubernamentales. Tenemos la tarea complicadísima de tratar de ser
lo suficientemente bien portados para que el gobierno despótico y cargado de
pecados no nos arrebate un posible triunfo electoral y a la vez responder para
sobrevivir a sus estocadas cada vez más sangrientas. Edmundo parece mandado a
hacer, así su candidatura sea cosa del azar, para tratar de demostrar que la
buena educación, la prudencia y el respeto al prójimo, pueden ser armas contra
la violencia descarada gubernamental de cada día. A lo mejor lo logra. A lo
mejor.
No
vamos a echar un cuento reciente y público que pudiera comenzar con la
inhabilitación de María Corina que desbordaba todas las encuestas. O el
rechazo, sin necesidad de justificar, de los candidatos opositores en aquella
oscurísima, casi increíble, jornada en que se pateó a voluntad los mínimos
derechos de una contienda electoral. Vengamos más acá, saltémonos de paso los
presos y asilados políticos más recientes.
Uno,
que ha visto tanto, le cuesta creer que los hoteles y ventas de comida, a veces
bastante humildes en el interior profundo, que le prestan sus servicios a la
lidereza que mueve multitudes y que el gobierno tiene que parar. ¿No es
excesivamente miserable, infantil casi, irracional? Bueno, pero es.
Y qué
pensar del veto a la observación de la Unión europea, nada acertada en la
ocasión, porque le suspendió las sanciones al inhabilitador de María Corina y
otros cómplices y no a toda la pandilla de cleptómanos y violadores de los
derechos humanos sancionados. Vamos pues hacia unas elecciones donde la
muy compleja y vasta observación va a ser insignificante, con las puertas que
eso abre para cualquier marramucia, esas que todos conocemos. Basten estos ejemplos
de la sinrazón y el abuso, mucho dicen de quien los usa.
Y por
allí se oyen barbaridades en cocción que es de temer puedan ser realidades. Tan
bestiales que mejor no nombrarlas, es pavoso. En síntesis, que todo es posible
en el país en que el Presidente vuela (sic) apoyado en las masas, vuela dije, y
éste se ha confeccionado una oposición propia destrozando los partidos que
realmente lo adversan. Algunos hablan mucho de los siniestros seis meses entre
la elección y el sentarse en la silla. ¿Hasta dónde podrá resistir el liderazgo
de la arrolladora inhabilitada y las tácticas diplomáticas y corteses de
Edmundo? Es el rollo mío y de una franca mayoría de los habitantes de este país
destrozado, masacrado.
Fernando
Rodríguez
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