Francisco Fernández-Carvajal 30 de octubre de 2024
@hablarcondios
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Nuestro refugio y protección están en el amor a Dios. Acudir al Sagrario.
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Jesús Sacramentado nos prestará todas las ayudas necesarias.
—
Cerca del Sagrario, ganaremos todas las batallas. Almas de Eucaristía,
I. En el camino hacia Jerusalén, que con tanto detalle describe San Lucas, Jesús dejó escapar del fondo de su corazón esta queja hacia la Ciudad Santa que rehusó su mensaje: Jerusalén, Jerusalén..., cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajo las alas...1. Así nos sigue protegiendo el Señor: como la gallina a sus polluelos indefensos. Desde el Sagrario, Jesús vela nuestro caminar y está atento a los peligros que nos acechan, cura nuestras heridas y nos da constantemente su Vida. Muchas veces le hemos repetido: Pie pellicane, Iesu Domine, me immundum munda tuo sanguine... Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpiame, a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero2. En Él está nuestra salud y nuestro refugio.
La
imagen del justo que busca protección en el Señor «como los polluelos se
cobijan bajo las alas de su madre» se encuentra con frecuencia en la Sagrada
Escritura: Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme bajo la
sombra de tus alas3, pues
Tú eres mi refugio, la torre fortificada frente al enemigo. Sea yo tu huésped
por siempre en tu tabernáculo, me acogeré bajo el amparo de tus alas4,
leemos en los Salmos. El Profeta Isaías recurre a esta imagen para
asegurar al Pueblo elegido que Dios lo defenderá contra los sitiadores. Así
como los pájaros despliegan sus alas sobre sus hijos, así el Eterno
todopoderoso protegerá a Jerusalén5.
Al
final de nuestra vida, Jesús será nuestro Juez y nuestro Amigo. Mientras vivía
aquí en la tierra, y también mientras dure nuestro peregrinar, su misión es
salvarnos, dándonos todas las ayudas que necesitemos. Desde el Sagrario Jesús
nos protege de mil formas. ¿Cómo podemos tener la imagen de un Jesús
distanciado de las dificultades que padecemos, indiferente a lo que nos
preocupa?
Ha
querido quedarse en todos los rincones del mundo para que le encontremos
fácilmente y hallemos remedio y ayuda al calor de su amistad. «Si sufrimos
penas y disgustos, Él nos alivia y nos consuela. Si caemos enfermos, o bien
será nuestro remedio, o bien nos dará fuerzas para sufrir, a fin de que
merezcamos el cielo. Si nos hacen la guerra el demonio y las pasiones, nos dará
armas para luchar, para resistir y para alcanzar victoria. Si somos pobres, nos
enriquecerá con toda suerte de bienes en el tiempo y en la eternidad»6.
No dejemos cada día de acompañarle. Esos pocos minutos que dure la Visita serán
los momentos mejor aprovechados del día. «¡Ah!, y ¿qué haremos, preguntáis
algunas veces, en la presencia de Dios Sacramentado? Amarle, alabarle,
agradecerle y pedirle. ¿Qué hace un pobre en la presencia de un rico? ¿Qué hace
un enfermo delante del médico? ¿Qué hace un sediento en vista de una fuente
cristalina?»7.
II.
Nuestra confianza en que saldremos adelante en todas las pruebas, peligros y
padecimientos no está en nuestra fuerzas, siempre escasas, sino en la
protección de Dios, que nos ha amado desde la eternidad y no dudó en entregar a
su Hijo a la muerte para nuestra salvación. El mismo Jesús se ha quedado cerca,
en el Sagrario, quizá a no mucha distancia de donde vivimos o trabajamos, para
ayudarnos, curar las heridas y darnos nuevos ánimos en ese camino que ha de
acabar en el Cielo. Basta que nos acerquemos a Él, que espera siempre. Nada de
lo que nos puede ocurrir podrá separarnos de Dios, como nos enseña San Pablo en
una de las lecturas de la Misa8,
pues si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no
perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos
dará en Él todas las cosas?... ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La
tribulación, o la angustia, o la persecución, o el hambre, o la desnudez, o el
peligro, o la espada? Nada nos podrá separar de Él, si nosotros no nos
alejamos.
«Revestidos
de la gracia, cruzaremos a través de los montes (cfr. Sal 103,
10), y subiremos la cuesta del cumplimiento del deber cristiano, sin
detenernos. Utilizando estos recursos, con buena voluntad, y rogando al Señor
que nos otorgue una esperanza cada día más grande, poseeremos la alegría
contagiosa de los que se saben hijos de Dios: si Dios está con
nosotros, ¿quién nos podrá derrotar? (Rom 8, 31)»9.
