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miércoles, 23 de septiembre de 2015

Las elecciones que nos esperan, Michael Penfold



Por Michael Penfold, 22/09/2015

Venezuela avanza hacia unas elecciones legislativas que son, en sí mismas, singularmente mayúsculas. Todo está en juego. No importa quién gane, hay algo que está escrito: quien pierda puede llegar a desaparecer políticamente.

Para la oposición, perder implicaría un colapso. Para el chavismo, perder implicaría resquebrajar su hegemonía.

Es curioso que unas elecciones legislativas tengan esa connotación en un país tan profundamente presidencialista, pero lo cierto es que nuestra realidad no tiene cabida para los tonos grises y será difícil no mover el péndulo. Algunos prometen negociación y otros clemencia, pero el resultado será más radical porque son muchos los intereses que pudieran ser afectados.

El país va a unas elecciones en un ambiente político descompuesto, con líderes de oposición sentenciados, con intelectuales asediados por los tribunales, con una economía extinguida y con una población en fuga. También con un chavismo atrincherado. Y aunque el país requiera otra cosa (espacios de encuentro, diálogo, prosperidad, empleo, justicia social, probidad), estas elecciones prometen atizar todavía más las heridas que nos afligen.

La población parece cansada y el futuro se borra ante la abrupta caída de los precios petroleros. La sociedad descubre que la crisis no sólo es económica, sino también de liderazgo. Pocos políticos saben interpretar el cambio. Y mientras la población exige que Empresas Polar y PDVSA convivan bajo un mismo modelo o que se flexibilicen los controles privilegiando la protección social, las respuestas son la guerra económica o la simple promesa de más mercado. Mientras la gente quiere que suban el precio de la gasolina pero que aumenten los subsidios al transporte, la respuesta es posponer lo evidente o justificar lo absurdo. Mientras la gente quiere más producción y menos regulaciones innecesarias (así prefieran las colas antes que quedarse sin acceso a los alimentos básicos si se realiza un ajuste), unos hablan de un pasado reciente que es imposible de reeditar y otros repiten lo difícil que sería semejante transformación.

La sociedad se quedó sin intérpretes ni referentes. Ahí estamos. Todos quietos. Esperando el 6 de Diciembre.

Pero estos comicios también son singulares porque los votos van a ser traducidos en puestos legislativos de una forma altamente desproporcional: los resultados nacionales no necesariamente reflejarán los mismos resultados en número de curules. Y todo se debe a las características del sistema electoral.

Un voto en Petare, por ejemplo, pesa mucho menos que un voto en Tucupita a la hora de elegir a un diputado. Ésa es la realidad intrínseca de un sistema electoral deliberadamente diseñado para favorecer las zonas menos habitadas, porque para nadie es un secreto que Venezuela posee uno de los sistemas electorales menos proporcionales de toda la región.

En la elección de la Asamblea Nacional, 14% de los puestos que son asignados no lo serían bajo un mecanismo perfectamente proporcional, así que es un sistema que privilegia a distritos rurales y zonas urbanas con baja densidad poblacional (lo cual es un factor que no lo hace menos democrático pero si mucho menos representativo). Sólo un país como Ecuador (marcado por una gran presencia indígena, así como por una franja montañosa que divide geográficamente al país)  tiene una realidad electoral más sesgada hacia la sobrerrepresentación de distritos menos poblados que la nuestra. Y la realidad que plantea esta ingeniería electoral hace que las encuestas nacionales (aquellas que dan una clara victoria a la oposición) no siempre ayuden a esclarecer todo lo que está pasando en los 113 distritos en donde los partidos deben competir para ganar las elecciones: 87 distritos nominales, 23 distritos por estado que son proporcionales y 3 nominales para las comunidades indígenas.

Y, para complicar todo aún más, también hay otra realidad: la política, un elemento que complica predecir el resultado. El chavismo, históricamente, ha ganado con mayor margen en los distritos menos poblados, que son precisamente esos que pesan más a la hora de sumar el número de diputados.  Por esa razón la oposición tiene que hacer un esfuerzo mucho mayor que el chavismo, tanto en la obtención de votos como en la defensa de esos votos obtenidos.

