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jueves, 29 de agosto de 2013

SIRIA, ASSAD Y LA HISTORIA DE LAS ARMAS QUÍMICAS

Jon Lee Anderson MIÉRCOLES, 28 DE AGOSTO DE 2013


Las imágenes son desgarradoras. En un video, un hombre trata de revivir a un niño, de tres o cuatro años quizás, derramando agua en su cara, friccionándolo, haciendo un inútil intento de resucitarlo. El niño está pálido y laxo y parece haber muerto. Alrededor de él hay más cuerpos postrados en el suelo, en estados similares de muerte o cercanos a morir. Los hombres se mueven alrededor con la energía cinética de quienes han sido sobrecogidos por una catástrofe y carecen del conocimiento y las herramientas para salvar a las víctimas. Extrañamente, no hay sangre. Es como si todos se hubieran ahogado.

Este fue sólo uno de los convulsivos videos que emergieron de esta terrible tragedia que parece haber ocurrido la mañana del miércoles en Ghouta, un área cercana a Damasco que ha sido dominada por los rebeldes que luchan contra el régimen de Assad, en Siria. En una guerra civil que hasta ahora ha cobrado más de cien mil vidas —y en la cual han ocurrido muchas atrocidades, incluidas varias masacres a gran escala— lo que pasó en Ghouta parece sobrepasar todo lo que ha sucedido antes. El número de muertos de lo que ha sido descrito por los rebeldes como un ataque terrorista del régimen —afirmación que no ha sido verificada— se estima que ronda los trece mil. El gas nervioso sarín, se dice, causa los síntomas que se ven en el video, aunque hay razones para sospechar que el causante sea otro agente.

El miércoles en la mañana, cuando prorrumpieron los primeros reportes del ataque, se hablaba de una docena de víctimas, después cientos, después miles. Y entonces, coincidiendo con la publicación de los videos, las cifras estimadas se elevaron. Uno de los primeros tweets que leí decía que ahora Siria tenía su “Halabja”, una referencia al ataque con armas químicas a los insurgentes en el pueblo kurdo de Halabja por el ejército de Saddam Hussein en 1988, que acabó con la vida de al menos cinco mil civiles. En aquel entonces, Saddam era un aliado tácito de Occidente, en un conflicto terriblemente sangriento contra Irán, en una versión temprana del letal cisma entre sunitas y chiitas que ha hecho de Siria su campo de batalla central. Saddam inicialmente negó su responsabilidad por Halabja, aunque después se supo que su primo Alí Hassan al-Majid —o, como lo conocieron sus enemigos, “Alí El Químico”­— la llevó a cabo, al igual que muchos otros ataques químicos en la guerra entre 1980 y 1988, cuando al menos un millón de iraníes e iraquíes murieron. La reacción de la administración Reagan, la cual proveía a Saddam de información sobre concentraciones de tropas iraníes desde sus Sistemas de Alerta y Control Aerotransportado (AWACS, por sus siglas en inglés) con el fin de asistir sus sistemas de misiles, era inicialmente apoyarlo sugiriendo que Irán también había usado armas químicas en el conflicto. Fue un intento vergonzoso de desinformar. No pasó mucho tiempo antes de que los hechos del ataque se hicieran obvios y Estados Unidos reconsiderara su posición.

El episodio de Halabja es un ejemplo de lo irritante que puede ser la moral política cuando surgen denuncias de usos de armas químicas. Las grandes potencias acordaron prohibir su uso en el Protocolo de Ginebra de 1925, un pacto que muchas otras naciones firmaron. Con pocas excepciones —Saddam sería la más notoria entre ellos— las armas químicas raramente se han usado desde entonces. Hasta el conflicto de Siria. El gobierno de Assad es conocido por tener un gran arsenal de armas químicas, dispersadas en varias ubicaciones por todo el país, y a lo largo de los últimos seis meses se ha reportado el uso limitado de armas químicas en el campo de batalla. Si los ataques en Ghouta han involucrado armas químicas, es seguro que la “delgada línea roja” que Obama trazó hace un año con respecto a esas armas ­—y que su administración ya manifestó que ha sido cruzada­— se ha convertido en una avenida. El ministro de defensa Israelí, Moshe Ya’alon, se refirió a Ghouta simplemente como el más reciente ejemplo de uso de armas químicas por parte del régimen de Assad.

Es notable, aunque nada extraño, que el ataque en Ghouta haya ocurrido unos días después de la llegada a Damasco del equipo de inspectores de armas químicas de la ONU, algo que hace que uno se pregunte por qué el gobierno de Assad entregaría tan fácilmente evidencias de su supuesta transgresión a la comunidad internacional. También sorprende que, en las últimas semanas, el régimen de Assad haya tenido la superioridad en el conflicto. De cualquier forma, los regímenes dictatoriales y sus fuerzas armadas pueden ser tan estúpidos como criminales. Recordemos la timidez de Saddam, en la elaboración de la invasión a Iraq en 2003, sobre si tenía o no armas de destrucción masiva. También es posible, según han especulado algunos expertos, lo que haya matado a la gente en los videos no sea gas sarín sino otra cosa, todavía desconocida. De acuerdo con un diplomático occidental en la región, “el régimen niega hacerlo, pero la prueba clave está en que le dan acceso al equipo de expertos de la ONU que se encuentra en Damasco”.

Al final, lo que parece estar claro es que en Siria, en las afueras de una de las capitales más viejas —sino la más— y perennemente habitadas del mundo, se está llevando a cabo una terrible matanza. Sin embargo, por la forma en que mueren, las víctimas son escogidas sin importar si son niños inocentes, mujeres civiles u hombres que han tomado las armas. Es una tragedia humana de proporciones tan aterradoras -una tragedia que la administración Obama ha demostrado ser incapaz de hacer algo para modificarla o sin voluntad para ello. Si resulta que el régimen de Assad usó gas sarín en Ghouta, entonces, la lógica sugiere que, quizás, lo hizo para probar la resolución de Occidente de actuar en relación con esa “línea roja”, algo que podría traducirse en una acción militar. Si, de hecho, no usaron armas químicas, entonces la atrocidad pronto se desvanecerá de la atención pública y se unirá al centenar de las otras atrocidades “medio acordadas” que han compuesto este conflicto, sin líneas rojas a la vista.

Ese mismo diplomático occidental sugirió que la masacre en Ghouta parecía significar un cambio de juego para algunos de los poderes occidentales, y, probablemente, el momento de tomar de decisiones difíciles había llegado para el presidente Obama: “Mi opinión personal es, como la de cualquiera, que los estadounidenses serán vistos como los responsables por las consecuencias de lo que no han hecho y por lo que hagan”.
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Traducción Rodrigo Marcano. Texto publicado en The New Yorker.


Tomado de: http://www.grupolacolina.blogspot.com/

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