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miércoles, 5 de febrero de 2014

El resentimiento es un odio triste

Por Ramón Sánchez-Ocaña

Entrevista a JOSE ANTONIO MARINA,

El diálogo con José Antonio Marina, filósofo, ensayista, catedrático y sobre todo analista profundo del ser humano, es fascinante. Da la sensación de que todo lo tiene pensado; de que aprovecha el tiempo para analizar con el microscopio de su inteligencia porqué cada uno de nosotros somos como somos. Es un estudioso profundo de los sentimientos, de los que habla desgranando frases auténticamente lapidarias.

Si hablamos del amor, como uno de los motores del ser humano, enseguida te dice que no es un sentimiento como tal, sino un deseo acompañado de sentimientos a veces contradictorios. Y lo explica: la sed es un deseo. La satisfacción al beber, es un sentimiento; la afición a la bebida es un apego…Si hablamos del resentimiento dice que es un odio triste, y que como el rencor sólo se dirige a personas. Y con un matiz curioso: siempre tiene memoria.

También la envidia tiene una parte de odio y se siente con vergüenza. Es un sentimiento enrevesado -dice- y destructivo, que hace odiar al envidiado y a uno mismo. Hace a quien la padece verdugo y víctima a la vez.Y se alimenta de silencio.

El aburrimiento es el malestar provocado por la pesadumbre del tiempo. Y su origen, está en la ausencia de estímulos y en la ausencia de deseos.

Le parece miserable ese refrán de “piensa mal y acertarás”, porque  también hay sentimiento de admiración, que es la alegría que brota ante alguna excelencia moral ajena que además suscita el deseo de emulación. La admiración es incompatible con el cinismo, con la envidia y el resentimiento.

Y él, un hombre preocupado por las dificultades de la convivencia, define la infidelidad como la trivialización de la ruptura y de ese voto particular entre dos; que además oculta inmadurez, desprecio por el otro y deslealtad…

Definir la inteligencia
R. S-O. Define la inteligencia como esa maravillosa energía que consiste en poder hacer mucho con muy poco.

J. A. M. -Sí. Es una visión optimista de la inteligencia, porque creo que con ella, en efecto, se puede hacer mucho; porque la inteligencia actúa sobre sí misma. La plasticidad del cerebro, la capacidad de aprender dura siempre. Y además en contra de lo que se creía hasta hace poco, las neuronas se regeneran. Hay que convencerse de que   cuanto más le pidas al cerebro, más te va a dar. En un estado de salud normal, la capacidad de aprender se mantiene siempre. ¿Definirla?. Creo que  es la capacidad  de dirigir el comportamiento para intentar ser lo más feliz posible, sabiendo vincularnos afectivamente a los demás; porque necesitamos desarrollarnos a través de vínculos sociales. Por eso es inteligente la conversación (si es conversación auténtica), porque se convierte en un estímulo que permite compartir ocurrencias, sugerir ocurrencias en el otro, que además, pueden alimentar las propias. Lo malo es que muchas personas  tienen auténtica desidia de conversación. No hay interés en hablar. Y no se dan cuenta de que una parte importante de que no aumente el aprendizaje es por falta de interés. La gran higiene para la vejez es precisamente que no disminuya el interés. Cuanto más nos interesemos por más cosas, más activos mentalmente seremos y, consecuentemente, más felices.


¿El fracaso no es inteligente o quien fracasa no aplica inteligencia?
J. A. M. -Hay fracasos que dependen de circunstancias ajenas y fracasos que dependen de cada uno por un mal uso de la inteligencia. Y puede ser por dos motivos. Bien porque posee una inteligencia dañada, o bien porque se trata de una inteligencia fracasada por mal uso de ella. Y ese mal uso se deriva de confundir los patrones o de una mala elección. El fanatismo es un claro ejemplo de fracaso de la inteligencia porque muestra  la incapacidad de  autocrítica y la imposibilidad de comprender otra persona. Es un fracaso también afectivo, porque no se reconocen los sentimientos del otro.