Al chavismo le basta con proteger sus distritos seguros y obtener en promedio un 48% de la votación nacional para asegurar la mayoría simple. La oposición, en cambio, sin ganar los distritos históricos del chavismo tendría que obtener en promedio un 53% de los votos en el resto de los distritos para poder obtener la mayoría de la Asamblea Nacional. Es curioso, pero con ese mismo porcentaje el chavismo obtendría la mayoría calificada. La oposición, en cambio, necesita más del 56% de los votos para alcanzar las dos terceras partes de la Asamblea.

El punto es simple: la oposición necesita ganar con un margen mucho más significativo que el chavismo para asegurar cualquier triunfo, tanto el de mayoría simple o calificada. Y sólo el chavismo está en capacidad de preservar la mayoría simple, aún perdiendo la votación nacional.

Y ése es el verdadero sesgo del sistema electoral: un sesgo que surge de la combinación de la desproporcionalidad del sistema con el fuerte patrón de votación del chavismo en las zonas rurales. De modo que es equivocado creer que todo es producto de la ingeniería electoral, como han afirmado algunos analistas. También hay una realidad política evidente que la oposición tiene que abordar y no puede desconocer.

Si la oposición quiere ganar, tiene que adentrarse electoralmente en la Venezuela profunda o dejar que el voto castigo opere en esas zonas pero al tiempo que asegura una plataforma logística para proteger el voto en aquellos distritos que hasta ahora le han sido ajenos. Ése es su único blindaje. Un blindaje que conllevaría a disminuir la verdadera posición de fortaleza del chavismo. Y eso no depende de las encuestas, sino de su propia capacidad de organización.

Es cierto que hay un cambio que el gobierno no puede desconocer. Y ese cambio radica en las preferencias de los electores. Las encuestas muestran un gran descontento en contra del gobierno, un malestar causado fundamentalmente por la alta inflación, la escasez y las colas: un voto castigo explicado por variables económicas. Hay evidencia estadística de un deslave  y de ahí que sea el gobierno quien probablemente pierda las elecciones, pero no que sea la oposición quien las gane.

La percepción negativa es tan elevada que es lógico suponer que la distribución de ese descontento pudiese llegar a ser similar a lo largo de todos los distritos electorales, incluso en aquellos tradicionalmente chavistas. Y este nuevo panorama que se refleja en la opinión pública puede hacerle muy cuesta arriba al gobierno remontar las elecciones. Los cálculos que han hecho colegas como Francisco Rodríguez Caballero son ciertos: con base en los resultados de las ultimas encuestas, aún ganando el chavismo sus distritos seguros, la oposición obtendría la mayoría calificada de la Asamblea Nacional.

Pero también es válido pensar que en cualquier elección los recursos políticos (es decir: tanto la maquinaria electoral como esos trucos a los que son tan dados los partidos que ejercen un poder excesivo) serían suficientes instrumentos como para reducir la diferencia y controlar políticamente semejante debacle.

Y ésa es la mayor esperanza de los operadores del chavismo.

No obstante, el margen en la opinión publica luce tan amplio y tan altamente desfavorable para el gobierno, que utilizar esos recursos podría ser insuficiente. De hecho, con la caída en la intención de voto del chavismo en las ultimas encuestas de agosto (donde los votantes seguros bajan a 36%), el número de diputados en manos de la oposición pudiese continuar creciendo.

Hay quienes piensan que se debe esperar unos meses, pues lo mejor del chavismo aparece cuando está desplegado en campaña.

De acuerdo: las campañas electorales del chavismo han logrado mantener e incluso remontar diferencias muy grandes. Basta recordar el referéndum del 2004, la segunda reelección de Chávez en el 2012 o las elecciones municipales del 2013. Pero también habría que decir que todos esos triunfos se dieron en momentos de recuperación de los precios petroleros, algo con lo que no se cuenta en la actualidad.

El chavismo tendría que mejorar su desempeño en la intención de voto en las encuestas en 12 puntos porcentuales y ganar sus distritos históricos para revertir el triunfo de la oposición. No es impensable un cambio de escenario electoral, pero eso hoy luce complejo. En las pasadas elecciones municipales El Dakazo logró ese efecto. Y el gobierno ha estado probando con diversos temas: la guerra económica, la crisis fronteriza y los bachaqueros, aunque de forma infructuosa. El efecto de la contracción económica parece devastador y sólo una promesa creíble de rectificación por parte de chavismo podría salvarlos de una potencial derrota, pero eso es algo que Maduro no ha estado dispuesto a impulsar.

