Francisco Fernández-Carvajal 03 de agosto de 2024
@hablarcondios
— El
maná, símbolo y figura de la Sagrada Eucaristía, verdadero alimento del alma.
— El
Pan de Vida.
— En
cada Comunión se nos da el mismo Cristo. Su presencia en el alma.
I. Dice
el Señor: Yo soy el Pan de Vida. El que viene a Mí no pasará hambre. Y el que
cree en Mí nunca pasará sed1.
Después del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, la multitud, entusiasmada, busca de nuevo a Jesús. Cuando vieron que no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún. Allí, en la sinagoga –nos indica San Juan en el Evangelio de la Misa2–, tendrá lugar la revelación de la Sagrada Eucaristía.
Jesús,
con el milagro de la multiplicación de los panes el día anterior, había
despertado unas esperanzas hondamente arraigadas en el pueblo. Millares de
gentes se desplazaron de sus casas para verle y oírle, y su entusiasmo les
llevó a querer hacerlo rey. Pero el Señor se apartó de ellos. Cuando de nuevo
le encontraron, les dijo Jesús: En verdad, en verdad os digo que
vosotros me buscáis no por haber visto milagros, sino porque habéis comido de
los panes y os habéis saciado. «Me buscáis –comenta San Agustín– por
motivos de la carne, no del espíritu. ¡Cuántos hay que buscan a Jesús, guiados
solo por intereses materiales! (...). Apenas se busca a Jesús por Jesús»3.
Nosotros queremos buscarle por Él mismo.
Este
apego exclusivamente material, interesado, no es lo que Él espera de los
hombres. Y con una valentía admirable, con un amor sin límites, les expone el
don inefable de la Sagrada Eucaristía, donde se nos da como alimento. No
importa que muchos de los que le han seguido con fervor le abandonen al
terminar esta revelación. Jesús comienza insinuando el misterio
eucarístico: Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura
hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre... Ellos le
preguntaron: ¿Qué haremos para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió:
Esta es la obra de Dios, que creáis en quien Él ha enviado.
Y, a
pesar de que muchos de los presentes vieron con sus ojos el prodigio del día
anterior, le dijeron: ¿Pues qué milagro haces tú, para que lo veamos y
te creamos? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito:
Les dio a comer pan del Cielo.
La Primera
lectura de la Misa4 nos
relata cómo, efectivamente, Yahvé mostró su Providencia sobre aquellos
israelitas en el desierto, haciendo caer diariamente del cielo el maná que los
alimentaba. Este pan es símbolo y figura de la Sagrada Eucaristía, que el Señor
anunció por vez primera en esta pequeña ciudad junto al lago de Genesaret.
Jesucristo es el verdadero alimento que nos transforma y nos da fuerzas para
llevar a cabo nuestra vocación cristiana. «Solo mediante la Eucaristía es
posible vivir las virtudes heroicas del cristianismo: la caridad hasta el
perdón de los enemigos, hasta el amor a quien nos hace sufrir, hasta el don de
la propia vida por el prójimo; la castidad en cualquier edad y situación de la
vida; la paciencia, especialmente en el dolor y cuando se está desconcertado
por el silencio de Dios en los dramas de la historia o de la misma existencia
propia. Por esto –exhortaba con fuerza el Papa Juan Pablo II–, sed siempre
almas eucarísticas para poder ser cristianos auténticos»5.
Con
palabras del poeta italiano, pedimos al Señor: «Danos hoy el maná de
cada día, // sin el cual por este áspero sendero // va hacia atrás quien más en
caminar se afana»6.
Verdaderamente, la vida sin Cristo se convierte en un áspero desierto en el que
cada vez se está más lejos de la meta.
II.
Cuando los judíos dicen a Jesús que Moisés les dio pan del Cielo, Jesús les
contesta que no fue Moisés, sino su Padre Celestial es quien les da el
verdadero pan del Cielo. Pues el pan de Dios es el que ha bajado del Cielo y da
la vida al mundo.
«El
Señor se presenta de tal forma, que parecía superior a Moisés; jamás tuvo
Moisés la audacia de decir que él daba un alimento que no perece, que permanece
hasta la vida eterna. Jesús promete mucho más que Moisés. Este prometía un
reino, una tierra con arroyos de leche y miel, una paz temporal, hijos
numerosos, la salud corporal y todos los demás bienes temporales (...); llenar
su vientre aquí en la tierra, pero de manjares que perecen: Cristo, en cambio,
prometía un manjar que, en efecto, no perece sino que permanece eternamente»7.
Quienes
estaban presentes aquella mañana en la sinagoga de Cafarnaún sabían que el maná
–el alimento que diariamente recogían los judíos en el desierto– era símbolo de
los bienes mesiánicos; por eso piden al Señor que realice un portento semejante.
Pero no podían ni siquiera imaginar que el maná era figura del gran don
mesiánico de la Sagrada Eucaristía8.
Jesús
les dice que aquel maná no era el pan del Cielo, porque quienes lo comieron
murieron, y que su Padre es quien puede darles este otro pan del todo
excepcional y maravilloso. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de
este pan. Y Jesús les respondió: Yo soy el pan de vida; el que
viene a Mí no tendrá hambre, y el que cree en Mí no tendrá nunca sed. El
Señor tendrá buen cuidado en dejar bien claro, sin miedo a la confusión y al
abandono que habrían de venir, que ese pan es una realidad. Ocho veces repite a
continuación el término comer, para que no hubiera error posible.
