Susana Seleme Antelo 10 de junio de 2016
La
soberbia y el delirio llevan a los dictadores a insistir en la pretensión de
imponer a “los otros” su particular visión del poder, del Estado, de la
política, de la economía, de la sociedad y sus múltiples determinaciones,
siempre en movimiento, aunque ellos creen que es estática. El materialismo
dialéctico, si alguna vez lo leyeron, lo
han tirado al basurero.
Si los dictadores bolivianos,
Evo-Morales-García Linera y compañía, creen merecer “un segundo tiempo”, en realidad un cuarto, es porque
pretenden la reproducción continua e indefinida de su poder; ya porque se
acostumbraron a abusar de él; ya por el
uso “vicioso”, vía la corrupción, de la riqueza que generó la sociedad
boliviana en su década de bonanza
Al cabo de 10 años, esa reproducción ha
devenido en pulsión totalitaria, nunca satisfecha. Es decir, se ha convertido
en “totalización de la política”, como afirmaba Hannah Arendt, bajo el exceso
de la dominación autoritaria, del empleo (in)justificado de la violencia, del
desconocimiento del Estado de Derecho y sus atributos, de la negación de la
ética en la práctica política, del derecho a la libertad de conciencia, de expresión e información y
de acciones comunicativas.
El uso de la violencia, en cualesquiera de
sus formas, “constituye una limitación
política”, decía Arendt, pues se producen “al
margen de la esfera política”. Esta debe nutrirse de compromisos,
concesiones, diálogos, acuerdos y también en la lucha por el poder del Estado,
que más allá de intereses diferentes y antagónicos, pueden encontrar una forma
de convivencia, respetando las
instituciones de la democracia.
No hacerlo, en su forma más radical, lleva a la concentración total del
poder, como en la Bolivia de Morales. Es
decir, a la concentración-confrontación que les ha hecho perder el respeto a
las normas sociales y a leyes que protegen los derechos individuales y
colectivos de los ciudadanos.
En la frenética reinvención de si mismos como
políticos adictos al poder, conviven
entre dos espejos rotos, sin ver las distorsiones de su propia imagen, mezcla
de tragedia represiva y comedia populista. Morales, García Linera, Juan Ramón
Quintana y otros, que se hacen pasar por hombres de izquierda –en todo caso, la
estalinista totalitaria, no la izquierda democrática- han perdido el contacto
con la realidad bajo el autoritarismo y el ejercicio del poder sin contrapesos.
Nada indica que vayan a cambiar, o que haya
terminado la sangría política y social que sufre Bolivia por la violación a los
Derechos Humanos y al Estado de Derecho, sobre todo el manejo represivo y
arbitrario del poder judicial. Sin temor
a equivocaciones, la administración de justicia en el país puede ser comparada
con la Inquisición.
Aquí, el Ministerio Público decide a quienes
quema, no en la hoguera, todavía, sino en las fauces de abogados, jueces y
fiscales subordinados al poder político y al Ejecutivo, una vez desterrada la
independencia de los tres poderes que hacen a una democracia republicana.
La práctica violenta es el pan de cada día,
desde La Calancha, Porvenir, el Hotel Las Américas, Caranavi, Tipnis, la
vulneración del derecho a elegir y ser elegido en Beni, los juicios al
dirigente de oposición Ernesto Suárez, así como los manotazos contra la
libertad de prensa, la persecución a periodistas y a toda voz que critique al
régimen, entre ellas Iglesia Católica. Demasiado muertos.
Hoy
somos testigos de la despiadada sordera del régimen frente a los
discapacitados, quienes ahora marchan
con ramos de flores en sus sillas de ruedas o sus muletas, para que la policía
no los reprima y gasifique como a
criminales.
La sangría
continua con saña contra el
abogado Eduardo León, que defendió a Gabriela Zapata, la encarcelada
excompañera sentimental de Morales. Un editorial del New York Times, calificó
el presidente boliviano como “el cruel examante de Bolivia” (Página Siete. La
Paz 26.05.16) Él, bien gracias, pero León
ha quedado en indefensión sin garantías constitucionales ni debido proceso,
mientras el tráfico de influencias con la empresa china CAMC, se hizo gas en
los enjuagues amorosos y millonarios
para que Zapata calle. Calló a costa de León, convertido en chivo expiatorio.
Para no caer en la rueda represiva sinfín, el periodista Carlos Valverde, quien
denunció el tráfico de influencias, se
puso a buen recaudo y salió del país. Los presos y exiliados políticos suman y
siguen.
Y así como los dictadores se reinventan desde
el poder venal, los hombres de Morales reinventan un nuevo proceso contra el
gobernador cruceño Rubén Costas, por un
hecho que ya fue juzgado y del cual
salió liberado. Otra vez el arraigo y la multa. No conformes, activan un
bloqueo político en su contra, en una zona neurálgica del departamento, por
demandas ya satisfechas.
Las actuales arremetidas, al son de la
“guerra moral” que presagia el Vice
contra el régimen, desde la oposición, y
el horripilante himno castrense a
Morales, son una vuelta de tuerca más hacia el poder total. En los análisis
post NO del 21F pasado -contra el
referéndum re-re-reeleccionista de la dupla de marras- se barajaba una
descomposición de las relaciones entre el poder político y la sociedad, entre
otras razones, por venganza de los derrotados:
no admiten que haya ganado el NO.
Y como no lo aceptan, los dictadores
pretenden reinventarse con un nuevo referéndum,
o la modificación de la Constitución, o una cumbre de justicia y alguna
otra argucia para reproducirse en el poder. De la sociedad boliviana, de sus
instituciones democráticas, aunque estén destartaladas por los zarpazos de los
dictadores, y de la oposición política,
depende que lo logren o NO.
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