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domingo, 15 de febrero de 2015

La tentación del poder, por @rafluciani

RAFAEL LUCIANI sábado 14 de febrero de 2015
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com

Vivimos tiempos complejos. Son muchas las personas e instituciones que buscan el poder solo con el fin de permanecer en él y enriquecerse. Pareciera crecer la indolencia y la indiferencia en los modos como reaccionamos ante la gravedad de tantos hechos que vivimos. Cuando esto sucede, existe el riesgo de caer en una desesperanza que se arraigue en lo más profundo de nuestra cultura.

Nos puede parecer extraño encontrar a alguien que crea en el poder como servicio y medio efectivo para construir el bien común, antes que para el enriquecimiento propio y la sumisión del otro. Pero seamos honestos con nosotros mismos porque esa misma lógica del poder que tanto criticamos nace al interno de las propias familias o en las instituciones religiosas y educativas por las que hemos pasado. Son patrones y referencias a discernir.

¿Es posible desmontar esa «lógica deshumanizadora» y «totalitaria» que nos está agobiando para que no se convierta en normalidad cultural y afecte, definitivamente, nuestras maneras de ser? Veamos cómo nos puede iluminar la praxis de Jesús.

Primero, él asumió una actitud profética y relativizó el ejercicio del poder. Para ello se presentó como «testigo de la verdad» (Jn 18,36-37) y no como «agente de la violencia y la mentira» (Mt 11,12). Segundo, hizo ver con palabras y acciones que sí es posible vivir de un modo fraterno, sin maltratar ni imponer. Buscaba «atraer a los excluidos y alejados» (Jn 12,32) sin descargarse en nadie. Más bien «sanaba los corazones» (Is 61,1) para que no triunfara el resentimiento y el odio. Tercero, hizo gestos públicos concretos que ayudaran al cambio de mentalidad en cada uno. «Dar de comer» al hambriento, a pesar de que sus propios discípulos no querían hacerlo (Lc 9,12-17); «retar a las autoridades sacerdotales», a quienes llamó ladrones (Mc 11,17); «denunciar a los políticos», calificando a algunos de zorros (Lc 13,31-32). Así hizo ver las nefastas consecuencias a las que lleva cualquier forma de absolutización e ideologización del poder.

El verdadero poder es el que humaniza y no produce víctimas: (a) cuando no se usa para tratar al otro como a un enemigo, humillándolo y sometiéndolo; (b) cuando sirve para solidarizarse con el excluido (Mc 8,31); (c) cuando quien lo ejerce no pretende quedárselo (Mt 4,8-10; Lc 4,5-8; Jn 6,15); (d) cuando no busca privilegios (Mc 10,37-38; Mc 12,35-37); (e) cuando rechaza el colaboracionismo ideológico y promueve una sociedad de derechos y deberes. En fin, cuando la política no es considerada como una realidad sagrada (Mc 12,17), sino al servicio del sujeto humano concreto, que está por encima de toda ideología o sistema de creencias.

Toda lógica deshumanizadora del poder comenzará a cambiar cuando nuestra propia forma de hablar y de actuar anticipe una nueva historia y recree nuestros modos de ser, cuando no nos dejemos dominar por la indolencia y recuperemos la confianza y estima perdidas. Es lo que Jesús trató de hacer en su época (Mt 4,7; Lc 4,12) al reunir a todas las ovejas, sin exclusión, y denunciar a los que actuaban con impiedad y velaban por sí mismos (Lc 4,8; Mt 4,10).


Rafael Luciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani

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