Ha cambiado el concepto de vejez.
J. A. M. -Hoy tenemos un concepto de vejez que no es sólo biológica, sino también social. Y eso que la vejez que en algunos momentos de la historia estuvo muy valorada, como en la época clásica en la que se consideraba una etapa más de la vida, llena de sabiduría y de serenidad. Hoy esa idea ha cambiado, porque la vida se relaciona con la capacidad productiva. Y si ya no hay capacidad productiva, la sociedad lo mira de otra forma. Sin embargo, es el momento de la mirada serena, en donde no suele existir la angustia de la subsistencia, ni la codicia de los bienes sino que se basa en el disfrute de lo que se tiene.

Hablando de la felicidad
¿La filosofía puede enseñarnos la felicidad?
J. A. M. -Ha sido siempre uno de los fundamentos de la filosofía, porque más que una ciencia, es una forma de vivir. Yo resumiría la filosofía  como la capacidad de pensar bien, de sentir bien y de actuar bien. Y ese bien tiene un significado optimista. Porque se habla de la felicidad como una forma de vivir, en la que no echas en falta nada de manera excesiva. Esa idea constituye un antídoto contra la codicia, contra la avaricia. La filosofía tenía tres objetivos: llegar a la verdad, disfrutar con la belleza y realizar el bien. Y la unión de estas tres cosas es lo que proporcionaba la felicidad, una idea de la felicidad muy operativa; no era una actitud pasiva o contemplativa.

Dice que la felicidad es una inteligente armonía de tres necesidades básicas: de pasarlo bien, de tener vínculos afectivos satisfactorios y de ver lo que somos, lo que significamos y que nos valoren. Y esas tres necesidades básicas, que son placeres muy distintos , es lo que necesitamos armonizar.

J. A. M. -El problema es que se desequilibran y a veces queremos que uno de los logros domine sobre los demás…Mucha gente sólo acepta, por ejemplo, la primera de las  necesidades: pasarlo bien. Y eso, si va en detrimento de las otras, no ayuda a conseguir la felicidad.  Quizá es lo que esta pasando en la actualidad

Da  la sensación de que cuanto más prospera una sociedad menos feliz es…¿Es posible?¿Será que el exceso de bienestar nos hace infelices?
J. A. M. -Es posible, es posible. Lo que ocurre es que la felicidad es un sentimiento diferencial. Tienes un logro e inmediatamente se te propone otro, con lo que la primera consecución se queda  atrás. Hay zonas de África o de América Latina, en unas circunstancias en que objetivamente no podrían ser felices y sin embargo tienen un índice de satisfacción muy superior a muchos países desarrollados. ¿Por qué? Pues porque armonizan mejor esas tres circunstancias.

Y recuerda aquella historia del pescador de langostinos: Un ejecutivo descansa frente al mar en una cala diminuta,  aislada, y ve al pescador que vuelve todos los días con sus dos kilos de langostinos que vende  inmediatamente. Y le pregunta ¿Y no podría usted pescar mas? “Sí, hay muchos” -le contesta. “Pero, ¿ para qué quiero más si con estos tengo bastante?”. Podría venderlos. Y pescar más, y hacer una factoría. Y después exportarlos. Y ganar mucho dinero. “¿Y para qué quiero ganar mucho dinero?”, pregunta el pescador. ¡ Pues para poder vivir sin trabajar….! -le dice. Y el pescador sólo comenta: “Pues ya estoy así…”

J. A. M. -Claro que la felicidad exige prescindir de muchas cosas  que no  son necesarias. Para hacer bien una cosa, quizá tienes que prescindir de otras…Preguntarse de vez en cuando para qué sirvo. Y reservar algo de tiempo para la relación social. El trato con los demás es fundamental. Deberíamos de reformular nuestro sistema de vida. Aprender a vivir mejor. Estamos en una deformación del consumo porque ya no se trata de cubrir nuestras necesidades, sino que está en marcha todo un engranaje para crear nuevas apetencias y deseos. Y eso provoca la adicción al consumo y desde luego, genera insatisfacción. Quizá hay que preguntarse eso: si estamos tan bien, tan desarrollados, ¿por qué estamos tan insatisfechos? Hay un sentimiento diferencial entre lo que tengo y lo que espero y lo que deseo. Y eso es lo que crea insatisfacción. Y la insatisfacción continuada sólo crea depresión o agresividad.

