ROSALÍA MOROS DE BORREGALES sábado
17 de agosto de 2013
En un mundo que se ha empeñado en
caminar alejado de la luz de Dios la gran mayoría de las noticias que
escuchamos a diario son realmente un veneno para el alma. Constantemente somos
bombardeados con toda clase de información que oscurece la perspectiva de un
futuro de bien. Sin darnos cuenta, todos vamos reaccionando ante tal tsunami, y
de una u otra forma terminamos perdiendo la esperanza.
La esperanza puede definirse de múltiples maneras; sin embargo, al pensar en esta palabra sentimos que está entretejida con nuestros sueños, con los anhelos más profundos de nuestro corazón. La esperanza representa en nuestro ser interior esa posibilidad de convertir en realidad lo que deseamos. En su etimología interviene el latín sperare, pero su razón de ser va mucho más allá del acto físico de esperar, trascendiendo el movimiento de las agujas del reloj que nos marcan el tiempo. Cuando se tiene esperanza, se posee la virtud que nos capacita para tener confianza en medio de las adversidades, para vencer los obstáculos, para esperar siempre un final bendito.
La esperanza puede definirse de múltiples maneras; sin embargo, al pensar en esta palabra sentimos que está entretejida con nuestros sueños, con los anhelos más profundos de nuestro corazón. La esperanza representa en nuestro ser interior esa posibilidad de convertir en realidad lo que deseamos. En su etimología interviene el latín sperare, pero su razón de ser va mucho más allá del acto físico de esperar, trascendiendo el movimiento de las agujas del reloj que nos marcan el tiempo. Cuando se tiene esperanza, se posee la virtud que nos capacita para tener confianza en medio de las adversidades, para vencer los obstáculos, para esperar siempre un final bendito.
Pero, ¿dónde podemos encontrar este valor? ¿En qué lugar se nos enseña a mantener la integridad de nuestro ánimo? ¿Quién moldea nuestras almas para estar siempre dispuestas a esperar el bien? Sin duda alguna que el seno de la familia es el lugar por excelencia para que los individuos sean instruidos en esta virtud. Porque las virtudes no se aprenden en un taller o en un curso, las virtudes son el resultado de vivir, de tener experiencias en las que decidimos actuar con integridad, en las que a pesar de toda la oscuridad que nos rodee decidamos confiar en Dios, reconociendo que de Él proviene todo el bien que esperamos.
¡La familia es el nido de la esperanza! De allí, que cada día la estructura moral del mundo se encuentre en franco deterioro, ya que la familia ha sido golpeada en sus flancos. Sus detractores saben que es el santuario de las virtudes, que es la escuela del corazón, la piedra angular de una sociedad sana capaz de promover el bien. De la misma manera que un nido es un lecho construido para albergar y preservar la vida; así, la familia constituye el lugar originario donde residen los fundamentos para formar seres humanos capaces de vivir de acuerdo a las virtudes.
¡Quien tiene una familia siempre tiene esperanza! Aunque la familia sea grande o pequeña, aunque esté constituida por una sola persona, aunque sea propia o adoptada, aunque la formen los amigos, la familia será siempre el nido de la esperanza. Por esa razón, no desmayemos ante el terremoto de acontecimientos que pretenden destruir nuestra esperanza. Cuando veamos que el mal se acrecienta para intimidarnos, vayamos a nuestra familia y unidos, como los dedos en la mano, busquemos a Dios en oración, pidamos a Él que su luz brille sobre toda oscuridad y que nunca jamás perdamos la esperanza.
"Si tú dispones tu corazón, y tiendes hacia Dios las manos... la vida te será más clara que el mediodía; aunque oscurezca, será como la mañana. Tendrás confianza, porque hay esperanza"... Job 11: 13-20.
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