Miguel Méndez
Rodulfo 16 enero 2015
Estamos
al término de un período histórico muy lamentable para Venezuela, que para
fortuna nuestra ya se agotó. El desencanto con el régimen y con su nefasto
modelo, es casi total. Sólo un 15%, fanatizado, de la población, aún apoya al
gobierno. Éste hace aguas por todos lados y las diferencias en su seno se
multiplican exponencialmente. De manera que en la gente ya se instaló un
encendido deseo de cambio que quiere, a toda costa, dejar atrás este estado de
cosas ruinosas en que ha quedado el país como secuela del régimen, después de
16 años de mentiras, engaños, ineficiencias, mediocridades, arbitrariedades y
corruptelas. La historia caracterizará a este régimen como el período más
oscuro de la vida republicana de la nación. El cambio se producirá bien por la
renuncia, bien por una insurrección popular o por una asonada militar. Lo que
es muy claro es que la continuidad del régimen será interrumpida por la
fractura del modelo económico, social y político que en forma administrada nos
quisieron imponer.
Ahora
bien, en este momento cuando la gente hace cola para comprar alimentos cada vez
más caros y escasos, o no consigue los medicamentos que su familiar enfermo
necesita, la indignación y la ira inundan el alma de las personas, sobre todo
por la frustración de pensar que esta situación se perpetuará mientras este
régimen gobierne. Lo que sí muy cierto, es que luego de producirse el cambio,
durante el período de transición y una vez hayamos elegido un nuevo
gobierno, el sentimiento de la gente ya no será de frustración sino de
esperanza. El inconsciente colectivo se habrá tornado hacia el optimismo
generado por un futuro promisorio; sin embargo, la gente no se
llamará a engaños, sabrá que tiene que hacer sacrificios para volver a vivir en
un país próspero. Tendrá muy claro que un país no se reconstruye en un año y
que en un lapso que no será corto, todos debemos ejemplarmente dar nuestra
cuota de abnegación, que para nada será fácil, porque la reconstrucción de
nuestra nación no será gratis, sino que tendrá un alto costo, al cual todos
debemos contribuir.
En
este sentido, corresponde al liderazgo que le tocará asumir el cambio hablarle
claro al país. Decir la verdad por delante. La población tiene abierta una
ventana, luego de su gran desencanto con el populismo, para asimilar un mensaje
que le señale el duro camino que hay que seguir para recuperar y mejorar su
calidad de vida, pero que a la vez promueva la esperanza en un futuro mejor. La
gente quiere que le hablen claro, ya sabe que el camino fácil conduce al
despeñadero. Ahora quiere saber cuan empinada es la cuesta y cuánto tiempo nos
tomará remontarla. La gente no es tonta, sabe que debe hacer cola y comprar hoy
porque mañana puede no haber o va a estar más caro. Igualmente sabe que para
cambiar esta pesadilla debe pagar un alto precio, algo que con gusto está
dispuesta a asumir.
Así
las cosas hay que decirle muy claro al país que hay que devaluar que los
precios se duplicarán, que el dólar no va a bajar de un solo tirón, que las
colas se mantendrán por más de seis meses, que la recuperación del sistema de
abastecimiento nacional tardará por lo menos un lustro, que la recuperación de
Pdvsa tardará años, que los yacimientos fueron mal mantenidos y dañados, que el
precio del petróleo no va subir en un año por lo menos, que bajar las cifras de
criminalidad será una labor titánica y durará años, que la recuperación de los
hospitales será lenta, que la construcción de nuevas escuelas, liceos y
prescolares tomará un tiempo considerable, que podremos hacer pocas viviendas
pero que en su lugar haremos muchas parcelas con servicios para solucionar en
forma más eficiente el déficit habitacional, aunque eso inicialmente sea una
ranchería. De todo eso y más hay que hablar descarnadamente. Además hay que
aprovechar la oportunidad histórica para salir del rentismo y hacer de
Venezuela un país productivo.
Caracas,
16 de enero de 2015
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