Aunque
el Señor permita tentaciones muy fuertes o que crezcan las dificultades
familiares, y llegue la enfermedad o se haga más costoso el camino..., ninguna
prueba por sí misma es lo suficientemente fuerte para separarnos de Jesús. Es
más, con una visita al Sagrario más próximo, con una oración bien hecha, nos
encontraremos con la mano poderosa de Dios y podremos decir: Omnia
possum in eo qui me confortat10.
Todo lo puedo en Aquel que me conforta. Porque estoy convencido –continúa
San Pablo en la Primera lectura de la Misa– de que ni
la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las cosas
presentes, ni las futuras, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad,
ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en
Cristo Jesús. Es un canto de confianza y de optimismo que hoy podemos hacer
nuestro.
San
Juan Crisóstomo nos recuerda que «Pablo mismo tuvo que luchar contra numerosos
enemigos. Los bárbaros le atacaban, sus propios guardianes le tendían trampas,
hasta los fieles, a veces en gran número, se levantaron contra él, y sin
embargo Pablo triunfó de todo. No olvidemos que el cristiano fiel a las leyes
de su Dios vencerá tanto a los hombres como a Satanás mismo»11.
Si nos mantenemos muy cerca de Jesús, presente en la Eucaristía, venceremos en
todas las batallas, aunque a veces parezca que perdemos... El Sagrario será
nuestra fortaleza, pues Jesús se ha querido quedar para ampararnos, para
ayudarnos en cualquier necesidad. Venid a Mí... nos llama
todos los días.
III. La
serenidad que hemos de tener no nace de cerrar los Ojos a la realidad o de
pensar que no tendremos tropiezos y dificultades, sino de mirar el presente y
el futuro con optimismo, porque sabemos que el Señor ha querido quedarse para
socorrernos.
De las
mismas pruebas de la vida resultará un gran bien, y nunca estaremos solos en
las circunstancias más difíciles. Si en estas ocasiones se agradece tanto la
cercanía de un amigo, ¿cómo será la paz que alcanzaremos junto al Amigo, en el
Sagrario más próximo? Allí hemos de ir enseguida a encontrar el consuelo, la
paz y las fuerzas necesarias. «¿Qué más queremos tener al lado que un tan buen
Amigo, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del
mundo?»12, escribe Santa Teresa de Jesús.
Cuando
ya podía vislumbrarse que iba a ser perseguido, Santo Tomás Moro fue llamado a
comparecer ante el tribunal de Lambeth. Moro se despidió de los suyos, pero no
quiso que le acompañaran, como era su costumbre, hasta el embarcadero. Solo
iban con él William Roper, esposo de su hija mayor y predilecta, Margaret, y
algunos criados. Nadie en el bote se atrevía a romper el silencio. Al cabo de
un rato, y de improviso, susurró Tomás al oído de Roper: Son Roper, I
thank our Lord the field is won: «Hijo mío Roper, doy gracias a Dios,
porque la batalla está ganada». Roper confesaría más tarde no haber entendido
bien el significado de esas palabras. Más tarde comprendió que el amor de Moro
había crecido tanto que le daba esta seguridad de triunfar sobre cualquier
obstáculo13. Era la certeza del que, sabiéndose cercano a su último
combate, esperaba que el Señor no le abandonaría en el momento supremo. Si nos
mantenemos cerca de Jesús, si somos almas de Eucaristía, Él nos
cobijará, como las aves a sus polluelos, y siempre, ante los mayores
obstáculos, podremos decir de antemano: la batalla está ganada.
«¡Sé
alma de Eucaristía!
»—Si
el centro de tus pensamientos y esperanzas está en el Sagrario, hijo, ¡qué
abundantes los frutos de santidad y de apostolado!»14.
Santa
María, que tantas veces habló con Él aquí en la tierra y ahora le contempla
para siempre en el Cielo, nos pondrá en los labios las palabras oportunas si
alguna vez no sabemos muy bien qué decirle. Ella acude siempre prontamente para
remediar nuestra torpeza.
1 Lc 13,
34. —
2 Himno Adoro
te devote. —
3 Sal 17,
8. —
4 Sal 61,
45. —
5 Is 31,
5. —
6 Santo
cura de Ars, Sermón sobre el Jueves Santo. —
7 San
Alfonso Mª de Ligorio, Visitas al Santísimo Sacramento, 1.
—
8 Primera
lectura. Año I. Rom 8, 31-39. —
9 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 219. —
10 Fil 4,
13. —
11 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre la Epístola a los Romanos,
15. —
12 Santa
Teresa, Vida, 22, 6-7. —
13 Cfr. Santo
Tomás Moro, La agonía de Cristo, Rialp, Madrid 1988,
Introducc., p. XXXII. —
14 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 835.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx#google_vignette
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