Cristo se hace alimento para que tengamos esa nueva vida, que Él mismo viene a
traernos: el pan que Yo os daré es la carne mía. No es un pan de la
tierra, es un pan que baja del Cielo y da la vida al mundo. En la
Sagrada Eucaristía nos hacemos «concorpóreos y consanguíneos suyos»9.
La Eucaristía es la suprema realización de aquellas palabras de la
Escritura: son mis delicias estar con los hijos de los hombres10.
Jesús Sacramentado es verdaderamente el Emmanuel, el Dios con nosotros, que se
nos da como alimento para una nueva vida, que se prolonga más allá de nuestro
fin terreno.
«El
más grande loco que ha habido y habrá es Él. ¿Cabe mayor locura que entregarse
como Él se entrega, y a quienes se entrega?
»Porque
locura hubiera sido quedarse hecho un Niño indefenso; pero, entonces, aun
muchos malvados se enternecerían, sin atreverse a maltratarle. Le pareció poco:
quiso anonadarse más y darse más. Y se hizo comida, se hizo Pan.
»—¡Divino
Loco! ¿Cómo te tratan los hombres?... ¿Yo mismo?»11.
¿Cómo me preparo para recibirte? ¿Cómo es mi fe, mi alegría..., mis deseos?
Hagamos propósitos pensando en la próxima Comunión que vamos a realizar, quizá
dentro de pocos minutos o de pocas horas. No puede ser como las anteriores: ha
de estar más llena de amor.
III.
Cuando comulgamos, Cristo mismo, todo entero, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma
y su Divinidad, se nos da en una unión inefablemente íntima que nos configura
con Él de un modo real, mediante la transformación y asimilación de nuestra
vida en la suya. Cristo, en la Comunión, no solamente se halla con nosotros,
sino en nosotros.
No
está Cristo en nosotros como un amigo está en su amigo: mediante una presencia
espiritual activada por un recuerdo más o menos constante. Cristo está
verdadera, real y sustancialmente presente en nuestra alma después de comulgar.
«Yo soy el pan de los fuertes –dijo el Señor a San Agustín, y podemos aplicarlo
ahora a la Eucaristía–; cree y me comerás. Pero no me cambiarás en tu sustancia
propia, como sucede al manjar de que se alimenta tu cuerpo, sino al contrario,
tú te mudarás en Mí»12.
¡Cristo nos da su vida! ¡Nos diviniza! ¡Nos transforma en Él! Vuelca sobre
nuestra alma necesitada los infinitos méritos de la Pasión, nos envía nuevas
fuerzas y consuelos, y nos introduce en su Corazón amantísimo, para
transformarnos según sus sentimientos. De la Eucaristía manan todas las gracias
y los frutos de vida eterna –para la humanidad y para cada alma–, porque en
este sacramento «se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia»13.
Si consideramos frecuentemente los efectos de este sacramento en el alma que lo
recibe dignamente, nos ayudará a sacar mucho más fruto de la Comunión
eucarística y de la Comunión espiritual y, por tanto, a dirigirnos más rápidos
hacia Dios; a valorar la necesidad de recibir al Señor con mucha frecuencia, y
aun diariamente, y a esmerarnos en la preparación y en la acción de gracias.
Cada día, nosotros podemos decir a Jesús: Señor, danos siempre de ese
pan.
El
alma es elevada al plano sobrenatural; las virtudes de Jesús vivifican el alma,
y queda esta como incorporada a Él, como miembro de su Cuerpo Místico. Entonces
podemos decir en toda su plenitud: Vivo, pero ya no yo, es Cristo quien
vive en mí14.
También
se cumplen en cada Comunión aquellas palabras del Señor en la Última
Cena: Si alguno me ama –y recibirle con piedad y devoción es
el mayor signo de amor– guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y
vendremos a él y en él haremos morada15.
El alma se convierte en templo y sagrario de la Trinidad Beatísima. Y la vida
íntima de las tres Divinas Personas empapa y transforma el alma del hombre,
sustentando, fortaleciendo y desarrollando en él el germen divino que recibió
en el Bautismo.
Cuando
nos acerquemos a recibirle le podemos decir: «Señor, espero en Ti; te adoro, te
amo, auméntame la fe. Sé el apoyo de mi debilidad, Tú, que te has quedado en la
Eucaristía, inerme, para remediar la flaqueza de las criaturas»16.
Y acudiremos a Santa María, pues Ella, que durante treinta y tres años pudo
gozar de su presencia visible y le trató con el mayor respeto y amor posible,
nos dará sus mismos sentimientos de adoración y de amor.
1 Antífona
de Comunión. Jn 6, 35. —
2 Jn 6,
24-35. —
3 San
Agustín, Comentario al Evangelio de San Juan, 25, 10
—
4 Ex 16,
2-4; 12-15. —
5 Juan
Pablo II, Homilía 19-VIII-1979. —
6 Dante
Alighieri, La divina comedia. Purgatorio, XI, 13-15.
—
7 San
Agustín, Comentario al Evangelio de San Juan, 25, 12.
—
8 Cfr. Sagrada
Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, in loc.
—
9 San
Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 22, 1. —
10 Prov 8,
31. —
11 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 824. —
12 San
Agustín, Confesiones, 7, 10, 16; 7, 18, 24. —
13 Conc.
Vat. II, Decr. Presbyterorum ordinis, 5. —
14 Gal 2,
20. —
15 Jn 14,
23. —
16 San
Josemaría Escrivá, o. c., n. 832.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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