¿Y se puede resolver ese conflicto?
J. A. M. -Sólo con una educación a largo plazo. Educación que parte, como me empeño en decir continuamente, de la lectura.
Siempre dice que la lectura es la base de la educación y el sostén de la libertad…

J. A. M. -Sin duda. Nuestra inteligencia es lingüística, nuestra convivencia también y sólo a través de la lectura podemos aprovechar la experiencia de la humanidad. Es lo que nos libera y como prueba suele esgrimirse que todas las dictaduras han prohibido la lectura. Quien no lee, no sabe seguir un argumento, se mueve por eslóganes, por imágenes y ahí surge una facilidad de manipulación enorme. La información que nos permite comprender las cosas y comprendernos entre nosotros tiene que venir a través de la palabra.

¿No le parece que estamos viviendo precisamente en una sociedad de imágenes y de eslóganes?
J. A. M. -Es verdad que estamos en la sociedad de la imagen, pero afortunadamente, no de una manera plena; no todo es imagen. Todavía contextualizamos cosas y podemos luchar con textos, que son los que nos indican conceptos. Con la imagen, no. La imagen crea un juego de emociones y las emociones permiten crear fusiones peligrosísimas. Es la emoción lo que convierte a un grupo de personas en masa peligrosa y desbocada. La fusión de sentimientos es peligrosa. Por ejemplo, en los mítines políticos donde se juega siempre con las emociones, se trata de exaltar a los que presentes que son siempre partidarios.

El hombre es malo por naturaleza? 
J. A. M. -No. El hombre es limitado por naturaleza. La inteligencia nos está indicando modos de vivir para los que no estamos preparados. Porque tenemos más deseos que posibilidades.

La violencia nace o se hace? ¿se aprende?
J. A. M. –Sí. Es verdad que hay personas con tendencia agresiva; pero nunca de una manera tan determinante como para no poder ser educada. En la mayoría de los casos se trata de una violencia aprendida. Y además, hasta puede estar relacionada con dificultades lingüísticas. Se ha demostrado que quien no se comunica o no puede comunicarse es más violento o puede serlo.

Imagine que se le acerca un alumno, un muchacho y le dijera: no soy feliz. ¿Qué le aconsejaría?
J. A. M. -Si es adolescente y no hay nada anormal, le diría que esperara un poquito, porque la adolescencia es un período de revolución interna, cambiante, llena de altibajos. Si veo que puede haber un problema serio,  le preguntaría por qué no es feliz. Nos podemos encontrar con una situación difícil en la que el joven no se comunica por un pudor excesivo.  No se atreve a manifestarse. Y el silencio en la adolescencia puede someter al chico a una vulnerabilidad terrible. Hay que decirle que hablar es lo importante, comunicarse. Fíjate que el gran aliado del miedo es el silencio. Cuéntaselo a alguien. Que no eres un raro. Que eso que te pasa a ti, es frecuente. Dilo, comunícate con alguien.

¿Vivir es un aprendizaje?
J. A. M. -Continuo. Podemos decidir no aprender a partir de una determinada edad, claro; pero entonces la vida deja de ser vida para ser  solo supervivencia. Es un  poco triste. Mantener una postura activa es el principio de la Gran Salud, así con mayúsculas. Estar activo es estar vivo. Hay un ejemplo que pongo siempre porque me parece muy ilustrativo. Una de las cosas que indefectiblemente dicen todos los niños cuando tienen muy pocos años al mostrar a sus padres algo, es: “Mamá, mira lo que hago”. Y no sólo porque lo han hecho, sino porque necesita el reconocimiento de los demás, decir que lo hace y que se le reconozca. Y eso que nos parece infantil, realmente nos persigue a lo largo de la vida. Por eso pienso que habría que establecer una nueva pedagogía de la ancianidad para tratar de que cada uno de nosotros con los años desarrollemos algo nuevo. Sí, para poder decir eso de “mira qué hago”.  Saber en qué puede progresar cada uno. Porque todos podemos siempre, mejorar en algo.

