Américo Martin Septiembre 12, 2014
Que el gobierno de Maduro no le
cumpla a los 30 millones de venezolanos para pagarle religiosamente a Wall
Street debe ser interpretado como una muestra de su decadencia moral.
Ricardo Hausmann y Miguel Ángel Santos
Ricardo Hausmann y Miguel Ángel Santos
No es el demoledor artículo escrito
por dos venezolanos altamente calificados y escuchados en el mundo de las
finanzas internacionales, lo que provocó la brusca caída del precio de los bonos
de la deuda externa contraída por el gobierno de la sedicente revolución.
Sostener eso es como decir que el imperio romano tomó el curso que la historia
conoce porque la nariz de Cleopatra era demasiado larga para el gusto de
Octavio Augusto, o que la primera guerra mundial fue causada por el magnicidio
en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando de Austria un 28 de junio de
1914. Estos detalles serían opretextos o desencadenantes pero no más que eso.
La causa de fondo del agónico estado
en que se encuentra Venezuela es, en sentido general, el abismal fracaso del
modelo socialista-siglo XXI en nombre del cual se pavimentó la sacralización
del señor Chávez; y en sentido particular, la deprimente debilidad del gobierno
de Maduro, prisionero como está de las enconadas tendencias internas, incluida
en lugar preeminente la de los militares empoderados.
Quisiera referirme en esta columna al
presidente Maduro, a su gestión, a su drama, a sus vacilaciones, a su
incomprensión de lo que tiene en la mano. Personalmente me resulta absurdo –ya
no solo por él sino por el del liderazgo dominante del PSUV- que hayan podido
sucumbir a la ilusión de que el socialismo de comunas (y antes de cooperativas,
de empresas de producción social y de destrucción de capacidad productiva por
vía del dogma de las estatizaciones) podría construirse a punta de billetes.
Cuba se gastó 55 años solo para presenciar impotente el naufragio de este tipo
de ensayo, pero claro, no tenía petróleo ni metálico en abundancia. Pero con
tanta plata y tanto poder interno, ¿por qué Chávez y Maduro no habrían de tener
mejor suerte?
Buena pregunta ésta. El socialismo
sería pues un asunto de dinero. Solo los países ricos o con gran fortuna en la
busaca podrían edificarlo. ¿Resulta entonces que un sistema supuestamente
diseñado para colocar a los desposeídos en el mando no estaría al alcance de
ellos sino de los más pudientes? He ahí una contradicción que debió inducir a
los intelectuales amigos de la causa a reflexionar seriamente. Y no sólo a los
militantes del PSUV sino a la izquierda internacional. A gente formada como
Dieterich, quien por cierto tardó su buen tiempo para desencantarse de la
hechicería de Chávez y de la chapucería de sus sucesores. Pero, hombre, lo
hizo, al igual que muchos otros pensadores y escritores de todo el orbe.
Conformémonos con el manoseado refrán de más vale tarde que nunca.
El problema es que –tal como lo ha
demostrado fehacientemente el gobierno de Maduro- ni con mucho capital, ni con
el privilegio de disponer de las más grandes reservas de hidrocarburos del
mundo, ni con ingresos desbordantes derivados del sostenido mercado alcista del
petróleo, la revolución socialista bolivariana ha hecho nada mejor que destruir
todo lo que ha tocado. Puede asombrarse el Universo de que Venezuela tenga la
más alta inflación del planeta y que al cierre de este año observará la tasa
regional más baja de crecimiento. Inflación máxima, retroceso económico máximo.
“Estanflación”, nombre que se da a la mixtura de inflación y recesión. Es un
fenómeno poco usual pero no extraño en nuestro país si se recuerda lo que ha
sido el desempeño del desquiciado gobierno a lo largo de más de quince años.
Las cifras del desastre son ya
ampliamente conocidas, pero es interesante seguir el razonamiento de Hausmann y
Santos porque da cuenta del nerviosismo, las contradicciones del sistema y el
abismo frente al cual se ha colocado con serísima repercusión en el torbellino
de la lucha interna en el seno de la revolución. En Octubre de este año -un mes
nos separa de esa fatídica fecha- el país debe pagar USD 5.200 millones en
servicio de la deuda. ¿Tendrá cómo hacerlo o se declarará en default en cuyo
caso se le cerrarán todos los mecanismos de deuda y no se diga la inversión
foránea?
Hausmann y Santos piensan que
posiblemente Venezuela no pueda cumplirle a los acreedores externos. Las
acreencias contra el país siguen creciendo. Los bonos de Venezuela ofrecen
descuentos enormes porque pocos creen. Si se declara el default, nadie lo hará
y la inestabilidad será imparable.
La situación es desesperada. Maduro y
Ramírez anticiparon la venta de CITGO y el aumento de la gasolina. Surgió
alguna expectativa. Maduro prometió un “sacudón” pero lo obligaron a retroceder
e incluso removió a Ramírez. Se comprenderá por qué cayó en 5% el valor de la
deuda. El traspié no bastó para calmar la presión. Maduro no solo deshonró sus
promesas sino que volvió a bramar acerca del socialismo. Jaua debe ahora
“comunizar” el territorio para acabar con el poder burgués. ¡Sálvelo quien
pueda!
Consciente del peligro del impago, el
gobierno le venía cumpliendo a los acreedores foráneos no así a los venezolanos
de todos los estamentos. Por eso se catapultaron la escasez y la pobreza. La
crisis se retroalimenta. El dólar paralelo, indetenible. El petróleo en
declive. La corrupción es de las más altas del mundo. El malestar crece. Con
represión, cierre de fronteras o capta-huellas, Maduro nos hace saber que no
puede, no, no puede con la múcura que está en el suelo.
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