ELIZABETH ARAUJO 29 de enero de 2014
El adversario, no lo
olvidemos, no es otro que el improvisado que hoy gobierna y cuya ignorancia lo
está llevando a terminar de cumplir la misión que dejó a mitad de camino el
comandante que se murió
Salgo del ascensor y oigo a lo lejos a
tres vecinas refunfuñar por el país que se nos asoma, una vez que trasponemos
las rejas de seguridad del edificio. A un familiar de una de ellas, en Barinas,
la dejaron inmóvil de un disparo, en un intento de asalto a la buseta donde
viajaba.
La otra trae como botín la bolsa con
papel tualé que compró después de una cola de 45 minutos, y la tercera concluye
que entre Maduro, y ahora Capriles, van a dejar este país peor que en Cuba,
donde al menos, según la propaganda oficial, funcionan a la perfección los
hospitales.
La queja no es al azar ni obedece a un
plan amasado de alguna sala situacional del gobierno. La gente anda como
zombis, callada y arrecha, por los pasillos del metro, o en las aceras
inservibles que ha dejado la desastrosa gestión del alcalde Jorge Rodríguez.
Los analistas políticos que responden
ya casi en el hastío a las consultas de los periodistas, lo denominan la
desesperanza aprendida, que debe traducirse como una suerte de resignación
frente a la dura realidad económica, el futuro que nos pintan nada halagador y
los embates propagandísticos de Maduro, quien parece gobernar ahora con el
programa que propuso el entonces candidato presidencial Henrique Capriles.
Pero la queja no se detiene y se
transforma en rabia, y en la búsqueda de un culpable aparecen las redes
sociales para soportar toda suerte de ataques contra el gobernador de Miranda,
quien se ha puesto a un lado, para abocarse a la gente que lo eligió.
Entonces, el silencio de Capriles se
vuelve blanco fácil de los disparos por Twitter, con gente que clama con
sobrada razón salir a la calle y protestar, pero también de otros que dicen ver
un acuerdo de cohabitación con Maduro por el solo hecho de asistir a una
reunión con el ministro del Interior por el tema de la inseguridad.
Esta semana hubo un careo de tuits
entre Diego Arria y Capriles que puso al descubierto las divergencias que
animan a la oposición, una oposición tan diversa como inteligente, porque
durante tres años logró que convivieran 18 organizaciones partidistas con ideas
encontradas acerca del rescate democrático del país. Lejos de asustarme, el
asunto me entusiasma porque habla de la libertad y hasta de la franqueza con la
cual se expresan las organizaciones y personalidades que rechazan este desorden
de revolución maduriana.
A lo que no le encuentro todavía
utilidad son los ataques contra Capriles, porque no solo desvía el objetivo de
la crítica sino que deja al descubierto la flaqueza de quien ayer se abrazó
públicamente con el candidato y hoy se para en la acera de enfrente a lanzarle
peñonazos.
Es natural que de esta suerte de
reacomodo de placas tectónicas debajo de la MUD surjan liderazgos emergentes y
hasta nuevas organizaciones que enriquecerán la confrontación que habrá que dar
en los dos años de paz electoral. Pero, desviar los argumentos con ataques
fortuitos contra uno de los mejores líderes de la oposición y valiente
denunciante de un régimen cuasi totalitario, me parece una soberana tontería.
El adversario, no lo olvidemos, no es
otro que el improvisado que hoy gobierna y cuya ignorancia lo está llevando a
terminar de cumplir la misión que dejó a mitad de camino el comandante que se
murió.
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