Hay otros temas que deben preocupar a la oposición. Las mismas encuestas que revelan su triunfo dejan ver que su voto no es muy duro y que los electores no están muy motivados a salir a votar por una oferta opositora porque tampoco la encuentran creíble.

Es interesante señalar que el grupo de chavistas que están más motivados a salir a votar a sabiendas de que pueden perder es más grande en comparación con la proporción de los votantes opositores que prefieren quedarse en casa, sabiendo que pueden ganar. Y estos datos revelan una crisis de liderazgo y la incapacidad de los opositores para hacer llegar un mensaje a los sectores que se autoperciben como independientes y que en algún momento creyeron en el proceso bolivariano, pero que ahora están defraudados ante la corrupción, la ineficiencia económica y la magnitud de la caída del ingreso.

Y el reto de la oposición es atraerlos. De lo contario, pueden quedar desmovilizados o migrar hacia una tercera fuerza electoral. Hasta ahora las diferencias en las encuestas entre la oposición y el gobierno son tan significativas que estos riesgos que parecieran estar mitigados no dejan de ser preocupantes.

El país está buscando un cambio, pero no quiere otra revolución.

En estas elecciones la población parece estar dispuesta a darle un voto castigo al madurismo por su mal desempeño económico: restringirlo, obligarlo a rectificar y abrir así los espacios de convivencia ciudadana. Y ese cambio va a estar convulsionado.

Las elecciones legislativas son un punto de inflexión histórica tanto para el chavismo como para la oposición. Aunque es imposible predecir con exactitud los resultados de estos comicios, por primera vez la oposición tiene una oportunidad real de controlar uno de los poderes públicos. Sin embargo, aunque llegue a ser  mayoría en la Asamblea, será minoría entre el resto de los poderes.

Tan sólo un resultado electoral que conlleve a una mayoría calificada lograría romper el cerco institucional, precipitando una crisis constitucional en Venezuela. Con una mayoría simple, aunque una parte de los grupos políticos quieran negociar con el chavismo algunas reformas políticas y económicas, no dejará de ser un ambiente caldeado por los extremos de ambos bandos.

Es muy probable que el chavismo intente desconocer esa nueva realidad electoral a través de su férreo control sobre el Tribunal Supremo de Justicia. En ese caso, continuaremos en un contexto altamente polarizado, acentuándose la crisis política y la crisis económica. Es en ese escenario cuando el desborde social se terminará de convertir en una amenaza y la ingobernabilidad será un signo permanente.

Tampoco es descartable que la presión internacional aumente, obligando al país a entrar en un proceso de negociación y amnistía política que conduzca a profundas reformas y a una nueva etapa de convivencia nacional.

La intensificación del conflicto luce a estas alturas inevitable y la misma tiene profundas raíces en un modelo de gestión administrativo que es ineficiente y en un modelo económico que es inviable.

El chavismo no puede salir de su propio laberinto sin una profunda rectificación y sin una apertura democrática. En su defecto, tendrá que acelerar su arremetida autoritaria. Después de la muerte de Chávez, la base política del PSUV ciertamente quedó con un héroe, pero también quedó sin liderazgo. Ni individual ni colectivo. Y ese liderazgo es vital para impulsar un cambio económico con un sentido de continuidad social. Y esa misma base política hoy está prácticamente desasistida ante el tamaño de la crisis actual.

La oposición enfrenta otro tipo de disyuntiva: si pierde, se divide; es una lucha existencial; pero si gana la mayoría en la Asamblea Nacional, entonces deberá gestionar la amenaza de precipitar un referéndum revocatorio a cambio de concesiones legales y constitucionales. En este caso tendrá que armonizar grupos con intereses y horizontes temporales muy diversos, pero entonces se hará evidente otro cariz de la política: el cambio se jugará en la calle y todos (chavistas, independientes, opositores) tendrán que enfrentar las presiones sociales que supone una crisis económica que va a continuar profundizándose.

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