Carlos Raúl Hernández 15 de enero de 2015
@CarlosRaulHer
Para
reinstalar la democracia, el diálogo no es una opción, sino la opción
El
descrédito a que sometieron las ideas de diálogo y negociación, se materializó
cuando algunos simularon agarrar en falta a los dirigentes que negociaban la
elección de los poderes públicos. Un cierto día de diciembre, en las redes
descubrieron el agua tibia y se formó un gallinero. Que había
negociacionesentre gobierno y oposición, como si la sola palabra definiera un
pecado. Alrededor de la “denuncia” se produjeron dos tipos de reacciones
teatrales: el gobierno premeditadamente delató con dramáticos “documentos” las
reuniones entre ambos sectores, para producir histeria y sacudir los capirotes
de la antipolítica. Y éstos, los eternos tragasables de salón, amos del lugar
común, quejones y lloricosos sin saberlo actuaron exactamente como había
previsto el diputado Cabello. También fingían porque se sabía que las
conversaciones tenían tiempo corriendo.
Cabello
hizo su tarea. Exasperada, la chorlitocracia denunció anatema hablar con los
adversarios. Les quedó al dente el verso de García Lorca “… corro mi casa como
una loca, mis dos trenzas por el suelo, de la cocina a la alcoba”. De la cocina
al iPhone. Era el chance de enchiquerar la Unidad. Hay que repetirlo siempre:
hablar no tiene nada malo, es el método necesario cuando se quiere enfrentar
problemas para resolverlos y no para quejarse. Cuando el adversario es un lobo
rabioso, revolucionario y artillado, hay menos pérdida en hablar que caerse a
mordiscos con él. Los acuerdos son elementos que definen la vida civilizada, no
hay actividad social en la que sea preferible prescindirlos y dan ejemplo de
cómo actúan quienes aspiran el ejercicio del poder democrático. Lo aberrante es
que se haya entronizado la incultura de la imposición y al enturagesemi
ilustrado le parezca elegante enseñar los dientes a toda hora.
Hablar, no gruñir
Los
estimables y calificados nombres que quedaron en los cargos por la oposición,
fueron los mismos que se manejaban, pero se dio el gusto de sangrar a los
dirigentes que cumplieron su tarea, acusarlos de colaboracionistas y demás
miserias, el rompe y rasga, la mentada impotente. Nadie debe cansarse de poner
sobre la mesa la necesidad del diálogo y tener como bandera los principios
democráticos, especialmente contra jaurías histéricas. Por desgracia varias
generaciones de políticos, incluso de la oposición, son herederos
irrenunciables del galáctico y su estilo, lo que contamina la atmósfera actual
con esos efluvios tóxicos, aunque sean de pura palabra. Hay que vacilarse
(perdón DRAE) las poses de los tragasables que no cargan fusiles en la mano y
llaman a la guerra desde Aventura Mall. Solo empuñan la lengua. La inmensa
mayoría del país escucha esas cherchas como a marcianos drogados. Nadie quiere
que chorree sangre, sangre de familiares y amigos.
Fue
el Galáctico quien estigmatizó el diálogo, cuando en la campaña electoral de
1998, ante una amable y tolerante invitación de Claudio Fermín, respondió con
lo que ahora es el estilo nacional. “No tengo nada que dialogar con Uds.
ladrones que han destruido a Venezuela”, afirmación que compartió la mayoría
del electorado. Este germen execrable se hizo carne y habitó entre nosotros, y
en los guerrilleros de café-con-leche opositores, que repiten esas expresiones
guturales sin saber el pobre efecto que dan sus retóricas en los ciudadanos de
la calle (de la calle de verdad). Para reinstalar la democracia, el diálogo no
es una opción, sino la opción, independientemente de los resoplidos, graznidos
o gruñidas que se profieran.
Incubar palabras
Después
de medio siglo Obama asumió algo esencial. El embargo ayudó a los Castro. Fue
el principal argumento para esparcir por el mundo la mentira que encubrió la
miseria de los cubanos y distraer de la terrible realidad, universalmente
demostrada, de que el colectivismo conduce a la desgracia, como vuelve a
comprobar Venezuela. Los conflictos políticos terminan con palabras, también
las guerras, y la posibilidad de salir de la tragedia colombiana es una nueva
evidencia. La paz no se impone a tiros y la terrible humillación a Alemania en
Versalles, el vencido de la Primera Guerra, condujo a la más espantosa
venganza, la carnicería de la Segunda Guerra en la que una manada de asesinos
usó la venganza del honor nacional para un genocidio con el apoyo de casi todos
los alemanes.
Etapa difícil
Si
en las próximas elecciones parlamentarias nace la nueva mayoría que hay razones
para esperar, vendrá una difícil etapa de negociaciones y diálogo para revertir
el desastre de la revolución. El objetivo de las fuerzas responsables que mantienen
viva la alternativa, no es profundizar la crisis que se profundiza por sí sola
a diario por inacción e incompetencia, sino darle una salida pacífica que
impida la repetición de la experiencia argentina, en la que se turnaron ocho
dictaduras militares con miles de muertos y torturados, desastre y
desesperación. Por fortuna los jefes políticos de la Unidad, con sus errores y
aciertos, demuestran que no están divirtiéndose como aficionados a la política
en mensajes de 140, sino que han apostado sus existencias a mantener viva la
posibilidad de cambio.
Tomado
de: http://www.visionglobal.info/empunar-la-lengua-por-carlos-raul-hernandez/#sthash.cUCn0nkv.dpuf
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