José Ignacio Gerbasi 05 de octubre de 2024
Venezuela,
en un proceso electoral inédito, mostró una vez más la grandeza de su pueblo,
un pueblo que bajo las peores condiciones de represión, ventajismo y
amedrentamiento, se negó a rendirse. Porque el valor de cada voto va mucho más
allá de un simple número: detrás de cada uno hay una historia de esperanza,
coraje y amor por un país que sueña con renacer.
Como decía Viktor Frankl: “cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”. Así, en medio de la adversidad, cada persona que decidió ir a las urnas lo hizo no solo por sí misma, sino por los sueños de millones. Es la madre que anhela una educación de calidad para sus hijos, el empresario que lucha por mantener su negocio en pie, los jóvenes que no se resignan a un futuro de sombras, y el deportista que cree en el poder de representar con dignidad a su tierra. Cada voto es una declaración de resistencia, una pequeña rebelión ante la desesperanza.
¿Acaso
no es esta la trama de una epopeya digna de ser contada? Porque, como decía el
gran J.R.R. Tolkien: “Incluso la persona más pequeña puede cambiar el curso del
futuro”. Y así, en cada rincón de Venezuela, hombres y mujeres se levantaron
como héroes anónimos, negándose a sucumbir ante la oscuridad. En sus acciones
resuena el eco de la filosofía de Sócrates: “El secreto del cambio es enfocar
toda tu energía, no en luchar contra lo viejo, sino en construir lo nuevo”.
Pero
la lucha no termina aquí. Venezuela debe seguir avanzando en paz, con
inteligencia y sabiduría. Como la luz de un faro que guía en la tormenta, el
camino es difícil, pero claro. Debemos hacerlo desde cada ciudad, desde cada
pueblo, sintiéndonos orgullosos de quienes somos y de lo que defendemos.
Porque, como dijo Gandhi: “La paz no es el objetivo, es el camino”. La fuerza
de la razón y la verdad debe ser nuestra bandera, porque el conflicto no se
resuelve con más violencia, sino con la determinación de un pueblo que conoce
su derecho a la libertad y a la dignidad.
En
cada voto, en cada acción pacífica y valiente, se alza un grito silencioso que
resuena con la fuerza de la historia: “¡Nadie podrá apagar la luz de la
verdad!”. Y esa luz es más fuerte que cualquier sombra. Así como en “Star
Wars”, donde la luz siempre encuentra su camino en medio de la oscuridad, en
Venezuela la esperanza sigue ardiendo, aún cuando todo parece perdido.
Y es
que, como dijo Nelson Mandela: “Todo parece imposible hasta que se hace”. Estas
elecciones, con sus altibajos y sus luchas, son un reflejo de la capacidad de
los venezolanos de soñar, resistir y construir un país mejor. Son historias que
podrían ganar no solo Emmys, sino también el reconocimiento de millones de
corazones alrededor del mundo, porque al final del día, lo que se juega en
Venezuela no es solo una elección: es el alma de un pueblo que se niega a
renunciar a su destino.
Porque
en cada madre, en cada padre, en cada joven y en cada anciano que se acercó a
votar, hay una pequeña chispa de rebeldía que clama, como decía el filósofo
Nietzsche: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier
cómo”. Venezuela tiene su porqué: la libertad, la justicia, el amor a su tierra
y la esperanza de un mañana mejor.
Queremos
que nuestras familias puedan volver a reunirse, que nuestros jóvenes no tengan
que ver su futuro en otras tierras y que nadie más tenga que cruzar el infierno
del Darién buscando lo que su propia patria debería darles: seguridad,
oportunidades y un hogar. Porque la migración forzada no es un sueño, es una
tragedia. Y en cada voto de este proceso hay un grito desgarrador que dice
“¡Basta ya!”.
Queremos
ver a nuestros hijos crecer en su país, a nuestros amigos regresar a sus
calles, y a nuestros abuelos disfrutar de una vejez digna aquí, donde todo
comenzó. La luz de la verdad no se apaga; se multiplica. Y con ella, seguimos
luchando por un país donde quedarse sea una opción y no un sacrificio. Un país
donde la esperanza deje de ser un acto de resistencia y se convierta,
finalmente, en la realidad.
Vamos
por más…
José
Ignacio Gerbasi
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