Ibsen Martínez 21 de julio de 2024
En la
inminencia de las elecciones primarias —hace poco más de nueve meses— una
ilustre academia de sofistas que este tiempo de pícaros nos ha dado a conocer
—rivales políticos, politólogos, encuestadores y “analistas de entorno”—
no daba un níquel por el futuro político de María Corina Machado y volcaba en
tortuosas cábalas la pregunta sobre quién podría abanderar a la oposición
frente al obsceno ventajismo electoral de la camarilla usurpadora.
Viene a la mente el “Charlatán Mayor de la Demoscopia de Datos Duros y el Análisis Desapasionado”, el gárrulo encuestador decano de los mistificadores, el “bocazas consejero” favorito de los programas de opinión de la radio y la televisión cautivas, que cien veces argumentó la desvergüenza de que el candidato debía ante todo “hacerse potable” al paladar de Maduro. Para garantizar el diálogo y la gobernabilidad en una hipotética transición, se entiende.
Para
no disgustar al mandamás y conjurar una fulminante, jupiterina inhabilitación.
Porque la inhabilitación de María Corina Machado era una realidad inconmovible
y había que ser realistas y votar por un disléxico pelele de flux y corbata
“que sepa negociar”.
Según
quienes así pensaban, solo con la graciosa venia de un gobierno que no ha
respetado regla alguna de civilidad democrática podría un candidato y su
partido “seguir en el juego”. Pocos, nunca diré que ninguno, ponían en sus
balanzas los irreversibles cambios tectónicos que se han obrado en el ánimo
público venezolano durante el último lustro.
Un
ejemplo digno de interés no solo politológico, sino antropológico y sin duda
también histórico, lo brinda actualmente el nutrido escudo de motociclistas que
espontáneamente acompaña a María Corina en los desplazamientos de la campaña
electoral en pro de Edmundo González Urrutia.
Adviértase
la demografía del momento: del país han partido 8 millones y medio de
habitantes, mermando en casi 30% una población que en 2014, al comenzar la
década de Maduro, era de 30 millones.
El
fenómeno del escudo motorizado está en boca de todos, pues hubo un tiempo, a
comienzos de siglo, en que la fuerza de choque callejera del chavismo, los
temidos “círculos bolivarianos” que hicieron las veces de las protervas SA de
los albores del nazismo, o de los aporreadores Camicie Nere mussolinianos,
estaba constituída por nutridas y muy intimidantes formaciones motorizadas, de
extracción inequívocamente popular.
El
gran predicamento que hoy acoge a María Corina entre los trabajadores
motorizados —mensajeros, mototaxistas, mecánicos y fontaneros, repartidores de
comida rápida— de las barriadas de Caracas y las capitales estadales y aun
trabajadores agropecuarios de muchas zonas rurales donde la moto se equipara a
la tracción de sangre de un batallador alazán criollo, me sugiere un
significativo paralelo con nuestra guerra de Independencia.
En el
año 1814, “el año terrible” que ensangrentó Venezuela de punta a punta, un
antiguo funcionario de aduanas, Jose Tomás Boves, feroz asturiano avecindado
como pulpero en nuestros Llanos, acaudilló legiones de irregulares, miles
de jinetes llaneros —negros, zambos y mulatos— que, peleando bajo banderas
españolas y azuzados por el odio de castas, diezmaron las bisoñas fuerzas
independentistas, comandadas por jóvenes patricios, en lo que fue sin
duda una guerra civil.
La
llegada en 1815 del Cuerpo Expedicionario español —los implacables marines del
rey Fernando VII— y la muerte en combate del caudillo Boves obraron un cambio
dramático en las legiones llaneras que en lo sucesivo, a las órdenes del catire José
Antonio Paez, el homérico jefe patriota que supo conquistarlos, harían la
guerra con Bolívar, por la independencia y la república.
Este
legendario volte-face de los bravíos llaneros está grabado
a fuego en el inconsciente colectivo de los venezolanos como solo un
poderoso mito de origen puede hacerlo.
María
Corina, la ingeniero industrial de ancestro mantuano, ha puesto en
acto en el curso de estos meses una feliz, vivificante figuración del
mito al surcar las carreteras de Venezuela confundida en oleadas de “pardos”,
como en aquel tiempo habrían sido llamados los hombres y mujeres del común que
se han echado el miedo a las espaldas y atienden su llamado a votar masivamente
por la democracia y la libertad.
Las
barreras divisorias entre los venezolanos, elevadas por la prédica del
odio de clases que diabólicamente avivó Hugo Chávez, se han venido abajo.
Vuelven a nosotros, animadas por el numen ciudadano de María Corina Machado las
palabras de Bolívar, alentando a sus abatidos compañeros una desazonada noche
de Jamaica de 1815: Con modo todo se puede.
Ibsen
Martínez
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