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domingo, 22 de mayo de 2016

Cultivando el espíritu



Veintiuno de mayo de 2016

Hasta hace pocos años, en la gran mayoría de facultades universitarias de nuestro país, se exigía un mínimo de formación en humanidades como parte de la currícula de cualquier carrera, sea ésta de letras o de ciencias. Cursos como Antropología, Filosofía, Historia, por ejemplo, eran obligatorios en la formación de un estudiante universitario, normalmente durante los años comprendidos en lo que se denomina Estudios generales.


Hoy, en gran número de universidades, y por causas que no son motivo de este post, se ha preferido eliminar esta parte de la formación, pasando directamente a la preparación técnica y a la práctica, es decir, a la que concierne directamente al ejercicio de la profesión escogida. Este cambio se justifica con el argumento de que no hay que “perder el tiempo” con un aprendizaje que no se aplica directamente en el ejercicio concreto del trabajo. Considerando que “Humanidades” implica disciplinas que ayudan a ser mejor ser humano, ¿realmente éstas no son importantes en la práctica profesional? ¿No es acaso imprescindible una base humanística que enriquece el bagaje cultural de la persona y, por tanto, lo capacita mejor, incluso, en una carrera de ciencias?

¿Qué significa cultivarse?

Ya lo decía Petrarca: “¿De qué me sirve conocer la naturaleza de las bestias feroces, de los pájaros, de los pájaros, de los peces y las serpientes, si ignoro o desprecio la naturaleza del hombre, el fin para el que hemos nacido, de dónde venimos y adónde vamos?”. De eso, en parte, trata el cultivarse: buscar saberes teóricos y prácticos que nos permiten humanizarnos y vivir dignamente como personas. Juan Luis Vives, un humanista valenciano, menciona en su Libro del Lun-Yu que “la persona debe esforzarse en cultivar y adornar el espíritu con conocimiento, ciencia y ejercicio de las virtudes, de otra manera el hombre no es hombre sino animal”. Por su parte Juan Luis Lorda dice en su libro Humanismo. Los bienes invisibles I, que “cuando en la educación y enseñanza, sólo se tienen en cuenta los conocimientos, y especialmente, los conocimientos de las ciencias positivas, se dejan inmensos terrenos para ser ocupados por la selva”.

Para evitar que esta selva inunde nuestra vida, y ser realmente profesionales íntegros y éticamente responsables, debemos trabajar otros aspectos de nuestra vida que vayan más allá de la técnica. ¿De qué nos sirven dos masters y un doctorado si no somos capaces de sensibilizarnos ante la belleza de una obra de arte o, peor aún, ante el dolor ajeno? ¿Podemos esperar empresas justas si los colaboradores que la componen no han trabajado su lado humano?

¿Cómo empezar con el cultivo personal?

Si bien hablar de cultivo personal requeriría de una infinidad de páginas, podemos centrarnos en tres puntos principales que pueden abrirnos las puertas para profundizar luego: la inteligencia, la voluntad libre y la capacidad de actuar.

  • La sabiduría y el cultivo de la inteligencia

La inteligencia es la facultad que, junto con la voluntad, nos diferencia de los animales y, por lo mismo, es nuestra responsabilidad cultivarla y educarla. Si bien las personas nacemos con inteligencia, no la podemos abandonar como planta en el desierto para que se desarrolle sola. Es importante que la nutramos con buen abono, agua y aire. Y esto es darle sabiduría. ¿Por dónde empezar? “Por una idea general del mundo que permita plantear y, si es posible, resolver, las cuatro preguntas cardinales sobre el sentido de la vida humana: de dónde venimos (origen), a dónde vamos (destino), dónde está la felicidad, y cómo afrontar el sufrimiento y la muerte. En segundo lugar, necesitamos identificar los criterios morales y éticos para guiar la conducta como es propio de un hombre. En tercer lugar nos hace falta un conocimiento suficiente de las cosas humanas, de las motivaciones, sentimientos y reacciones, para acertar en nuestras relaciones con los demás. Ninguno de los tres campos se puede suplir con información sobre avances científicos”, explica Lorda.

  • La voluntad libre

La voluntad se educa y esto se hace, entre otras cosas, por medio del desarrollo de “virtudes” o, lo que es lo mismo, hábitos buenos. Lo opuesto a vicios. La educación de las virtudes humanas es un campo muy rico en el cual se puede explorar infinitamente pues ha sido tema de reflexión de múltiples autores, desde Aristóteles hasta los pedagogos modernos. Educar la voluntad implica tener disciplina y autodominio para ser realmente conscientes de las decisiones que tomamos. También requiere de la honestidad, que es buscar lo que es justo y rechazar lo que no es honrado. Finalmente, es importante para ser virtuosos poner en orden nuestros afectos y no vivir desbordados por sentimientos que nos paralizan o no nos dejan pensar correctamente.

  • La capacidad de actuar

Algo que nos diferencia de los animales es que nosotros no actuamos instintivamente. Y esto nos lo da el ser libres. La capacidad de actuar nos exige un buen ejercicio de nuestra libertad, orientándola desde valores apropiados hacia fines que nos permitan un desarrollo personal armónico como personas. El hombre no nace sabiendo hacer las cosas sino que aprende mediante la práctica constante y de las experiencias de otros. La inteligencia educada permite descubrir nuevas maneras de hacer las cosas, con la experiencia se selecciona las más útiles y con el ingenio se perfeccionan.

¿Para qué cultivarse?

Ser mejor persona tendrá no sólo repercusiones positivas en nuestra vida personal sino, como lo dijimos más arriba, también en nuestro desempeño profesional. Cambiemos un poco la perspectiva de lo expuesto. ¿Cómo llegar a sobresalir en nuestro trabajo si es que no cultivamos la disciplina y el esfuerzo sostenido mediante el cultivo de nuestra voluntad para así adquirir conocimientos y destrezas técnicas? ¿Es posible hacer un trabajo bien hecho que brinde mayor calidad a la sociedad si es que no conocemos lo que es éticamente correcto? Decía Gaudí, “para hacer la cosas bien es necesario: primero el amor; segundo la técnica”.

A ser hombre se aprende, no es fruto del azar ni de la casualidad. Sí, el cuerpo crece, la madurez física llega sola. Pero el espíritu se cultiva. Leer buenos libros, ver películas constructivas, tener amigos buenos, no ver televisión basura, entre otros, puede ser un buen inicio que nos invite luego a buscar esas artes que nos ayudan a ser mejores, a ejercitar el alma para aprender sobre la verdad, el bien, la justicia, la belleza y el amor.

¿Qué recibimos a cambio? Definitivamente, hablar de cultivo personal no implica ningún tipo de retribución material directa ya que el pago de ser mejores personas es un bien en sí mismo. Tampoco debemos cultivarnos para alimentar nuestra soberbia y creernos mejor que el resto. Cultivar el espíritu es también un servicio para la humanidad porque, al ser mejores personas, tenemos muchas cosas buenas para dar. Finalmente, debemos tener claro que el humanismo no trata de aplicar un conjunto de recetas, sino que debe ser un marco de formación que nos guíe en todas las etapas de nuestra vida y así transmitirlo a las siguientes generaciones.

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