Carlos Raúl Hernández 20 de junio de 2016
@CarlosRaulHer
Las
revoluciones socialistas suelen producir hambrunas, y por favor, no se diga que
Suecia es un país socialista. Las estremecedoras imágenes de niños negros
esqueléticos con moscas en el rostro, es de los principales productos de las
gloriosas gestas antiimperialistas africanas. Cuba no la tuvo declarada,
gracias al subsidio soviético y luego el venezolano, pero sí desnutrición
estructural que causó diversas enfermedades endémicas. En 1950, a un año de la
toma del poder, Mao-Tse-Tung inicia una reforma agraria positiva aunque
enturbiada por el rencor comunista que lo llevó al asesinato de un millón de
terratenientes. En 1952 mejoró el nivel de vida de los campesinos y eso lo
convirtió en una especie de dios para ellos. No les faltaba de comer y podían
entregar parte de la cosecha al Estado. Pero a partir de 1953, influido por
Stalin, temió la aparición de nuevos terratenientes.
Ordenó
entonces que cada campesino compartiera la tierra con cincuenta familias, e
inicia su propia colectivización forzosa estilo soviético. Pero cuando Stalin
muere y Kruschev denuncia sus crímenes, Mao recibe el rebote del
cuestionamiento. Objetado por el partido y el gobierno, buscó apoyo en las
masas y lanzó la campaña de las cien flores para estimular la libertad de
crítica, cuyo torcido trasfondo era detectar adversarios para luego lanzarse
sobre ellos en la ofensiva contra la derecha, y otro millón de ciudadanos
fueron perseguidos o murieron en campos de concentración. En 1958 Mao se
propone un supuesto plan de modernización acelerada. Esa escalofriante,
siniestra experiencia, uno de los momentos más terribles de la historia humana,
se llamó el Gran salto hacia adelante. El periodista Jang Jisheng escribió
Lápida uno de los primeros trabajos sistemáticos sobre el tema, hoy olvidado.
Comunas y Clap
El
Gran salto comienza con la recluta de cien millones de campesinos para trabajos
forzados en infraestructura, realizada por una organización de cuadros del
partido. Su primera locura fue desatar una cacería masiva de gorriones porque
se comían las cosechas. Pero al diezmarlos, proliferaron las plagas de insectos
que los pajaritos controlaban, con el colapso de los sembradíos: la primera
hambruna revolucionaria. Se ordenó a los cuadros, jefes incuestionables del
proceso, dividir el país en comunas y se propuso la nueva genialidad: convertir
los famélicos campesinos en productores de acero, a los que en su demencia
forzó a producir cien millones de toneladas en tres años. Altos hornos rústicos
de barro funcionaban día y noche y en ellos trabajaban hasta la muerte los
pobres aldeanos para producir la basura concebida por la mente enferma de un
rufián.
Había
que fundir todo lo metálico que hubiera en la aldea pero al final el resultado
fue de pésima calidad y sin valor de mercado. Y en el centro de aquella pirámide de horror estaba la
organización de cuadros, en los que Podemos debe haberse inspirado para
proponer los Clap de hoy. Formada por activistas del Partido Comunista,
dirigían la microtiranía totalitaria las comunas, decidían la distribución de
los pocos alimentos, y eran dueños de la vida y la muerte. Abolida la propiedad
privada, las comunas se tornaron ni más ni menos en centros de esclavitud
familiar, ya que los niños iban a guarderías y la paternidad era “colectiva”.
Hacían vivir separados hombres y mujeres, regulaban las relaciones sexuales y
quienes las tenían ilegalmente recibían castigos. Nadie tenía derecho a
cocinar, había que comer en las cocinas de la comuna y quien no ganaba
aprobación diaria de los cuadros (¿Clap?), no comía.
Cómete mi corazón
Las
cosechas se vinieron abajo, en 1958 hubo escasez de alimentos que en 1959 se
hizo desastrosa. La gente comía raíces, barro, hojas, gusanos, insectos. Los
grupos débiles, mujeres en estado, niños, ancianos morían bajo la consigna: el
que no trabaja no come. Los cuadros extorsionaban sexualmente a las mujeres. Un
documento del Comité Central del PCCH citado en Lápida revela que Mao en la
reunión 25 marzo 1959 creía conveniente la muerte de los que no tenían para
alimentarse. Los muertos se pudrían en las calles porque los familiares no
guardaban fuerzas para enterrarlos, pero las despensas de los cuadros-clap
estaban repletas. Poblaciones enteras acampaban cerca de los graneros e
imploraban comida, pero las ciudades devolvían a los campesinos y exigían una
cadena de permisos para viajar.
Proliferó
el canibalismo. El autor refiere la historia de una madre que antes de morir
pidió a su hija que se la comiera, y el testimonio de un cuadro arrepentido que
contó cómo utilizaban los cadáveres de abono. El castigo por robar comida era
enterrar vivo al culpable. Khrushchev en el décimo aniversario de la Revolución
China imploró inútilmente a Mao no repetir los errores del stalinismo. Liu Sao
Chi, Presidente de China, atormentado por las informaciones, le pidió rectificar
(le dijo: “tú y yo somos responsables de la hambruna y el canibalismo y debemos
cambiar el rumbo”) pero terminó en una cárcel donde murió. El Gran salto
adelante se acabó en 1962. Arrastró 650 millones de chinos a un infierno y de
ellos 45 millones murieron en la gran hambruna de Mao, por lo que tiene el
record de ser el más grande genocida de todos los tiempos. Luego vendrá la
Revolución cultural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico