Rosalía Moros de Borregales
@RosaliaMorosB
Su corazón estaba muy inquieto, aunque
se encontraba rodeado de sus seres más queridos anhelaba estar a
solas, sobre sus rodillas, en la presencia de su Padre. Jesús sabía muy dentro
de él que la hora había llegado. Con todas sus fuerzas deseaba hacer la
voluntad de su Padre; pues, amarle siempre había supuesto para él obedecerle.
Pero esta vez el precio de la obediencia le traspasaría con una espada. Una
serie de eventos se anticipaban, revelaciones que se presentaban como destellos
de luces en su mente, tan reales, tan verdaderas que aun sin haberlas vivido ya
desgarraban de dolor su alma.
Renunciar a los que amaba, vivir la
traición de aquel a quien contaba entre los suyos, saber que todo su amor no
podría salvarlo, ser entregado con un beso; ser cobardemente negado por uno de
sus mejores amigos, sentir el dolor de su madre al perderlo. Convertirse en el
objeto de burla de seres humanos indignos de cualquier afecto; ser acusado por
aquellos que creían ser más cercanos que él a su padre. Ser llevado para ser
juzgado por reyes inmorales que nunca entendieron el fundamento de su reino.
Morir con la muerte del peor de los delincuentes, ser clavado en una cruz y
escarnecido.
Su corazón palpitaba aceleradamente,
buscaba fuerzas dentro de él, la noche más oscura se desplegaba ante sus ojos;
no había la luz de una estrella para iluminarle el camino. Sabía que su padre
estaba con él; era fe, convicción, esperanza contra esperanza. Pero, él no le
sentía cerca, la exigencia era muy profunda… _“Si es posible, pasa de mi esta
copa”. Es el clamor del corazón, es la verdad que se sabe pero quisiéramos
nunca haberla conocido. Es el camino que debemos transitar pero quisiéramos
escaparnos de él, huir a otro horizonte; más el corazón sabe que es mejor estar
un día en su casa que miles lejos de su presencia.
Luego de estos momentos de oración que
se convierten en un debate del alma, en una guerra de pensamientos, en un
forcejeo entre el sentimiento y la razón; finalmente, viene la decisión, nace
de ese corazón amante que ha sido entrenado en la obediencia, que ha hallado su
fuerza al doblegar junto con sus rodillas la más férrea voluntad. Con la
decisión, viene la paz, la entrega incondicional del alma que se rinde ante
quien es soberano. “Mejor es estar en las manos de Dios que en la de los
hombres”. Es el grito silencioso de quien exclama: “Aunque El me matare, en El
esperaré”.
El camino es largo, el sufrimiento
inexplicable, todas las revelaciones recibidas no fueron suficientes para mostrar
la agonía que se intensifica a cada paso. No tiene fuerzas, se entrega, su
Padre es el guardián de su alma; aunque por momentos pareciera haberle
abandonado. Si, realmente le ha abandonado en las manos del pecado; sus clavos,
su corona de espina, la espada en el costado, todas son muestras de ese
abandono… Es su hora más oscura, sin sentirlo, sin saberlo cerca, pero
sabiéndose suyo, le encomienda lo que queda de él, su espíritu.
La tierra se estremece, relámpagos
iluminan el cielo, la noche cae como una cortina sobre el Gólgota. A sus pies,
su madre permanece fiel, el discípulo amado junto a aquella que lo amó mucho,
porque mucho le fue perdonado. El velo del templo se rasga, y en un último
esfuerzo toma aliento, luego expira. La muerte le ha alcanzado, pero solo por
un poco de tiempo. ¿Dónde estás, oh muerte? ¿Dónde tu aguijón? Fuiste visitada
hasta las profundidades de la Tierra, vencida en tus propias entrañas. De tu
propia oscuridad surgió la luz, las cuerdas se cayeron, las vendas aromatizadas
dejaron expuesto el cuerpo glorificado, la semilla que fue sembrada dio su
fruto. El espíritu de resurrección lo trajo de vuelta desde las profundidades
de la tierra. La piedra fue removida, anduvo en medio de aquellos que amaba,
todo el dolor que le causaron se desvaneció, su amor cubrió multitud de faltas.
¡Ha resucitado! ¡El padre lo elevó a su diestra para siempre!
En la hora oscura de tu alma, clava tus
ojos en Jesús, camina tomado de su mano. Entrega tu voluntad, ríndete a los
pies de la cruz; y allí, ante su presencia, espera confiadamente. ¡De la hora
más oscura nacerá tu aurora!
“Los que a El miraron fueron alumbrados,
y sus rostros no fueron avergonzados”.
Salmo 34:5.
@RosaliaMorosB
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