Fernando Mires 17 de julio de 2014
Cuando recibí el E-Mail apareció otra
vez ese constante “Déjà-vu”.
El mismo tema, la misma discusión que
irrumpía en mis seminarios, o con ideologizados colegas; esa instantánea
reacción que surge frente a cientos de réplicas similares; en fin, otra vez la
sensación de impotencia ante el gran malentendido que se repite y repite, sin
contemplación ni descanso.
Para mí no es broma. Como consecuencia
de ese mal entendido ha habido grandes desastres históricos.
Es también el malentendido que explica
por qué hay personas a las que reconozco sensibilidad, inteligencia, cultura y,
sin embargo, no vacilan en identificarse con las más terribles dictaduras
aduciendo que ellas portan consigo la defensa de los oprimidos, la promesa de
la igualdad, la redención de los pobres, en fin, el reino de los cielos sobre
la tierra.
El remitente del E-Mail mencionado
pertenece sin duda a ese tipo de personas. Muy respetuosamente me escribió que
estaba de acuerdo con mi crítica a las dictaduras y a los gobiernos
autocráticos, crítica que he venido realizando en diversos artículos. Pero no
hay que olvidar –agregó- que en muchas así llamadas democracias existe una
dictadura de los más ricos sobre los más pobres. Luego, sin justicia social no
es posible hablar de democracia. El capitalismo es también –dictaminó- otra
forma de dictadura.
Yo entonces deslicé el ratón, copié la
respuesta que había enviado al penúltimo lector que me había escrito algo muy
similar, cambié el nombre del destinatario, una que otra palabra, y envié el
mismo mensaje. Dice así:
Yo creo que hay una confusión, y no
sólo es suya. Justicia social y democracia son dos cosas muy diferentes. La
democracia es una forma de gobierno y de organización política y esa forma no
garantiza de por sí la desaparición de las desigualdades sociales. Lo que sí
otorga la democracia son vías para que la lucha por una mayor igualdad sea
posible. Esas vías no existen en una dictadura. Y por supuesto, son muy
importantes. En democracia usted tiene la posibilidad de elegir su partido para
luchar por la igualdad social, y si no hay ninguno, puede fundar uno. Hay en
este punto, creo yo, un gran malentendido: El capitalismo es una forma de
organización económica. La democracia, en cambio, es una forma de organización
política.
Le prometí, además, escribir un
artículo sobre el tema. Y es lo que estoy haciendo.
Si hubiera tenido más tiempo debí
haber explicado a mi interlocutor que es lo que entiendo cuando digo que la
democracia es una forma de organización política y no económica o social. En
este caso –le habría dicho- la palabra “forma” es muy importante pues la
democracia significa poner la política “en forma democrática”.
Para que haya política basta que
exista una lucha no militar por el poder entre dos bandos antagónicos, y eso es
lo que han subrayado autores como Carl Schmitt, ayer y Ernesto Laclau, hoy. La política no requiere
de la democracia para existir, pero sí a la inversa: sin política no hay
democracia. La democracia, por lo tanto, es sólo una “puesta en forma” del
juego político. Juego que necesita de un espacio de juego, así como de reglas
del juego. Las reglas, por supuesto, no resuelven la lucha por el poder, pero
-nótese- la garantizan.
Las más conocidas reglas son aquellas
que garantizan la libertad de pensamiento, de opinión, de movimiento y de
asociación. Reglas que por supuesto no pueden funcionar sin instituciones y
éstas, sin la separación de los tres poderes del Estado, los que si no están
separados –obvio- no son poderes.
Puede ocurrir, y eso también es parte
del juego democrático, que el legislativo llegue a ser controlado por el
ejecutivo a través de una mayoría parlamentaria. Lo que nunca puede ocurrir en
una democracia es que el poder judicial sea controlado por el ejecutivo. En ese
caso hablamos del fin de una democracia y del comienzo de una dictadura.
¿Cómo puede haber justicia si los
jueces son sólo empleados de un gobierno? ¿Quién nos defiende del gobierno, y
lo que es peor, del Estado? Esa es la
razón por las cuales en todas las naciones donde no hay independencia de la
justicia con respecto al ejecutivo no sólo no ha hay democracia; tampoco hay
justicia.
La deducciones son simples. Por una
parte, la democracia social no existe. La democracia es política o no es.
Debido a la misma razón, la justicia política no existe. Si la justicia se
subordina a un partido, a un gobierno, o a un líder, ya no es justa.
La justicia social no garantiza la
existencia de una democracia política, pero la democracia sí garantiza –esta es
la parte más interesante del juego- la posibilidad de la justicia social. Por
lo tanto, justicia social y democracia política son términos diferentes, pero
no antagónicos. En cierto modo son complementarios. Luego, el problema no
reside en la unión entre lo uno y lo otro, sino en la separación.
¿Cómo así? ¿No son diferentes? Exacto:
pero para que las dos instancias –democracia y justicia social- se unan,
necesitan ser diferentes, pues si son iguales no se pueden separar ni unir. O
para decirlo así: no estoy hablando de “la unidad de los contrarios” (Hegel)
sino de “la unidad de las diferencias” (Derrida).
La democracia implica la unidad pero
también la aceptación de las diferencias. Si no entendemos esa paradoja –es mi
tesis- vamos a seguir viviendo bajo el imperio de un gran malentendido. Y ya hay
mucho muerto, mucha locura, mucho dolor, como para no intentar, alguna vez, un
cierto entendimiento.
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