Publicado por Felipe Guerrero Viernes, 12 de Diciembre de
2014
Esta estación del Adviento es un buen
tiempo para recordar que alrededor de los años treinta después de Cristo,
en la Betania del otro lado del Jordán, un joven predicador agitaba a la gente
que se aproximaba al Mar Muerto. Frente al estruendoso mensaje de aquel
hombre, una comisión de sacerdotes y levitas vinieron a interrogarlo, con las
mismas preguntas que nos hacen a quienes distantes del poder vivimos a la
intemperie. Con la interpelación «¿Tú, quién eres?» buscaban conocer su
identidad. Aquel líder ofreció una enigmática respuesta:«Yo soy la voz de
uno que clama en el desierto»
El joven que se llamaba a sí mismo «La
voz de uno que clama en el desierto» era Juan el Bautista que usaba las
palabras del profeta Isaías. La frase resume lo que era aquel líder: Era, ante
todo una voz, un hombre con un mensaje. Ese mensaje había de ser presentado en
un singular escenario: en el desierto. Juan predicó literalmente en un desierto
físico; sin embargo, «el desierto» al cual se refieren Isaías y Juan era más
que piedras, arena y escorpiones; era el desierto de las injusticias, de los
atropellos, de la corrupción y de los abusos del poder. Quienes vienen a
interrogar, a amedrentar y a intimidar son los representantes del poder
religioso en conchupancia con el corrompido poder político, pero la ilegal
alianza no pudo silenciar aquel estruendoso discurso de Juan que en las orillas
del Jordán se atrevió a ser una voz donde otras voces habían sido calladas.
Este Juan era un hombre con cabello
despeinado por el viento y con la piel quemada por el sol. Su tosca vestimenta
estaba hecha de pelo de camello, alrededor de su cintura tenía un ancho cinto
de cuero. Vivía de lo que producía la tierra, subsistiendo a base de una dieta
de miel y de vegetales, entre ellos el fruto del algarrobo llamado
langosta.El ambiente en que Juan vivió al comienzo de su vida fue el
escabroso terreno de Judea oriental. Allí aprendió la autodisciplina. A partir
de ese escenario, emergió la voz que proclamaba la «negación de sí mismo» para
transitar por un desierto en donde no hay halagos, ni prebendas, ni
satisfacciones de poder.
Cuánta falta nos hace en esta hora que
se eleven las voces cristianas capaces de denunciar las injusticias en estos
desiertos venezolanos. Resulta buena esta estación del adviento, para elevar
nuevos gritos de liberación. Necesitamos alzar la voz para que se oiga nuestro
lamento, como un profundo deseo que nace desde lo más íntimo de la naturaleza
de un ser humano.
En este adviento estamos obligados a ser
las voces que clamamos en el desierto para hablar en nombre tantas
familias despojadas, de tantos seres humanos que carecen de lo elemental para
subsistir, tenemos que ser la voz y el grito de la infancia ultrajada,
grito de tantos despojados de la dignidad del trabajo, un grito que quiere
desprenderse de la pesada losa de la miseria, de la corrupción y de la
guerra…
En este tiempo de adviento, Dios emite
alaridos ante la sordera el hombre y nosotros los discípulos del Nazareno
gritamos ante la
dureza del corazón humano de los poderosos.
En esta estación del adviento, Juan
desde el Jordán nos enseña a quejarnos y a reclamar a favor de la dignidad de
la persona. Los seguidores del Dios de la pesebrera estamos obligados a gritar
estruendosamente el mismo compromiso. En esta hora no está permitido guardar
silencio.
Sabe profundamente a traición ver a
cristianos con dones escondidos, con sabiduría ocultada, con capacidades nobles
que se retraen y no actúan porque están convencidas de que su misión única es
la de callar las grandes verdades. Cuántos gritos velados. Dolor que se agazapa
en el silencio incapaz de brotar al exterior y provocar el reclamo de la
ansiada justicia.
En estos desiertos de la patria, hay
silencios que oprimen pero que estamos obligados a romper para ser libres.
Acabar con el silencio que nos reprime es una tarea de todo aquel que desee
vivir una vida que valga la pena. Cuando callamos por miedo, el silencio es
solo una expresión de cobardía
La autocensura es un acto de extremo
acobardamiento, porque callar la verdad nos hace profundamente mentirosos. En
este adviento vamos a ser la voz que clama justicia, a fin de evitar integrar
la legión de los hombres que esconden su cobardía detrás de los silencios.
El grito de liberación es una exigencia
de justicia. El grito de liberación es hacer el milagro de darle voz a los
mudos.
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