Se pueden educar los sentimientos? ¿O, cuando pasamos a educarlos dejan de ser sentimientos para ser otra cosa?
J. A. M. –Sí, podemos y debemos educarlos. Todos los sentimientos tienen utilidad y por eso se han mantenido a lo largo de la vida y de la historia. El miedo, por ejemplo, evita el peligro. El problema está en que  admitimos estilos sentimentales que pueden resultar peligrosos. A veces sentimos  un miedo desproporcionado o tenemos miedo a algo que no tendríamos por que temer, o lo padecemos en circunstancias  en las que no debería de aparecer. Y entonces el sentimiento en vez de ser útil se convierte en enemigo. Eso si se puede aprender. A dominar esos estilos sentimentales nocivos. Los sentimientos se nos graban en los primeros años de la vida. Y como es lógico, todo lo que se puede aprender, se puede aprender de otra manera o borrar para aprenderlo de nuevo. Las fobias sociales son un ejemplo claro de ese estilo sentimental al que me refiero. La timidez, la vergüenza…Habría que tener una higiene de los sentimientos, útil a cualquier edad. Así como tenemos higiene física deberíamos tener higiene sentimental. Porque tenemos tics sentimentales  muy dañinos que con la edad nos pueden convertir en pesimistas. Tenemos que valorar lo positivo, lo agradable. Deberíamos tomar muy en serio la higiene mental.

Los sentimientos son un sistema de orientación de los que no podemos prescindir; pero del que no podemos fiarnos. Por eso tenemos que educarlos.

La necesidad de educación
La preocupación por al educación es general. Pero nadie está contento. ¿Quien tiene la culpa?
J. A. M. -Es un círculo de excusas. Todos echan la culpa a los demás. En algún lugar lo he escrito. Los padres culpan a la escuela, la escuela a los padres, todos a la televisión, la televisión a los espectadores. Al final, acabamos pidiendo soluciones al gobierno que apela a la responsabilidad de los ciudadanos y otra vez a empezar. La única solución que se me ocurre es no esperar a que otros resuelvan el problema, sino preguntarnos  qué podemos hacer cada uno de nosotros para resolverlo. Todos tenemos que apoyar esa educación. Hay que hacer una movilización educativa de la sociedad, porque todos tenemos responsabilidades educativas.

Y de ahí surge la idea de la Universidad de Padres…
J. A. M. -Sí, porque hay una gran preocupación y no es que los padres abandonen o se desentiendan. Es que no saben qué hacer. Todos los padres del mundo quieren lo mejor para sus hijos, que se puede traducir en que sean felices y en que sean buenas personas. Pero inmediatamente te preguntas: ¿Y cómo lo conseguimos? Se habla de autoridad y de disciplina. ¿Y qué modelo de autoridad? ¿Y qué tipo de disciplina?. Estamos desconcertados. Por eso me pareció que era importante ayudar a los padres. Y de ahí surgió esta Universidad para proporcionar información, métodos, consejos que  se han experimentado y que resultan positivos. Es una universidad on line que puede ser un gran motor educativo (www.universidaddepadres.es).

La grandeza de la ética
Su preocupación por la ética ha quedado patente en su libro “Ética para náufragos”. ¿Cómo le explica al gran público lo que es la ética?
J. A. M. -La ética es la gran creación de la inteligencia. Es la que se encarga de resolver los problemas más complejos y fundamentales. Es el conjunto de las mejores soluciones que se nos han ocurrido para resolver los problemas. Y no debemos confundirla con la moral. La moral es el sistema normativo de una sociedad. La ética es una moral transcultural que vale para todos y debemos hacerla entre todos para que no  se produzcan choques. La ética es el logro máximo de la inteligencia y su realización práctica es la bondad. Ya sé que esto suena a ingenuo, pero cuanto más pienso, más creo que esa idea encierra la suprema sabiduría,  que es nuestra salvación.

