Miguel Méndez Rodulfo 13 de mayo de 2016
Con
todas las alarmas prendidas, el régimen en vez de buscar soluciones a la crisis
sólo intenta ganar tiempo. Se aprovecha de la inacción del venezolano que
abrumado por la inflación, la escasez, las colas, los apagones eléctricos, los
cortes de agua y la inseguridad, no termina de reaccionar. El juego macabro del
chavismo está tapando todas las salidas constitucionales al dramático panorama
político que hoy padece nuestro país pero ello no hace sino aumentar la presión
sobre la población y estimular la posibilidad de una explosión social. Los
obstáculos a las marchas en favor del revocatorio constituyen una provocación
del gobierno, así como las declaraciones de Maduro: “Ninguna de las estrategias
de la derecha tiene viabilidad política ni para revocatorio, ni para acabar con
la revolución bolivariana”. Así las cosas, la radicalización del gobierno
asfixia a una sociedad ávida de encontrar salidas y la consecuencia no puede
ser otra que la que menos le conviene al país.
“Por
mucho menos de lo que ocurre aquí, en otros países ya hubiesen tumbado al
gobierno”, me echa en cara Américo, el portugués dueño del quiosco ubicado en
la intersección de la Av. Francisco de Miranda con la principal de Bello Campo.
Suerte de oráculo de nuestra política, este lusitano con quien converso
regularmente, me repite este estribillo cada vez que hablamos. Poco le puedo
argumentar, ya que pensaba que abril sería un mes crucial para salir de la
pandilla que nos desgobierna y estamos en mayo. Es muy cierto que hay una
tendencia, lenta pero sostenida, a la paralización del país. Cada vez se
produce menos, los precios son más altos y las colas más largas. Ya ha dado
inicio una dinámica de saqueos que cada día es más recurrente. Estos suceden en
todo el país, pero son cada vez más frecuentes y amenazan con constituirse en
una marejada incontrolable. Es un milagro que en las colas que ya triplican el
tamaño de las de hace seis meses, la gente que no alcanza a obtener los
alimentos, luego de tres o más horas de cola, se vaya a su casa resignada.
Los
apagones de electricidad y los cortes de agua, institucionalizados, junto con
el panorama anterior han hecho mella en la esperanza del venezolano. Ya el país
piensa que esto va para peor cada día y que no hay posibilidad de cambio de una
forma ordenada y democrática. Hemos internalizado nuestra pobreza y nos
comportamos como sobrevivientes. Esto es muy malo y no presagia nada bueno. El
régimen en tanto, voltea para otro lado y hace caso omiso de todas las señales
que la sociedad le envía. Como el mono que no ve y no oye, evade olímpicamente
la realidad, la catástrofe social y económica que nos arrastra al abismo.
Cuando se trancan las salidas institucionales y legales ¿qué camino le queda a
la sociedad venezolana para no caer en el abismo? ¿La negociación? Todos
sabemos que en el arte de ganar tiempo el chavismo siempre ha hecho uso de este
recurso como un comodín. De manera que esta pareciera no ser una buena
solución. ¿La presión? En este empeño no debemos cejar, aprovechando todo
espacio político que quede abierto para protestar y presionar al gobierno, de
manera que sientan que deben cambiar porque les podría ir peor.
Un
asunto clave es la articulación de una estrategia de unidad con los sectores
populares, más golpeados por la crisis que la clase media. Ordenar el caos va
en el interés de toda la sociedad, de manera que hay que intentar tender
puentes con el liderazgo comunitario que antes apoyó al régimen y que hoy está
extremadamente descontento y puede tomar la calle.
Caracas,
13 de mayo de 2016
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