¿Deberíamos de estudiar  mucha más ética?
J. A. M. -A mí me parece fundamental, pero hay un enorme escepticismo en torno a ello. Hay ejemplos realmente llamativos de carencia de principios éticos. Le pongo uno: más de la mitad de los chicos españoles creen que si invitan tres veces a una chica a cualquier cosa, la chica ya no tiene derecho a decir que no quiere acostarse con él. Lo consideran como la no recuperación de la inversión realizada. Es así. Estamos educando sin ética. Y es urgente restablecerla, porque estamos proporcionando una educación individualista y egocéntrica.

Y ahí encajaría la educación para la ciudadanía…
J. A. M. -Yo creo que esto se ha planteado mal desde el principio. Olvídese de nombres y piense en una asignatura de educación seria para ser buen  ciudadano. La impartirían filósofos a lo largo de toda la enseñanza. En primaria, por ejemplo, sería fundamental la educación afectiva y las normas básicas de comportamiento. A lo largo de la secundaria, trataría de los temas de convivencia con uno mismo, con el círculo íntimo  -pareja, familia, amigos- y con el lejano, incluiría nociones básicas de derecho, política, economía. Y culminaría con la ética. Una asignatura así, creo que es necesaria; una asignatura enfocada a la vida y a  los problemas diarios.

¿Qué preocupación ocupa hoy su mente?
J. A. M. -Sobre todo, cómo se podría disminuir el numero de fracasos entre parejas. Yo tengo contacto con los hijos de esas parejas. ¿Por qué no se entienden? Y creo que es porque, para convivir, hay que aprender. Convivir es un tipo de sabiduría especial. Dos se pueden querer mucho, pero pueden no saber convivir.

...y los años
¿Cómo ve el paso del tiempo?
J. A. M. -Veloz. Me produce sobretodo, sorpresa por la rapidez con que pasa. La verdad es que a mi el tiempo me cunde, porque hago muchas cosas. Tengo asumido el paso del tiempo y hago lo que me interesa, de manera que en ese sentido –simbólicamente- creo que me ha llegado el momento de vivir bien. Estoy en un estado de plenitud, en un periodo lleno. Leo, escribo…Y desde luego, estoy convencido de que hay que mirar hacia adelante y decir: ¿qué puedo hacer para aprovechar mis posibilidades?

¿Cambia la perspectiva vital con los años?
J. A. M. –Sí. Cambia para mejor. Creo que se produce un filtrado vital. Muchas cosas que te enturbiaban la vida ya no están o no te preocupan. Basta recordar las horas de preocupaciones que padecimos por cosas sin importancia…pero que tenían que pasar. Hay más claridad vital, diría yo. Hay menos razones, o quedan menos razones para que la existencia se enturbie. Desaparecen muchos miedos, muchas pequeñas codicias. Hay claridad serena. Es el momento de vivir con intensidad; pero sin excitación.

¿La vejez le sugiere algo especial?
J. A. M. -Es un momento vulnerable. Gestionarlo es difícil y exige una especial sabiduría. Se produce a la vez, una situación dramática. Es cuando más necesitamos a los demás y es cuando se corre el riesgo de estar solos. Por eso, es importante a lo largo de la vida establecer relaciones  sociales.

¿A qué teme?
J. A. M. -A que le pase algo malo a las personas que quiero. Yo no temí nada, ni temo nada. Es más, no tengo experiencia de dolor. Ya me tocará,  claro. Pero el único temor que tengo es a lo que pueda ocurrir a los de mi alrededor.

¿Cómo se aplica la inteligencia a la idea de la muerte?
J. A. M. -Creo que en este punto hay dos enfoques claros. Uno de tipo religioso que cada uno lo resolverá como mejor entienda y pueda. Y otro  que debe basarse en una serenidad especial ante un hecho irremediable. No enfocarlo trágicamente. Yo lo veo con serenidad, aunque me parece insoportable la idea de la muerte de las personas que quiero. La mía, no. La mía me importa menos. Y en este punto, recuerdo siempre una oración  que me parece de una sabiduría extraordinaria. En síntesis dice: dame resignación para lo que no pueda cambiar; dame valor para cambiar lo que pueda. Y dame sabiduría para distinguir una cosa de otra. Pero la muerte…, la muerte, sí es un mal invento.

Tomado de: http://www.revista-ballesol.es/entrevistas/cuadro-de-honor/jose-antonio-marina/

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